En el aniversario de La Jornada Morelos, Adalberto Ríos Szalay, fotógrafo y antropólogo morelense, doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, y escritor y conferencista reconocido en toda América, pronunció un discurso impecable, sobre la misión del periodismo, la realidad de Morelos y la conjunción entre ambas.

A solicitud de muchísimas personas, reproducimos en este ejemplar una parte del mismo, que podrá leer íntegro en el portal, siguiendo el vínculo al calce.

Intervención de Adalberto Ríos Szalay

Primer aniversario de la Jornada Morelos

Hace seis años recibí una llamada de La Habana, una voz femenina se identificó como Madeleine Sautié, periodista que quería hacerme una entrevista. Contesté con la misma frase utilizada por un ranchero de Guanajuato “¿y a mí por qué?” “Porque se cumple un año de la muerte del comandante Fidel Castro y sabemos que fueron buenos amigos”, desde luego le dije que aceptar eso era un despropósito, que efectivamente le había conocido, que lo había visto en varios sitios de la geografía cubana, que en una comida habíamos hablado de Cuernavaca y sobre la educación en Cuba y que me había invitado a hacer un recorrido por distintas regiones y niveles de la educación en ese país para recopilar, a mi gusto, testimonios sobre el tema … pero de ahí a aceptar que éramos amigos era un acto de oportunismo. Madeleine me dijo “nosotros sabemos más que usted” y le dije bueno “comencemos la entrevista”.

El resultado fue una sorpresa tan grande, como haber conocido a ese personaje de la historia: me dedicaron toda la primera plana del Granma.

La responsabilidad sentida en esa ocasión de alguna manera se asemeja a que hable yo en este aniversario de La Jornada, sobre todo porque la mayoría de ustedes conocen a este medio mejor que yo; por eso me he preguntado durante días cómo resolver este compromiso.

La vida me ha dado la oportunidad de vivir episodios de mi tierra y aprender de entrañables personajes, que es lo mejor que me ha sucedido en este largo viaje; evocarlos me autoriza, casi me obliga, a compartir algunos referentes en relación con el periodismo. ¿Cómo no hacerlo? cuando por minutos, horas o largos años charlé con Valentín López, Lucino Luna, Mercedes Sosa, Eduardo Galeano, Rigoberta Menchú, Virgilio Caballero, Manuel Buendía, Luis Suárez y un señor al que llamaban Gabo, reparando ahora que, de una u otra manera, todos ejercieron el periodismo.

Resulta estimulante estar reunidos para celebrar el aniversario de un esfuerzo, de una aportación que implica tesón, mucho trabajo y un tremendo esfuerzo intelectual. Manuel Buendía nos decía: “Rigurosamente, el periodismo es un género literario que no cede en rango a cualquier otro. No se trata de adornos o encajes prendidos del aire con alfileres, sino de un producto del talento y la cultura, que requiere una base sustentante”.

No debe ser fácil, nunca lo ha sido, mantener circulando una publicación, pero resulta que actualmente se suman, día con día, nuevas circunstancias que la tornan aún más compleja. Quién hubiera imaginado que los periódicos fueran decreciendo en tamaño y en páginas, algunos hasta desaparecer, que la cibernética concediera patentes de corso para que se puedan divulgar mensajes, sin haber cultivado el oficio, que apareciera una práctica desinformativa impune llamada fake news o que surgieran aduladores que quizás, en su único acto de honradez, se autonombran molécula, reconociendo su pequeñez.

El problema no es tanto la temida desaparición del papel, sino la agonía de la lectura y de la escritura, minimizada a constreñidas frases, no por la admirable práctica de la síntesis, sino por la reducción del lenguaje y por ende de la inteligencia.

Por ello es buena noticia que se den ejercicios de innovación y creación en la comunicación dentro de nuestra comunidad, por ser nutrientes de la vida en sociedad, pues un buen diario informa, ubica y propone datos, hechos y acciones para que sus lectores adopten opiniones.

