Segunda Parte

 

El amor a ciegas, ese vástago indemne de Poros y Penia, la necesidad y el recurso: mendiga que se cuela en un banquete, joven cuya madre ahorradora, la previsión, cae rendido ante el sometimiento y la admiración de aquella sin más que su cuerpo, su posibilidad. Penia halaga. Penia hace sentir único a quien teniéndolo todo puede gastarlo en aventuras. Por eso somatiza la culpa de su privilegio, o bien, el que disfrute del placer malsano de saber que existen quienes tienen que humillarse, por eso cede ante Penia, porque el abismo embriaga en nombre del poder y el poder es más jugoso que la ambrosía.

La cópula entre ambos origina a Eros, representado más tarde por un querubín que no ve, pero con flechas multidireccionales. Si tienes la mala suerte de ser atravesado por la que no te tocaba, la herida será más honda. O no. La herida siempre es profunda porque no nos enamoramos de la persona correcta, si lo fuera, no nos enamoraríamos. Esa lógica, sin embargo, está sobrevalorada o, mejor dicho, aceptada sin cuestionamientos. Igual que la idea que el amor duele por intenso, ergo, por real, un rayo que se cruzó por tu camino como a Juan Diego una virgen. Es decir, el carácter atribuido al amor ciego es un ethos religioso porque sus preceptos resultan, aparentemente, más fáciles de practicar, basta con dejarse arrobar ante lo inevitable: la presencia u omnipotencia de los dioses, igual que en la antigüedad de sacrificios visibles, no ocultos como en nuestra época en la que comenzamos a advertirlos vía lenguaje y claro, vía trauma o herida.

El idioma del dolor, si bien posee género y número, habita su propia casa, la del ser, en la confusión de una ceguera que transmite el amor. Pero cuidado, su intensidad en sentido contrario de una pinta en el oráculo de Delfos: “Nada en demasía”, erosiona al sentimiento como esqueleto que para encarnase necesita principios de realidad asumidos, trabajo, le dicen algunos, o ejercicios de tolerancia del otro, de aceptación, de danza en la que te tomo y te suelto para que vuelvas. Desgraciadamente, para la mayoría de los amantes de este mundo esa ejercitación del sentido común es cada vez menos frecuente en un tiempo de narcisos floreando en todas las pantallas de la vida online que nos secuestra a diario en nombre de la necesidad de existir en el universo virtual que detenta nuestras relaciones, pues su hegemonía es ya la única realidad contable.

Por eso la gente busca emparejarse desde el redismo social diseñando una identidad tan falsa como exitista que mientras mejor mienta, más popular, asequible, atractiva resulta. Un ejemplo, mientras mejor esté truqueada la foto del perfil, con filtro, pero que no se note, tomada justo desde el ángulo más benigno, más posibilidad de seguidores, de likes, de las estrellas de un capítulo de la serie de Black Mirror donde se mide hasta el blanco de tus dientes o esa manera de hablar que “caiga bien” en el ciberespacio. Conclusión: los que no retocan sus fotos, los que no aparentan ser lo que no, los que no se resisten o se apartan por voluntad de poder o de vergüenza, tienen pocas posibilidades, el mismo vértigo de cualquier red social los aparta, los escupe porque también es darwinista.

Hablando de Darwin y evolución, me topé hace poco con uno de los libros más vendidos del mundo, Sapiens, de Yuval Noah Harari. No encontré gran contendido más allá del fenómeno editorial global. Recordar que nuestro devenir de animales a dioses señala peligros como el de la AI que sí va a reemplazarnos al volverse un único dios o amo y por lo mismo tendremos que aprender a adaptarnos como siempre para sobrevivir, lo cual puede significar aprender a ser nuevos tipos de esclavos en un orden evolutivo que nos salta como nosotros saltamos a los monos, no es del todo original. Asusta, sí. De cualquier modo, sometidos ante el dinero o el amor, dioses que sí reconocemos hasta ahora, la necesidad de enamorarnos, de atravesar el paraje de las ilusiones románticas con promesas de redención y cambio, de una vida mejor en compañía de un par que me comprenda, seguirá estando presente. Si algún día la inteligencia artificial consigue emociones, la espinosa incertidumbre del amor será también su síntoma.

*Escritora