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El cerco de Gaza y la locura de la guerra

(Primera de dos partes)

 

Escribe Isaac Asimov en La ira de la tierra (2000) que, cuando dos naciones se hacen la guerra, siempre hay un tercer participante, uno que, a pesar de ser completamente inocente recibe todas las bombas y metralla: el ambiente.

“La Guerra del Golfo, que tuvo lugar en 1991, fue una guerra medioambiental por completo. Incluso las causas que la provocaron fueron medioambientales, ya que empezaron con una lucha por el combustible fósil, el petróleo. La Guerra del Golfo causó la misma cantidad de desastres medioambientales que todas las guerras: ciudades ardiendo que liberan sus productos tóxicos en el aire, sistemas de conducción de aguas potables y residuales destruidos que producen su cosecha de enfermedades, zonas terrestres y litorales sembrados de minas. Y restos de los grandes ejércitos esparcidos por el campo de batalla. Pero también se produjeron una serie de desastres medioambientales que no son habituales en absoluto. Cuando Sadam Hussein vio que se aproximaba la derrota, ordenó a sus tropas que abrieran las válvulas para que las inmensas provisiones de petróleo se vertieran en el mar y también que prendieran fuego a todos los pozos de petróleo y tanques de almacenamiento de Kuwait.”

En la guerra que en nuestros días se desarrolla en Gaza, la cuestión es incluso peor pues no son tres sino cuatro los actores en juego: los integrantes de dos ejércitos —Hamas e Israel—, los palestinos y el ambiente.

En dicha guerra el pueblo gazatí —compuesto mayoritariamente por niños y jóvenes— y el ambiente están siendo simplemente aniquilados. Con el paso de los días, la guerra escala: ahora ya se suman Irán, Yemen, los EEUU y el Reino Unido. El infierno que se vive en esa región del mundo parece no tener fin.

El secretario de la ONU, António Guterres, muestra su impotencia ante los poderes fácticos de las naciones en pugna. ¿Dónde quedó la humanidad, la tolerancia, la sobriedad, la inteligencia que supuestamente tenemos? Todo ello parece haber sido secuestrado por los “señores de la guerra”.

Palestina es una muestra de hasta donde puede llegar la estupidez humana cuando se deja el poder en los peores de los humanos, esos que dedicaron su vida al engaño y la muerte, esos que han hecho de la obediencia su regla y para los cuales la democracia y el pensar son soslayables. Con ello me refiero a los líderes totalitarios que siempre se encuentran detrás de toda guerra: tanto los religiosos como los militares.

A lo largo de la historia humana han sido los papas, rabinos y ayatolas los que han justificado los enfrentamientos que los líderes militares de cualquier ideología animan. La historia nos ha mostrado que no son diferentes los de “izquierda” de los de “derecha”, tales son categorías vacías que sólo sirven para justificar las peores atrocidades.

Denominé este ensayo “el cerco de Gaza” pues me recordó el también cerco de Leningrado ocurrido durante la Segunda Guerra mundial. En Leningrado —la otrora San Petersburgo— ocurrió, del 8 de septiembre de 1941 al 27 de enero de 1944, uno de los sitios más cruentos que ha presenciado el mundo. Hitler, por un lado, estaba empeñado en borrar de la faz de la tierra a Leningrado y, por el otro lado, Stalin la defendía, pero sin dejar de realizar las purgas contra sus opositores políticos. Como los nazis encontraron una férrea defensa, decidieron mejor matar de hambre a los habitantes, cercaron la ciudad e impidieron el acceso de los alimentos. Con el paso de los meses se fue acabando la comida, luego todos los animales —ratas, perros, palomas, gatos— y al final los cadáveres. Hubo casi dos mil acusados por antropofagia y más de 300 fueron ejecutados. En Leningrado murió la mitad de la población, no tanto por las bombas sino por el hambre y el frío —sufrieron inviernos de -40 ºC. Entre civiles y soldados de uno y otro bando murieron dos millones y medio de personas. El sitio de Leningrado es un triste testimonio de lo que ocurre a un pueblo y a su ambiente cuando son cercados por dos genocidas, en ese caso Hitler y Stalin.

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Foto tomada de internet.