El gran reto es lograr una sociedad pensante, deseosa de leer e informarse, cómo lo lograba todos los domingos la sencillez, pero eficaz publicación de El Morelense, semanario que esperaban los adolescentes de mediados del siglo anterior para enterarse de las Actualidades del mundo estudiantil, página escrita sin firma, pero que todos reconocían como obra de Boli, Bolívar Fuentes, un personaje de nuestra ciudad, cuyos habitantes se sentían orgullosos de que un morelense de Puente de Ixtla, fuera el director del diario Excelsior, periódico que en 1931 publicaba en su primera plana: “DOS AVIADORES CRUZARON AYER EL ATLÁNTICO Y OTROS DOS VAN SOBRE EL MAR RUMBO A EUROPA”. En esa primera plana también se daban a conocer los cambios hechos en su directiva, empezando por el nombramiento de Rodrigo de Llano como director, y Gilberto Figueroa como contador, quien al poco tiempo se convirtió en el legendario gerente general que participó en la bonanza de la cooperativa y quien fuera reconocido como benefactor del Estado de Morelos.

Hace años Efraín y Eolo Pacheco me invitaron al Regional del Sur y después durante 20 años tuve una columna semanal sobre turismo cultural en el Reforma. En ambas publicaciones canalicé mi preocupación por resaltar los valores y la dignidad que nos permiten avizorar un futuro, en base a un pasado presente. No trataba yo de generar una visión rosa, pero siempre he considerado que las visiones negras cuentan con suficientes altoparlantes. Por ello mi propensión de hablar de nuestras potencialidades y cualidades y ganar espacios para hacerlas presentes en los medios.

Advertido esto permítanme compartir hechos, qué si bien ustedes ya conocen, vale la pena recordar.

Hace 1300 años se celebró el trascendental encuentro de astrónomos mesoamericanos para ajustar cálculos y convenir el establecimiento de un calendario común, que reguló la agricultura y la vida mesoamericana y que resultó más preciso que los usados en Europa en aquel tiempo. Tal evento se celebró en nuestro territorio, en Xochicalco y se perpetuó en una de las obras de arte arquitectónico más preciadas del México antiguo: la pirámide de las serpientes emplumadas, que pregona el hecho, sumando ciencia, arte y filosofía, como premonición del devenir de una tierra de creadores, tanto de conocimientos, como de expresiones estéticas.

El talud de la referida pirámide muestra a Quetzalcóatl entrelazando a personajes reconocidos por su sabiduría que, proviniendo de diversas latitudes y superando diferencias, reconocieron que era de mayor importancia el hecho que los convocaba. Tan admirable representación es hoy el blasón de la Universidad de Morelos.

Continuando su historia nuestro territorio siguió recibiendo a mujeres y hombres que sumaron su trabajo y aportaciones a la ciencia y a la cultura de su nueva comunidad, Morelos, que tiene como una de sus principales virtudes la hospitalidad y su cosmopolitismo, ideología que postula que todos los seres humanos pertenecen a una sola comunidad, basada en una moral compartida. En este caso la de una tierra de creadores cuyo talento se plasma en los miles de metros de pinturas murales de los conventos, que a partir del siglo XVI, reunieron el trabajo y talento de tlacuilos, maestros mediterráneos y alarifes de cultura mudéjar, para levantar portentos en Atlatlahucan o Totolapan, ahí al igual que en Tepoztlán, Yautepec o Tlaquiltenango en brevísimo plazo se escucharon misas compuestas por los ancestros, que dominaron la lengua castellana y participaron en la enseñanza del náhuatl a fray Bernardino de Sahagún y a Motolinía, y orientaron desde Oaxtepec a Francisco Hernández sobre las plantas que conocían y sus propiedades, trabajo científico plasmado en 16 tomos, considerado una de las más importantes contribuciones a la farmacopea universal.

