La reinauguración de la plaza de toros México reanimó un debate ⎯muy sano⎯ sobre la manera en la que los seres humanos nos relacionamos con otras especies. En dicho debate, se han hecho presentes argumentos muy variados, incluso, opuestos.

Por un lado, hay quienes creen que las corridas de toros representan un tipo de prácticas que implican violencia injustificada y deberían ser abolidas. Deseo hacer explícita mi postura desde el inicio: formo parte de quienes piensan de esta manera. Sin embargo, también considero importante hacer un esfuerzo por entender las razones de quienes apoyan la tauromaquia (y que, en general, no ponen en un lugar central el tema de la violencia hacia el resto de las especies con las que compartimos el mundo).

Yo diría que para ellas y ellos se trata principalmente de un tema de libertad. Por ejemplo, en una nota de opinión publicada hace unos días en el diario Milenio, Gil Gamés plantea que quienes asistieron a la reinauguración de la plaza lo hicieron “porque se les daba su regalada gana y habían pagado su boleto y les gusta el espectáculo de la corrida de toros. Muy fácil, a los que no les guste el toro que no vayan, o que se tomen dos gramos de Tafil y se duerman el domingo de las cuatro a las siete” [1]

Ojalá la solución fuera tan simple, pero no lo es. Aquí hay que tomar en cuenta aspectos tanto naturales como sociales (especialmente, éticos). Por la forma en la que se ha desarrollado nuestro planeta, las especies tenemos que convivir. No es algo que elijamos o podamos cambiar (salvo casos muy excepcionales). Entonces, el debate debería tomar en cuenta las formas en las que nos relacionamos. Si es inevitable que compartamos el mismo espacio, ¿cuál es la mejor manera de hacerlo?

Llama la atención el título que eligió Gil Gamés para su columna: “Animalismo no es humanismo” (tomando prestada una frase de Fernando Savater). Aquí, el autor intenta defender su postura pro taurina y criticar a opositores. Señala, por ejemplo, la agresividad con la que protestó un grupo de animalistas: “algunos lograron escalar la reja, pero al no poder ingresar lanzaron piedras y botellas. Muy bonito, en defensa de los toros, estos ‘animalistas’ agredieron a los ‘personistas’[…] Es que de veras, el animalismo no es humanismo”.

De nueva cuenta, estamos ante una lamentable simplificación. La agresividad o franca violencia se expresó por ambos lados. Hacer hincapié sólo en uno de ellos no es el mejor camino porque, en primer lugar, no fue así y, por lo tanto, no nos ayuda a analizar adecuadamente el fenómeno. En segundo lugar, la postura del autor no trata de comprender las razones antitaurinas y, después de ello, contrargumentarlas; desde mi lectura, el texto pretende descalificar de antemano posturas contrarias a la propia sin intentar el difícil, pero valioso camino de adentrarse en pensamientos diferentes e, incluso, contrarios (hay que señalar que, en algunas ocasiones, ello también se hace presente en quienes nos oponemos a las corridas de toros).

Regreso a la pregunta que planteé antes: si es inevitable que compartamos el mismo espacio, ¿cuál es la mejor manera de hacerlo? Un buen camino es el respeto por el dolor ajeno. A diferencia de la idea de libertad que defienden las y los protaurinos, quienes nos oponemos hacemos uso de argumentos de igualdad. No se trata de colocar al resto de los animales (nosotros también lo somos) como exactamente iguales, pero ⎯desde mi perspectiva⎯ tampoco se debe llegar al extremo de justificar que la vida de otras especies sea decidida por los humanos debido a una supuesta superioridad en todos los sentidos.

Los seres humanos somos animales especiales. Precisamente por eso hay que destacar que, hasta el momento, somos la única especie que ha desarrollado la filosofía y, dentro de ella, la ética. No hay duda de que los toros sufren durante las corridas; por lo tanto, si nuestro entretenimiento implica el sufrimiento de otros, hay un debate ético.

Si prohibimos las corridas, ¿tendríamos otras formas de entretenimiento? Sí, y mucho más sanas. Entonces, en este caso, me parece que el argumento de la igualdad es superior al de la libertad (un tema sin duda valioso). En términos éticos, la libertad debe tener sus límites; por ejemplo, cuando nuestras acciones violentan a los otros.

La justificación a las corridas de toros se sustenta en la idea de que los seres humanos somos más importantes o mejores que el resto de las especies. Estamos ante un tema complejo, pero vale la pena preguntarse de entrada: ¿mejores y más importantes según qué parámetros de medición? Si vemos los estragos del cambio climático, la idea de superioridad se viene abajo (en efecto, hay argumentos ambientales que no pude desarrollar por cuestiones de espacio, pero son sin duda trascendentales).

Por ello y otras cosas, ¡no a las corridas de toros y a todo espectáculo que implique sufrimiento ajeno!

* Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora.

[1] Fuente: https://www.milenio.com/opinion/gil-games/uno-hasta-el-fondo/animalismo-no-es-humanismo