Por décadas en Morelos hemos vivimos una política sistémica de evitar que a nivel local se haga política seria. Mediante hechos violentos o por medios más sutiles, hace tiempo que la clase política morelense fue domesticada y fragmentada. Aunque hoy existen desacuerdos e incluso enfrentamientos verbales principalmente en el ámbito legal, estos suelen ser motivados más bien por afectaciones a los intereses en uno u otro cacicazgo o por la no inclusión en procesos electorales de algún político. Rara vez y casi nunca esos conflictos tienen su origen en la búsqueda de un bienestar mayor o en la articulación de políticas públicas enfocadas a una mejora del Estado de Morelos en general.

Con una elite política local atomizada y domesticada; escasa o nula identificación con un proyecto estatal de gran alcance; intereses enfocados en la conservación de sus cacicazgos y la carencia de una ideología articulada a una política nacional, dio como resultado que Morelos haya quedado subordinado a los intereses políticos y económicos de grupos y personajes completamente ajenos al Estado. No me cabe la menor duda de que los morelenses del siglo XXI estamos pagando la insumisión y rebeldía de nuestros abuelos y bisabuelos en el siglo pasado. Todavía hace seis años fuimos testigos de cómo por intereses oscuros nuestro Estado en materia política seguía siendo una mercancía que se vendía al mejor postor.

El régimen democrático representativo se aleja cada vez más del pueblo al que dice representar y eso debe cambiar. A esto hay que añadir que los candidatos elegidos no siempre se tratan de las personas mejor capacitadas para desempeñar el cargo al que aspiran. El pragmatismo político ha hecho muchísimo daño a nuestra joven democracia. Desde esa lógica, es mejor postular a alguien bien conocido por la población que asegure el triunfo frente a los opositores, antes que una persona preparada y con experiencia en la administración pública. Esta situación no parece que vaya a cambiar en el corto plazo, aunque el próximo año acudamos a las urnas para elegir a nuestros próximos gobernantes.

Desde una opinión personal, el perfil ideal para ocupar el cargo de gobernador de Morelos sería la de un/a intelectual dirigente, es decir, pensadores pero que a su vez ejercen funciones de dirección en partidos políticos o movimientos sociales que, además, hayan contribuido de manera significativa a cambiar la realidad en que vivimos y por último cuenten con experiencia en el servicio público. ¿Quién podría ser esa persona? Hoy en día no hay muchos de esos perfiles y lo más seguro es que ni siquiera estarán en las boletas el próximo año.

La realidad es que las personas ligadas a Morelos, a sus comunidades y que conocen los problemas que enfrentamos día con día, difícilmente se prestaran al juego de los partidos políticos. Pero esto no se trata de indiferencia, desinterés o inexperiencia. Al contrario, la estrategia sistémica de evitar que en Morelos se haga política seria a nivel local, ha cerrado el camino para que gente nativa, que no responde únicamente a sus intereses personales, oligárquicos o empresariales procedentes de otras regiones. El miedo para nada infundado de pasar a engrosar la nefasta lista de líderes locales que pretendían cambiar un poco la realidad morelense con una visión hacia sus pobladores y no hacia los negocios, ultimados de forma violenta, ha impedido su participación.

Me gustaría terminar esta columna augurando un futuro prometedor para las próximas elecciones, estoy convencido de que solo una candidata de izquierda surgido de entre los morelenses, será la mejor opción. Hoy hay personas afirman cumplir el perfil, pero creo que en Morelos seguiremos esperando ese liderazgo popular. Lo que sí es una realidad es que los morelenses no merecemos más experimentos y ocurrencias políticas que aseguren el triunfo pero que en la práctica sean un desastre como en los últimos sexenios.

*Historiador