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¿Por qué el punto de referencia siempre tiene que ser otro? No conformes con aquella infame fajilla de un libro cuyos renglones nos azoraron: “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares y admirada por Borges…” Ahora leo una nota en El Clarín con este encabezado: “Vuelve Elena Garro, la mujer que imaginó el realismo mágico antes que Gabo”, y sí, firmada por la periodista María Rosa Lojo, ¡otra mujer! Supongo que no lo hizo con mala intención, al contrario, el ánimo es subrayar que antes de las glorias del boom, ya Garro había soñado y logrado la renovación experimental de nuestra literatura.

Pero sigue llamando la atención el rasero porque, aunque me niegue a admitirlo, la estatura canónica de nuestros puntos de referencia sigue siendo masculina. Nos medimos o nos miden de cara a lo que otros escribieron con éxito, con tanta fortuna, que para que una escritora se le conceda el reconocimiento que su obra merece, se le debe pedir permiso simbólicamente a dicho canon y decir que incluso antes que la palabra de un hombre renovadora, imaginativa, genial, una mujer ya había “osado” tratar al lenguaje de la misma forma. Pácatelas.

La verdad, ya ni quise seguir leyendo la nota del diario argentino, pero lo hice para ver de qué iba. Me reconcilio con Lojo porque apunta uno de los temas centrales de Elena: la violencia hacia las mujeres raptadas del México bronco, el de tierra adentro, de Conquista y Revolución con cuentos y novelas como “La culpa es de los tlaxcaltecas”, “El anillo”, Los recuerdos del porvenir, una narrativa que pone en el centro la problemática de la expoliación, mercantilización, prostitución de nuestros cuerpos ya sea a manos de terratenientes, cuatreros, héroes revolucionarios sin revolución que valga, señores de negocios, políticos o académicos con discursos antropológicos de mesa con viandas finas. Es decir, de todos por igual con un poco de poder sobre las mujeres que, descubrimos leyendo a la Garro en clave de cuarta ola feminista, nombró con hilos de titanio y creatividad insólita, lo que Marcela Lagarde haría desde las tribunas de la Cámara de Senadores y Diputados de México: el feminicidio.

Esa palabra no aparece en los textos de la Garro porque la magia que sublima, que tiende velos de inteligencia con pases de bruja como el hecho de una mujer del régimen lopezmateísta escape con un indio a otra época de fin de mundo y coexista peligrosamente en dos planos temporales diciéndonos que en ningún cronotopo podemos estar a salvo; o con la ironía de detener el tiempo para que una joven raptada por un general de la revolución pueda fugarse con un extranjero, salirse de la misma novela tramada como cautiverio de palabra y maldición que pronuncia el pueblo de Ixtepec; o bien, el hecho de que el objeto mágico de los cuentos de hadas o de series que venden cientos de miles de ejemplares, un anillo, sea el pivote de la tragedia de una joven y su madre cuyo destino es ser violentadas y desde ese dolor desparecer como ahora y siempre, todo eso configura un hito, me atrevo a decir que también un mito, apenas pronunciado, reconocido en su justa dimensión.

De tal manera que sí, celebro las notas de esos periódicos, por cierto, no mexicanos la mayoría, subrayando el hecho de que a la Garro hay que seguirla poniendo en su lugar. Agrego que, sin compararla con otros, sin obedecer a la medida del falo creador, sin seguir la ruta de la invención masculina porque no está mal si en literatura esos caminos contienen testosterona, el problema es cuando huele a mujer lo que se crea con luz tan potente que se envidia. El problema, ciertamente, es que se siguen endiosando las rosas amarillas que ni tan originales, las mariposas y las vírgenes desnudas voladoras. El problema es que no se cambian los renglones de los encabezados para contraponer otra narrativa al borrado de nuestra palabra, de nuestro ingenio.

Sin embargo, nunca es tarde para comenzar. Se me ocurrían diferentes títulos para esta columna. Sé que por ahí hay un hilo del cual tirar para un ensayo más profundo. Pero comencé hablando del masculinómetro y no sería congruente con la molestia que identifico si no me atrevo a un encabezado largo donde a la Garro se le compare con otra gran escritora viva. Y no, no me disculpo. Alguien tiene que abrir otro camino.

*Escritora