Marisa Laguna Rao, como cualquier terrícola, un día se asomó al mundo entre las piernas de su madre. Imaginar lo que sucedió en ese momento no es difícil, con todas las variantes posibles que entraña ese trance, porque llegar al mundo es cambiar de realidad, eso que ni qué.

Yo no se, en mi caso, cómo fueron todos esos meses en que mi madre me fue creando en su vientre. Se que estuve ahí y que cada día era diferente, entre otras cosas porque iba creciendo y en el exterior sucedían cosas que no veía, pero que sí sentía su influencia. Los ruidos, la voz de mi madre, sus risas y sus enojos, el tráfico de la ciudad, la música, los silencios de la noche.

Pero no soy yo el sujeto de este relato, sino Marisa Laguna Rao, a quien conocí a través de un manojo de cartas, siete poemas, 33 proverbios, el mapa de un tesoro que sigue perdido y una pequeña autobiografía, publicada de una manera artesanal en Belice, hacia 1890, febrero 17 para más exactitud. Este concentrado de memoria se encuentra íntimamente relacionado con la experiencia que Marisa tuvo antes de asomarse al mundo. Una experiencia, lo sabía muy bien ella, que era muy difícil de compartir con la comunidad que le rodeaba, ya sea la familia, las amistades, las cercanías casuales. Todas y todos, sin excepción, sospechaban de su memoria, acostumbrados al denominador común de que los recuerdos más lejanos los tenemos fijados entre los 3 y los cinco años, por lo general. Hablar del mundo en la placenta es proponer el relato de una fantasía.

En uno de los siete poemas de ese libro artesanal, cuyo título es elocuente: Mi vida antes del yo – Travesías por la placenta, Marisa nos asoma a esa insólita vivencia:

Quien soy

no lo soy ahora

mientras siento

cómo palpitan

en mi alma

las raíces

de mi imaginación

Otro de esos poemas es una evocación de los diálogos silenciosos que compartía con su madre, una cocinera que se ganaba la vida compartiendo sabores y delicias, que todas las tardes salía a repartir por las calurosas veredas de Belice:

Mi madre va y viene

por el pueblo

sus piernas se mueven

y me aprietan

pero a mi sólo

me entretienen

sus constantes carcajadas

y su canto dulce.

Muy pronto yo haré también

de esa bicicleta

mi nave espacial

La pequeña biografía que Marisa redactó es una sucesión de anécdotas que abarcan desde esos tiempos en la placenta hasta el día previo a su muerte, en junio 19 de 1924. De esos 34 años de presencia en este planeta, los casi 9 meses en la placenta fueron los de mayor intensidad. Allí aprendió todo lo necesario para encarar el mundo. Sus recuerdos son nítidos y hasta su último aliento recordaba conversaciones, carcajadas, lamentos, movimientos telúricos, relámpagos, el rumor de los brotes en el jardín de su casa, la parsimonia de sus abuelos, que hacían del silencio un arma letal, para el amor y el desamor, el olor del estofado de papas y jabalí, o la dulzura del perón con almendras que guisaba su madre

El mapa del tesoro perdido es una metáfora que Marisa Laguna Rao inventó, con el fino propósito de tener una guía para cuando se llegara el tiempo de la muerte y le fuera dado comenzar a hilvanar otra vida:

“Camina tres pasos hacia el Oriente y detente al pie de un pirul. abrázalo y cierra los ojos, él te dirá hacia donde seguir. Déjate llevar por el viento y busca en tu memoria las sensaciones de lo que fue tu vida. Olvídate de las anécdotas, sólo las sensaciones podrán llevarte a buen puerto, allí donde la tibia placenta te hará inmortal”

Dibujo de un bosque

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Pirú. José María Velasco / Imagen cortesía del autor