loader image

José Antonio Gómez Espinoza

El estudio del maíz presenta múltiples aristas, puede abordarse desde su producción bajo el sistema prehispánico de la “milpa” con sus ventajas productivas, amigables con el medio; también se puede entrar en la discusión de la siembra de los maíces criollos versus los maíces mejorados tanto por la vía del mejoramiento genético tradicional como por la incorporación de genes ajenos a su material genético, es decir, los transgénicos.


Asimismo, se puede incursionar en la historia del maíz, su especiación y evolución; de igual forma, se puede hablar sobre la simbiosis hombre-maíz en Mesoamérica toda vez que el hombre no podía vivir sin este cereal, y el maíz a su vez no podía hacerlo sin la participación del hombre, toda vez que en el proceso de domesticación el maíz ha perdido sus mecanismos de dispersión.


Son muchas las aristas de este poliedro temático son muchas las caras del maíz. Sin embargo, hay un tema poco tratado, el de su dimensión simbólica e identitaria el cual se puede abordar a partir del análisis de los mitos fundacionales que se encuentran dispersos por las diferentes áreas de Mesoamérica.

El análisis y la comprensión del maíz desde su símbolo, puede ayudarnos a explicar el porqué de la terquedad del campesino, del indígena mexicano de seguir sembrando maíz, su “maicito”, el criollo, el de los pobres con tecnologías locales, aun cuando las políticas económicas del país sugieren que es más fácil comprarlo que sembrarlo.

El siempre recordado amigo, Armando Mier, sostenía que, en todas las cosmogonías americanas, el Maíz está presente como un elemento fundacional de la cultura y creacional de la humanidad. Es el cereal civilizatorio de este continente. Decía también, que la siembra del maíz para el indio de Oaxaca Guerrero o Morelos no solo es una tecnología de producción “cuando el indio siembra maíz al inicio del solsticio de verano, cumple un ritual de más de 8000 años de Historia”.

Si bien, el Maíz es el componente básico de la comida y la alimentación nacional, también explica nuestra historia, cultura e incluso muchos de los arquetipos de la gente del campo. En el libro Popol Vuh, donde se narra la génesis del hombre, se menciona que los Hacedores, se reunieron, para decidir la creación de éste. A lo largo de este libro, se narran varios ensayos fallidos para la creación del hombre.

El primer ensayo se describe así: “de tierra, de lodo hicieron la carne, pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no tenía movimiento, no tenía fuerza, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver para atrás. Estaba aguado y no se mantenía en pie…” Por esto, los hacedores, decidieron destruir esta primera prueba.

Se volvieron a reunir y decidieron realizar un segundo ensayo creando al “hombre de madera”. En el Popol Vuh, se describe el segundo intento: “al instante fueron hechos los muñecos de madera. Se parecían al hombre, hablaban como hombres y poblaron la superficie de la tierra, tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo, pero no tenían alma ni entendimiento, no se acordaban de su creador, de su formador, ya no se acordaban del corazón del cielo y por eso cayeron en desgracia”.

Nuevamente, los creadores se volvieron a reunir y llegaron al consenso de hacer al hombre con masa de Maíz, lo cual se describe en forma por demás poética, en el tercer capítulo del Popol Vuh

“…así entró el Maíz en la formación del hombre, moliendo entonces las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas hizo Ixmucané nueve bebidas y de este alimento provinieron la fuerza y la gordura y con el crearon los músculos y el vigor del hombre…de Maíz amarillo y de Maíz blanco se hizo su carne, de Masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de Maíz entro en la carne de nuestros padres”

Este simbolismo soportado en el mito fundacional llevó a concluir al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que somos “hombres de Maíz”, tema que fue el título de una de sus obras cumbre que le valieron obtener el premio Nobel de la literatura en 1967.