Todo esto lo menciono recordando a Guillermo Bonfil que nos decía que una de las principales cualidades de México es su continuidad cultural, fenómeno que podemos palpar en Morelos, cuya participación en la conformación de nuestra nación es inversamente proporcional al tamaño de su territorio, donde a través de los siglos podemos reconocer, desde las tallas y esculturas del maestro Higinio de Zacualpan, a la figura humanista y políglota de Francisco Plancarte y Navarrete o José Antonio Pichardo, oriundo de Cuernavaca, cuya investigación monumental de más de 10 mil páginas determinó los límites de Luisiana y Texas, ahora objeto de estudio en las universidades norteamericanas, como nos ilustra la Dra. Ma. de Lourdes Bejarano.

Fueron campesinos morelenses los que manifestaron enérgicamente que una revolución no termina con un mero cambio de nombres en los cargos públicos y fue en Tlaltizapán donde se generaron incontables documentos sobre múltiples materias que el día que se publiquen redimensionarán, aún más, la herencia del zapatismo, como me lo ha dicho el Dr. Salvador Rueda Smithers, director del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.

Lo dicho culmina en el siglo pasado cuando Morelos, con más de cuarenta centros de investigación se convirtió en el estado con el mayor número de científicos per cápita, después de la Ciudad de México, fenómeno que se complementa con su densidad de creadores de arte, promotores culturales y artistas, a lo largo y ancho del estado. En Morelos se da el inusual fenómeno, tanto en México, como en muchas regiones del mundo, de que el 33% de sus municipios, tienen al menos un bien inscrito como Patrimonio Mundial, que contemos entre nosotros a 16 Premios Nacionales de Ciencia y un Premio Nacional de las Artes que vino desde Tlayacapan y está presente hoy con nosotros.

A pesar de la incomprensión, la miopía y las mezquinas asignaciones a la cultura y la investigación científica, la dinámica morelense continuó; así gracias a la visión de rectores de la UAEM y de la UNAM, como Gerardo Ávila y Guillermo Soberón, Morelos se convirtió en pieza clave de la investigación.

¿Qué tiene que ver esto con La Jornada que nos ocupa? El redactor y articulista de los diarios Hearst, Arthur Brisbane, uno de los editores de diarios estadounidenses más importantes del siglo XX decía que “un buen diario es aquel que refleja correctamente a la comunidad dentro de la cual se publica” (cit. en Coblentz, 1966, 60).

Reflejar una comunidad debe partir del conocimiento de su pasado, para entender el presente y poder visualizar el futuro, ejercicio cuya complejidad requiere de una visión holística.

Los medios de comunicación nos acribillan, además de los hechos de violencia, con los improperios, ocurrencias y esquirlas de las disputas de quienes ambicionan el poder. Infortunadamente esto es parte del diario acontecer, nadie lo puede negar, pero creo que ha llegado el momento de visualizar la historia no solo con el relato de enfrentamientos, la destrucción y las vidas sacrificadas, sino por las acciones constructivas y trascendentes que nos hacen ser lo que somos.

Somos un estado de creadores y de comunidades valiosas que son factores de avance, materia fundamental a tomar en cuenta, como elementos sustanciales de una política de estado que colocaría a Morelos como entidad de vanguardia. No hacerlo es inadmisible y continuar con la miopía, fruto de la ignorancia prevaleciente. Morelos tiene en su privilegiada presencia un filón fundamental para imaginar y fincar el futuro. Aproximarse a estos fenómenos, palparlos, analizarlos y aquilatarlos resulta una trascendental tarea de prospección. No hacerlo es un descuido imperdonable.

La cultura une lo que la política y la economía separan.

La concentración de investigadores, promotores y artistas generan obras que abonan al desarrollo del estado, sus esfuerzos se encaminan a la creación de conocimientos, la definición de valores, la solución de problemas y la generación de riqueza, por ello no pueden soslayarse ni prescindir de ellos.

Si recorremos Morelos nos percataremos que la inmensa mayoría de la población está dedicada a labores que construyen, que nos dan de comer y que contribuyen a la marcha del estado, desde de sus poblados en el trópico seco, en el Chichinautzin, en California o Nueva Jersey.

