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DENISSE B. CASTAÑEDA

Si escribiera en las paredes del centro de Cuernavaca cada vez que un hombre se presenta ante mí con la frase: “¡Súper, a favor de su lucha!, ¿eh? De hecho soy aliado” o con la pregunta: ¿Puede ser un hombre feminista?, llenaría con buena caligrafía las paredes del primer cuadro de la ciudad, incluyendo las banquetas. 

Verán, creo que, para que un hombre se autodeterminefeminista (que no es que nos pidan permiso, o hagan un diplomado, o mínimo llenen un cuestionario de conocimientos básicos sobre la lucha feminista) ,en fin, que para que sea un hombre aliado o feminista implicaría por propia ontología que los feminismos triunfaron y han ejercido sobre las sociedad toda su capacidad transformadora, es decir, supondría que la estructura patriarcal ha sido desnaturalizada, por ello cualquier hombre podría declararse feminista, puesto que sería una cualidad propia del sistema social y no de los hombres que en él habitan. Si no es bajo ese supuesto, no, no creo en los hombres aliados y/o feministos.

Los aliados y los feministos son criaturas muy distintas aunque con ciertos rasgos parecidos, que a primera vista se pueden confundir, pero en su sexoestructuramentalsocialpatriarcalpenemental, hay diferencias fundamentales, por ejemplo, los aliados en su mayoría se presentan desde la frase popular #NoTodosLosHombres, su primer acercamiento es la premura de defender el honor y la buena reputación de otros, los conozcan o no. Con ello solo banalizan tratando de suavizar lo que nos ha costado vidas demostrar; que vivimos en un sistema que gusta de agredir, violentar y asesinar mujeres y cuerpos feminizados. Claro que, ¡no todos los hombres! No se podría salir a caminar, compartir oficina, procrear o vivir con tus padres, tus hermanos, ¿sí? Esa aclaración además de ser ridícula, es obvia y es innecesaria. O díganme, ¿por qué muchos conocen a mujeres víctimas de acoso sexual o sobrevivientes de feminicidio y a ningún acosador, violador o feminicida?  

Los feministos en cambio, se preocupan un poco más en estudiar la epistemología de lo cotidiano dentro de los entornos feministas, especialmente en el tradicional dilema teórico-práctico, citan autoras al mismo tiempo que señalan estadísticas sobre las violencias que ejercemos las mujeres, porque también las mujeres matan, son violentas, incluso más que los hombres, y algunos argumentos más que dejo de escuchar por salud mental. Pero venga, no se trata de necear, nada más seamos honestos, porque se necesita mucha honestidad para entender que vivimos sumergidos en un sistema patriarcal que devora cuerpos, vidas e historias, que el patriarcado tampoco quiere a todos los hombres por igual, prefiere a los hegemónicos, blancos, heterosexuales y con buen salario. Las mujeres siempre corremos el riesgo de que nos maten o nos violen y nadie puede decir lo contrario en un país feminicida, donde brotan cadáveres de niñas de tres, seis, nueve años que fueron prostituidas o vendidas hasta que crecen o mueren, en un Abayala donde asesinan de nueve a trece mujeres al día, donde los intermediarios que trafican con menores ganan entre 4.000 y 50.000 dólares por niña o niño, ustedes disculpen, si no lo ven, no pueden llamarse aliados ni feministos.

Si tomamos consciencia de la estructura en la que fuimos educados y socializados, del rol que les ha impuesto a ellos el sistema patriarcal, si se adentraran sin sentirse agredidos a las teorías feministas, por que no hay solo feminismo, hay múltiples feminismos, si además hicieran un ejercicio de introspección y de transformación que les permitiera desarraigarse de su ser hombre patriarcal al momento de relacionarse con las mujeres que conocen y no, si en su vida diaria activan conductas desde la ternura encaminadas a la igualdad y a la equidad, no tendríamos un aliado o un feministo, tendríamos a un hombre que se aproxima a los feminismos. Claro que he compartido vida y proyectos con hombres que no necesitan una rosa en su ego, ni montarse a una lucha que no pretenden apropiarse, pero acompañan y respetan, que en su cotidiano transforman y cuestionan cada día sin solicitar reconocimiento por hacer lo humanamente correcto. Pero ellos, en lo particular, no solicitan una insignia, ni se autodefinen como aliados ni feministos.

Para cerrar preguntaría, ¿qué hacen estos hombres que se autodenominan aliados y/o feministos en la vida íntima, pública y cotidiana, para transformar las realidades?, lo hemos visto en la esfera académica o política, se benefician de una imagen áurea en su círculo más próximo, incluso sin ser violentadores de facto. Y sí, me han señalado de misándrica, pero como bien lo ha dicho Pauline Harmange, la misandria es una manera de defenderse frente a esa misoginia permanente. Y aquí estoy, renegando de los aliados y feministos por el puro placer de importunar.

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