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Hugo Carbajal Aguilar

Un profeta de hoy –como de hace siglos- tiene que convertirse en la voz que clama por la justicia. Los profetas del Antiguo Testamento no cejaron jamás en ese reclamo en favor de los pobres, de los marginados. Aparecen en esas lecturas la atención, la conmiseración, la solidaridad en favor del extranjero, el huérfano y la viuda. ¿Por qué precisamente a ellos? Porque son ejemplo de desamparo, de soledad, de imposibilidad de acceder a los mínimos necesarios para sobrevivir. Un extranjero no conoce, no tiene a nadie, no se puede comunicar con nadie; un huérfano es la viva imagen de un abandonado y una viuda es la desolación en pleno. Los tres son ignorados en su afán de sobrevivir y el látigo de la indiferencia cuando no del desprecio se cierne sobre sus paupérrimas humanidades. Sin recursos, sin ninguna herramienta que les permita manifestar su necesidad de expresar sus deseos, pedir para sí o para los suyos ayuda elemental.

Un profeta no es aquel que adivina sucesos nefastos o que anticipa las desgracias que podrían ocurrir. Un profeta denuncia y anuncia. Denuncia la injusticia, la miseria y el hambre padecidas por los pobres, el abuso y la explotación cometidos por los poderosos. Denuncia, en una palabra, el Pecado.

Al mismo tiempo anuncia el advenimiento de una nueva comunidad realmente fraterna en permanente edificación a pesar de los pesares y de quienes se oponen a esa radical transformación.

El P. Alejandro Solalinde ejemplo cristiano, profeta de nuestros tiempos, ha denunciado en cuanto espacio se ofrece la injusticia que priva en nuestro país. Solidario y generoso ha ejercido su vocación sacerdotal en la ayuda a los migrantes saqueados y ultrajados tanto por delincuentes y sicarios narcos, como por los del Instituto de Migración.

Nos ha dicho que los ladrones que han “gobernado” diversos Estados de nuestro país acumulan más de 180 mil millones, cantidad que rebasa con mucho el presupuesto de Secretarías de Estado como Campo, Educación y Salud. Somos una vergüenza internacional ante los ojos del mundo.

Revisemos. ¿Cómo se ha entendido la labor política? Un par de sociólogos nos explican con suficiente nitidez. Desde hace casi veinticuatro siglos hemos entendido que “Política”, deriva del griego antiguo y hace referencia al gobierno de las “Polis”, las ciudades estados griegas.

El mismo Aristóteles definió al ser humano como un “Zoon Politikon”. La política, en la Grecia clásica, estaba asociada al concepto de “asuntos públicos” para diferenciarlos nítidamente de los “asuntos privados”. Lo “político” era inherente al ciudadano preocupado por el gobierno de la cosa pública (la “res pública” de los romanos), y por completo ajeno a quienes sólo privilegiaban sus asuntos privados.

En tiempos de Pericles, (495 – 429 a.C.) la administración de los asuntos públicos (polis, res pública) reclamaba, además, que el gobernante poseyera la idoneidad suficiente para ejercer adecuadamente tanto el “gobierno de las palabras” (Gramática) como el “gobierno de los números” (Matemática). Debería también incluir:

La “Heurística”, entendida como el gobierno de las investigaciones basadas en el descubrimiento, la creatividad o las innovaciones positivas, necesarias para la resolución de los problemas;

La “Hermenéutica” o “gobierno de la interpretación de los textos”, imprescindible para dar un significado unívoco a lo redactado sobre la acción de gobierno o comprender adecuadamente los mensajes;

La “Holística”, es decir, “el gobierno de ese todo que es superior a la suma de las partes”, en el que las partes sólo tienen sentido interrelacionadas entre sí;

La “Ética”, por supuesto, que merece un tratamiento especial;

Y la “Mística” que expresa “el gobierno del máximo grado de perfección y conocimiento humanos”.

El ciudadano que no reunía tales capacidades de gobierno de los asuntos públicos sólo le quedaba limitarse a gobernar sus asuntos privados. Nunca deben ser consideradas aquellas personas egoístas que hacen caso omiso de las cuestiones generales y públicas y sólo se dedican a cuestiones particulares y privadas.

Y aquí lo interesante… “Idios”, en la Grecia clásica, significaba “privado”. La “idiótica”, entendida como “el gobierno de lo privado”, no era una actividad apreciada por los ciudadanos preocupados por los asuntos públicos; por el contrario, llegó a tener una carga semántica tan negativa que la palabra “idiota” –privado de la razón– deriva de la palabra que señalaba al que sólo privilegiaba sus propios asuntos particulares haciendo caso omiso de las cuestiones que afectan a todos los ciudadanos.

Así que gobernar lo público reclama: Gobernar sus temas y sus problemas; sus palabras y sus números; con creatividad e innovaciones positivas; conociendo e interpretando sus orígenes e historia; conduciendo al conjunto en beneficio del bienestar general y no en favor de unos pocos particulares; y cumpliendo con sus obligaciones públicas con el máximo grado de perfección. Por lo menos esa era, en tiempo de Pericles, la diferencia existente entre un Político y un Idiótico.

Concluya usted…