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#19 REFORMA O TRANSFORMACION

Vicente Arredondo Ramírez *

En sexenios pasados. se hablaba con frecuencia de la necesidad de una Reforma de Estado en México. Con ello se estaba reconociendo que en nuestro país existían problemas sociales de toda índole y dimensión que justificaban un cambio institucional, visto en su conjunto. Se asumía que el solo cambio de tal o cual ley no era suficiente para atender las disfuncionalidades en nuestra convivencia.

El tema de la Reforma de Estado es pensable en varias dimensiones:

Por ejemplo, se pueden modificar Leyes Orgánicas de la administración pública, para efectos de racionalidad organizativa, normativa y financiera. O bien, modificar las leyes electorales que rigen la elección de los gobernantes. Se pensaría que lograr cambios en estos dos campos es algo relativamente sencillo, pero como lo podemos constatar hoy en día, es todo lo contrario, por razones de inercia, poderes fácticos, y costos económicos de implementación. El INE y la Suprema Corte de Justicia son claro ejemplos de ello.

Imaginemos ahora las implicaciones y retos de una Reforma de Estado lanzada con una visión más amplia, que parta de la definición misma de Estado, el cual está constituido por población, territorio, constitución y gobierno. Hacer una reforma con visión de estado obligaría a hacer cambios en todos los ámbitos de la vida nacional, y no sólo en lo correspondiente a algunos aparatos de gobierno.

El Estado, del cual el gobierno es una parte, es una forma de ser social, es una forma de vivir en sociedad, es un pacto de convivencia entre personas que viven en un mismo territorio, es un pacto que expresa con claridad las premisas inmodificables de dicha convivencia, para distinguirlas de los ámbitos sujetos a ajuste o modificación que va exigiendo la realidad.

La verdadera política es la que se hace con visión de Estado, lo cual significa la participación de todos los habitantes de un territorio (comunidad, municipio, estado, nación). Se ha dicho mucho, pero hay que repetirlo, es una gran irresponsabilidad dejar los temas de la política en manos de los políticos profesionales.

Lo que está pasando en el mundo, esto es, el debilitamiento de los acuerdos de Bretton Woods (1944), al final de la segunda guerra mundial, que le dieron sustento a la hegemonía anglosajona sobre el resto del mundo occidental, la vergonzosa actuación de la Unión Europea ante la guerra de Ucrania, sumados al innegable poderío económico de China y la creación de nuevas alianzas internacionales, obliga a pensar en la necesidad de que en México aceleremos una Reforma de Estado, en toda su dimensión.

Muchos escépticos dirán que la suerte de México está atada a la suerte de los Estados Unidos de América, lo cual nos pone en una situación muy negativa, si tomamos en cuenta la profunda crisis interna y el debilitamiento del papel internacional de ese país. Por el contrario, los optimistas, quizá ingenuos, creemos que es la coyuntura ideal para que, por primera vez en nuestra historia, definamos por nosotros mismos nuestra forma interna de convivir, así como los términos de nuestra relación con otros países.

Si nos colocamos en el escenario optimista, hablar de Reforma de Estado integral, es hablar de una auténtica transformación nacional. Para ese efecto, tendremos que instrumentar mecanismos de deliberación pública sobre temas centrales como el proceso de generación de información, análisis y difusión de la información relevante para el bienestar colectivo, como la forma de distinguir en la práctica la función de gobierno de la función de administración, sobre si nuestra verdadera vocación es ser una república federal o una república central, sobre la forma en que se puede asegurar una procuración y administración de la justicia que sea en verdad pronta y expedita, y principalmente, sobre las premisas, políticas y normas para estimular la generación y distribución de la riqueza pública y privada.

Los cambios legislativos y de política pública que han sucedido en la actual gestión del gobierno federal (4T), analizados fríamente, son cambios mínimos, a luz de una transformación como la apuntamos. Hay una desproporción evidente, entre la histeria alarmista de los opositores a los cambios promovidos por el actual presidente de la República, y lo que en la práctica se modifica nuestra realidad nacional.

En efecto, apenas se apunta la posibilidad de profundizar una transformación nacional, sustentada en la soberanía, la dignidad, la autoestima, el sentido común, y la participación de los ciudadanos mexicanos. Los niveles de transformación del país que requerimos no pueden ser gestados por un puñado de políticos de oficio. O lo hacemos todos, o no sucederá. El peor de los escenarios es que, mientras no se concrete un nuevo orden mundial justo, cultural y ecológicamente sustentado, sigamos siendo manejados por la vocación de lucro de los grandes fondos financieros internacionales, cuyos operadores en los países son siempre un pequeño número de personas, obsesionadas por el poder y el dinero, ubicadas dentro y fuera de los aparatos de gobierno.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.