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Ante la lucha en diversos terrenos de los también diferentes feminismos se juegan modos de estar en el mundo. Aunque sin duda hay puntos muy interesantes de convergencia. En el caso de los distintos feminismos la cuestión es particular porque las teorías filosóficas, antropológicas, etc., se estrechan de la mano, en mucha mayor medida, con el activismo político. Es un caso donde no se puede separar el pensamiento y la escritura con lo que se observa de la realidad y la situación de las mujeres en cada contexto.

Tenemos por ejemplo la teorización en donde se instala la búsqueda de la equidad de los derechos; que más que otra cosa se piensa desde la cuestión jurídica ya puesta en el ámbito del Estado y la legislación. Argumentar y luchar para obtener reconocimiento y derechos para las mujeres no ha sido tarea fácil. Una de las principales figuras a las que le debemos la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007) es a la antropóloga Marcela Lagarde y De los Ríos.

Por ello podría decirse que su enorme trabajo, tanto legislativo como teórico, se suscribe al feminismo de la igualdad en tanto que busca el reconocimiento de los derechos para las mujeres en un mundo construido para los hombres (pero solo es en apariencia pues el trabajo de Lagarde se ha dirigido también hacia la creación de una ontología de las mujeres).

Esto es lo que se juega entre la diferenciación del feminismo de la igualdad y el de la diferencia. Que en el primer caso se parte de la búsqueda de una especie de igualdad (aunque bien podemos hablar ahora de equidad en tanto reconocimiento de los diferentes contextos y capacidades) en una sociedad que se ha construido en función de los parámetros y necesidades de los hombres o, mejor dicho, de la hegemonía masculina patriarcal. Modelo social, político, económico que se ha centrado en las guerras, la explotación, el consumismo, la heteronormatividad, etc. Y desde luego, en la subordinación de las mujeres.

Por otro lado, se tienen las apuestas teórico-políticas del feminismo de la diferencia. Aquellas que buscan crear un mundo para las mujeres. Parten del supuesto de que ir tras cuestiones igualitarias hace que las mujeres nos amoldemos a los ideales, valores, esquemas y estructuras que han sido creados para los hombres. Y con ello, nuevamente se dejen de lado las visiones, la subjetividad, las cuestiones características y las necesidades que sí son propias de las mujeres.

Ha corrido mucha tinta en las últimas décadas acerca de este debate. Lo cual ha redundado en un riquísimo caudal de ideas y posiciones desde donde nos hemos logrado pensar como sujetos, y pensar también la producción de nuestras acciones concretas, de nuestro mundo cotidiano, y con ello, de nuestras subjetividades.

Uno de los hallazgos principales lo puso sobre la mesa Luce Irigaray con El espéculo de la otra mujer y quien, allegada también de sus vastos conocimientos en psicoanálisis, nos desentramara la argumentación suficiente y necesaria para comprender por qué esa otra mitad de la humanidad (las mujeres) se han creado (nos hemos creado) bajo el reflejo, las necesidades, las ideas y valores masculinos; dejando de lado los elementos potenciales para construir nuestros propios marcos de referencia existenciales.

Uno de los aspectos clave del debate está ahí precisamente. Y de ello también nos habla de una manera sustanciosa Marcela Lagarde en sus Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres cuando propone que las mujeres necesitamos de una autonomía para poder ser. Ser no las esposas, no las hijas, no las madres, no las hermanas; ser nosotras mismas. Aunque esta búsqueda podamos (y tengamos) que emprenderla precisamente en ese ardid de relaciones sociales.

Esta apuesta de Lagarde es una invitación a pensarnos dentro de ese entramado para precisamente ir hacia una búsqueda interna que redundará en posibilidades de cambio político. La apuesta es ir a buscarnos, ahí, donde hemos estado perdidas desde hace milenios.

*El Colegio de Morelos/Red Mexicana de Mujeres Filósofas