Nadie puede negar la existencia del crimen organizado, de la corrupción, de la perversión, pero a pesar de la gravedad de tales males, se trata de hechos circunstanciales, que buena parte de ustedes verán pasar, porque la dignidad y el futuro de Morelos y de México está fuera de toda duda. Valemos por lo que somos y somos por lo que hemos heredado y aportemos generacionalmente.

Gracias a su formato digital ha sido grata tarea revisar ordenadamente los contenidos y enfoques de la Jornada Morelos. Lo primero que llama mi atención es el índice de búsqueda por municipios, manera de encauzar la atención y llevar las miradas a la problemática, a las particularidades, a las potencialidades y a las carencias de las regiones que nos dan carácter estatal. Esto equivale a sumar a la unidad en la diversidad.

Encontrar una sección dedicada a la ciencia me lleva nuevamente a evocar a Buendía, quien en CONACYT puso su entusiasmo y talento para difundir, de manera accesible, la labor de los científicos mexicanos y promover el conocimiento sobre la importancia que tiene la investigación en la marcha de un país.

Que gusto contar con un diario que aborde temas de Inteligencia artificial, cambio climático, ferias de libros, el patrimonio construido, el arte popular, la danza, la arqueología, la poesía, temas todos de desarrollo cultural que se mantienen empecinadamente en Cuautla, Jojutla, Yautepec, Tlayacapan o Yecapixtla.

Morelos inspiró a Moncayo para componer Amatzinac y Tierra de Temporal que fue transformada por Guillermo Arriaga en coreografía en honor de Zapata, Silvestre Revueltas compuso Cuauhnáhuac, considerada obra clave de la música mexicana de concierto, Alfonso Reyes escribió el poema ¡A Cuernavaca” y en Tepoztlán Carlos Pellicer nos obsequió “Tempestad y calma en honor de Morelos!

En nuestra ciudad, en la calle de Compositores Guillermo Bonfil escribió parte de su México Profundo y hoy los centros de investigación laboran para resolver problemas de salud, alimentación, productividad, energía y desde luego versan sobre nuestras herencias, baste decir que la Delegación INAH Morelos nos ha entregado 1104 números de El Tlacuache, publicación que refrenda la valía de nuestra heredad.

Escuchar, examinar y cuestionar a quienes plasman su pensamiento escrito estimula el nivel de apreciación de nuestras circunstancias y posibilidades. Las plumas reunidas en esta Jornada convocan, involucran e interactúan en favor de la identidad de esta comunidad, dado que la identidad no es un refugio de nostalgias, sino un fenómeno dinámico que se construye a diario.

Felicito a todos que los que hacen posible esta Jornada y hago votos porque sigan aportando su palabra y talento para refrendar que se trata de una Jornada de Morelos.

Muchas gracias.

Adalberto Ríos Szalay

Adalberto Ríos Szalay es un distinguido fotógrafo y antropólogo mexicano nacido en el estado de Morelos. Distinguido como Doctor Honoris Causa por su alma mater, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Estudió administración y concluyó sus estudios de maestría en antropología. Ha dedicado buena parte de su vida a la academia. Catedrático y Consejero Universitario en Universidad desde 1968, fue profesor de carrera en la UNAM, y también profesor invitado de la Universidad de San Carlos en Guatemala. Conferencista en universidades, desde Yucatán hasta Baja California, de la Universidad de Upsala en Suecia, la Universidad de Nueva York, La Universidad de California, de la UNESCO en París, el Fondo de Bienes Culturales de Cuba, la Biblioteca del Congreso de EEUU, la Universidad Católica de Chile, en el CIDEF en Caracas, Venezuela, en la OEA en Washington, en la Casa de América en Madrid, la Casa de las Américas en La Habana entre otras. Coautor de Archivos Compartidos Tres Ríos (Memoria del Mundo 2022).