Querido 19 de Septiembre, ¡este año, no!

 

Los que vivimos en el centro del país sabemos lo que esta fecha significa.

Mi primer 19 de septiembre me sorprendió postrada en cama. Semanas antes, se me habían cruzado los cables y salté, estilo “bomba”, en una piscina, olvidando por completo que esa misma mañana la habíamos vaciado. El resultado fue una fractura de tibia y peroné que me dejó inmóvil, con una escayola que me convirtió en una especie de estatua de yeso durante meses.

Justo cuando creía que las cosas no podían ir peor ese verano, la tierra decidió moverse a una magnitud de 8.1 en la escala de Richter. En medio de la sacudida sísmica, mi padre, haciendo acopio de la fuerza de todos los músculos de su cuerpo, me rescató de mi habitación. Estaba convencida de que, si lográbamos salir ilesos de la casa, la cual empezó a agrietarse, mi papá probablemente sufriría un infarto por el esfuerzo de cargar con toda mi humanidad en brazos.

No pude dormir en semanas por el miedo. Mi pobre padre tampoco pudo dormir, pero no por miedo, sino por las contracturas musculares que le provoqué.

Todos tenemos nuestras historias de los “19 de septiembre” y a menudo hacemos bromas para enfrentar nuestros miedos y manejar el terror de los terremotos. Reírnos de nuestras desgracias es parte de nuestra mexicanidad. En la tragedia es cuando aprendemos a ser resilientes, a adaptarnos, recuperarnos y afrontar los desafíos.

Cuando pienso en enfrentar la vida de manera positiva, siempre pienso en mi gran amigo Carlos Marx Ramírez Huicochea. Su vida no fue fácil; tuvo una infancia difícil y una adolescencia carente de privilegios. A los 14 años, se mudó con sus abuelos, y su acceso a la universidad parecía inalcanzable. Sin embargo, gracias al apoyo inquebrantable de su madrastra, Vicky, a quien considera un verdadero ángel en su vida, Carlos logró seguir sus estudios.

Y aunque hoy en día es un biólogo exitoso y sus colaboraciones sobre el virus del Zika han sido reconocidas por el Centro de Prevención y Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, su verdadera grandeza, para mí, reside en su resiliencia. A pesar de los golpes de la vida, se ha levantado una y otra vez, siempre con una sonrisa en el rostro.

En la fatídica mañana del 19 de septiembre de 2017, Carlos regresaba de un viaje en el extranjero. Su jefe le había sugerido recuperarse del jet lag antes de volver al trabajo, así que decidió tomar una siesta en la misma casa donde había vivido con sus abuelos, sin imaginar lo que estaba por suceder. Alrededor de la una de la tarde, un movimiento sísmico de magnitud 7.1 y un estruendo ensordecedor lo sacaron de su sueño. Aunque intentó salir corriendo, fue demasiado tarde, y decidió refugiarse en la parte baja de la litera que le sirvió como escudo. Carlos salió ileso de los escombros, pero su casa, llena de recuerdos y huellas de sus abuelos, todo lo que constituía su mundo, quedó reducida a ruinas en tan solo 20 segundos.

No solo su casa quedó en ruinas; toda Jojutla quedó arrasada. Más de 150 edificios colapsaron, y otras 2000 propiedades, incluyendo viviendas y comercios, estaban al borde del colapso. La devastación era evidente, y el dolor oprimía el corazón de todos los que presenciábamos nuestra ciudad devastada.

No puedo evitar preguntarme cómo habría reaccionado yo en una situación tan devastadora. Tal vez habría llorado, maldecido mi suerte y sentido que la mano de Dios me había olvidado. Pero Carlos, en medio de la adversidad y con el positivismo que le caracteriza, hizo un letrero en un pedazo de papel que decía: «se vende escombro y tierra para plantas».

Hace un par de días, tuvimos una conversación telefónica llena de risas y sinceridad. Carlos me compartió lo desafiante que es enfrentar un desastre natural, el estrés postraumático de perderlo todo y la importancia de buscar apoyo profesional. Pero, sobre todo, enfatizó la necesidad de agradecer a Dios, al universo, a la vida (llámalo como quieras) por todas las experiencias que nos moldean, tanto las que consideramos buenas como las que llamamos malas, porque todas nos hacen crecer y ser mejores seres humanos.

No sé cuál es tu historia, pero sé que, aunque la tierra tiemble mil veces, hay algo que ningún sismo, ningún terremoto podrá arrebatarnos: nuestra resiliencia, nuestra fuerza interna para salir adelante.

Así que ni este año ni ningún otro, querido 19 de septiembre, podrás quebrantar nuestro espíritu.