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RESURRECCIÓN SOCIAL

 

En el calendario cristiano construido en Occidente, por estas fechas se celebra la llamada “semana santa”, la cual conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Al margen de que este milenario acontecimiento ya no permea a las sociedades, como lo hacía antes de los movimientos generalizados de secularización, sin embargo, sigue latente la idea de que las personas y grupos humanos, después de morir, pueden resucitar y volver a nacer.

El tema de la resurrección de los muertos o de la prolongación de la vida terrenal es de larga data en la médula cultural de las civilizaciones. Razones nos sobran para ello. No es fácil aceptar sin más el innegable hecho de que los seres vivientes perecemos, y que con ello desaparece la única forma que conocemos y experimentamos de estar en este planeta. Para nuestro infortunio no hay evidencia de la existencia de otra dimensión “en el más allá”, que nos permita seguir “siendo”, al menos de manera análoga a como actualmente vivimos.

A pesar de ello, a lo largo de la historia se han generado escenarios imaginarios creados por los grupos humanos sobre lo que sucede después de la muerte, y en las formas en que se puede “resucitar”, o “reencarnar” es decir, volver de nuevo, de alguna forma, a la dimensión vital que conocemos.

La creencia en la reencarnación (volver a encarnar) consiste en que las personas después de muertas empiezan una nueva forma de vida. La reencarnación es volver a vivir en un cuerpo físico diferente al anterior, una vez que se ha sucumbido a la muerte biológica. La descripción de esta creencia se expresa en diversos conceptos o modalidades: renacimiento (volver a nacer), transmigración (migrar a través), metempsicosis (lo que viene después para el alma).

En efecto, la idea de trascender esta vida, retornar a ella o proseguirla en otra dimensión se expresó en diversas civilizaciones. En el antiguo Egipto, se gestó con el mito de la resurrección de la diosa Osiris; en la tradición judía, la liberación del exilio y de la esclavitud en Egipto dio pie a la idea de la restauración de Israel, como metáfora de la resurrección de la muerte individual; en la tradición griega, Platón vinculó el grado de conocimiento de la verdad, con el tipo de cuerpo con el que se renace; los druidas de Galia, Irlanda y Gran Bretaña, creían en la transmigración de los cuerpos.

En el cristianismo, la creencia en la resurrección de Cristo es la prueba definitiva de su divinidad, y de ahí el acto de fe en la “resurrección de los muertos y en la vida eterna”; en las riquísimas tradiciones de Oriente, el budismo, por ejemplo, cree en un flujo continuo de vida, muerte y resurrección, hasta liberarse del samsara. A su vez, los mayas creían en la inmortalidad, en un cielo, en donde las personas seguían adorando a los dioses. Así de esta forma, muchas otras civilizaciones han cultivado la idea de volver a la vida o de continuar con ella, bajo diversas modalidades.

Las sociedades, al igual que las personas, nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Con frecuencia, este ciclo no se completa para cada ser individual, pero, una vez que se nace biológicamente, el morir es inevitable, como lo es también la compulsión existencial de no dejar de ser, para lo cual siempre esta presente la idea de “cambio”, “renovación”, “reconstrucción”, o bien, en aparente “contrario sensu”, la idea de “continuidad”, “perseverancia”, “permanencia” o “consolidación”.

Entender en toda su dimensión e implicaciones el hecho de que las sociedades son entidades vivientes sólo es posible, si a su vez se tiene conciencia del proceso vital de uno mismo como persona individual e irrepetible. El crecimiento personal y la autoconciencia son el resultado del conocimiento de la propia historia y de la aceptación de nuestra finitud. Más allá del instinto animal de sobrevivencia, o el miedo a lo desconocido, es natural nuestra pulsión de querer trascender, una vez que suceda nuestra muerte biológica.

En este marco de reflexiones, démonos la libertad de hablar de la idea de “resurrección social”, y referirla a nuestro país, a México. Para ello sería necesario crear una “masa crítica” de personas que conocieran la historia de nuestro país y que coincidieran en aquello que nos hace ser y sentirnos mexicanos. Sin este consenso básico, nunca podremos coincidir en el diagnóstico de lo que nos es disfuncional en el presente, y menos aún, en cuál debería ser nuestro escenario futuro deseable.

En ese sentido, creo, como muchas personas más, que en México estamos arrastrando ideas, actitudes, y conductas carentes de significado y que sólo las mantenemos por inercia, falta de lucidez, miedo, o conveniencia. Una de esos lastres, o “partes muertas” de nuestro tejido social, es el “cordón umbilical” que nos vincula con el gobierno, y nos impide dialogar cara a cara entre nosotros los ciudadanos.

Sólo como ejemplo, es impresionante la pobreza de nuestras instituciones político/electorales y de nuestra conciencia colectiva, si vemos la forma en que estamos pasivamente inmersos en el deprimente actual proceso electoral. Entre otras muchas cosas, exhibimos un gran desconocimiento y confusión sobre la naturaleza y razón de ser del gobierno en nuestra sociedad, aunque ello esté delineado en nuestra Constitución. No como excusa, pero la causa bien puede ser atribuible al manoseo ideológico al que ha estado sujeta, desde hace varios decenios, nuestra Carta Magna, y a la consecuente esquizofrenia reflejada en su contenido.

Nuestro país requiere una “resurrección social” en este sentido, sobre todo, por lo atrofiado de nuestra autoestima personal y el poco desarrollo de nuestra conciencia cívica.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.