loader image

Revisionismo deseográfico

Alma Karla Sandoval*

Nunca pensé que iba a escribir cómo se me ocurrió un cuento. Lo hago porque está de moda el revisionismo histórico mentiroso, pero útil, como la ficción misma. Lo cual me lleva a uno de los narradores que me embrujan: Javier Cercas, a sus columnas que son faros. Él dice que la literatura sí sirve porque es tramposo pensar en su inutilidad como contrapeso. Ocurre al revés porque las verdaderas obras literarias distan mucho de ser nínfulas tragando airealejadas del mundo, como se cree que es la buena poesía,cuando aún no se ha leído lo suficiente ni se han lanzado poemas a las nubes hasta que te conviertes en aullido, pregúntele a Vallejo. La poesía que es poesía simplemente es un lobo que quiere ser lobo y nunca lo consigue. Por eso no todos son poetas. Ni lobos, aceptémoslo. 

   Pero abrí esta columna hablando del cuento, de uno en particular, cuando creí que podría ser buena cuentista, a pesar de los premios que trajo el futuro y gracias a mi síndrome de la impostora. El caso es que ahora tengo en las manos el libro Tempestad sobre México de Rose E. King, editado por el Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura de Morelos. Esta obra que vio la luz en 2013 con pasta blanda arojos y ocres, me ha acompañado como una espina ardiente no en el pecho, sino en el cráneo, ahí juntito a la amígdala, creo, donde surgen las palabras. Supe de la autora, una inglesa que puso el primer salón de té en Cuernavaca a principios del siglo XX, por un artículo que leí cuando hacía tiempo en una biblioteca escolar entre clase y clase pensandoque también podría ser una gran maestra. Pero ese es otro cuento, literalmente.

    La tempestad histórica, el registro de la Revolución Mexicana en una ciudad en la que me he ido quedando a vivir porque Cuernavaca no es un lugar rencoroso, te perdona si te vas; te compadece si vuelves, pero no te expulsa como otras capitales, me regaló la mirada de una extranjera que era yo misma en esos años en los que no podía encontrar mi lugar en el mundo. Rose E. King entendió, en medio de balazos, que una mujer puede construirse una casa ella sola y que el hogar se inventa. 

   Me gusta compartir supersticiones, la bibliomancia, sobre todo, abrir al azar uno de esos juguetes y leer el primer párrafo. Lo que sigue es creer que esas líneas esconden un mensaje secreto. Toda persona es un oráculo cuando lee y algo se le revela (casi siempre kafkiano) cuando insiste en convertirlo precisamente en eso: en verdad. Pregúnteles a muchos gobernantes, empezando por Trump, ¿terminando con quién?

   Sigamos jugando ahora a lo Cortázar. Al tiempo que escribo, abro la tempestad del mentado libro. Encuentro el siguiente párrafo en la página 198: “Una vez que estuvimos dentro, los zapatistas dejaron de disparar, sabían que nuestras tropas estaban listas para recibirlos. Supinos que nos quedaríamos todo el día siguiente a descansar en Miacatlán; buenas noticias, pero no eran ciertas”. Vaya que la posverdad también vibra en la historia. Héctor de Mauleónatina: “La verdad siempre se encuentra en el pasado”.

   Por eso mentí descomunalmente, porque no bastaba con saber que Morelos había sido la más dorada y movediza de las arenas dramáticas de la revolución, porque quería hacerme a la idea de que una forastera abandonada, buscándose la vida con hijos y pocos pesos, hablaba del porvenir con una coronela llamada “tigresa” o “güera”. Imaginé a las dos mujeres bebiendo té en el patio del hotel Buenavista mientras pétalos de jacarandas caían en sus hombros. Diseñé una atmósfera tensa, pero sorora. Cada una daba su opinión sobre los sucesos sangrientos a su alrededor. La segunda historia, a lo Piglia, o al menos eso intenté, era la de un amuleto.

   Hoy descubro que Villa, Huerta, Zapata, me importaban poco, yo quería escribir un cuento como Sabina buscaba la canción más bella del mundo. Pero esto es la vida o mejor contada aún: otra clase de revisionismo.