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Y halló mandrágoras en el campo

 

“Eran los tiempos en que la cincoenrama poseía aún todo su poder, en que en las tiendas de las ciudades se vendían mandrágoras cogidas de noche al pie de los patíbulos”. Así comienza La condesa sangrienta de Valentine Penrose, novela sobre Erzsébet Báthory, la condesa del siglo XVII que pasó a la historia, entre otras cosas, por bañarse en sangre de doncellas [1].

Cincoenrama (Potentilla reptans) y mandrágora (Mandragora officinarum) son dos de las muchas plantas que, de la antigüedad a la Edad Media, se consideraron medicinales e incluso mágicas, como lo fueron, entre muchas más, la adormidera (Papaver somniferum), la belladona (Atropa belladona), el estramonio (Datura stramonium), los beleños negro y blanco (Hyoscyamus niger y Hyoscyamus albus). Curiosamente, estas cuatro plantas se asociaron fuertemente con la brujería, seguramente por sus efectos psicoactivos. Del efecto narcótico del beleño surge el verbo embeleñar, cuyo sinónimo es “embelesar”, lo que recuerda lo que se dice en México sobre el efecto del toloache; toloache y estramonio son la misma planta. El estramonio, los beleños y la belladona son de la misma familia botánica: solanáceas. Quizá no les suene, pero es la misma familia botánica de plantas que comemos todo el tiempo: papas, jitomates, berenjenas y nuestros amados chiles.

Para Dioscórides (siglo I), la cincoenrama (Potentilla reptans) podía aliviar desde dolor de dientes y articulaciones hasta disolver escrófulas y ser eficaz contra “venenos mortíferos”, mientras que la raíz de la mandrágora “parece ser productora de filtros amorosos” y para tratar a quienes “padecen de insomnio, a los que tienen muchos dolores o a los que quieren anestesiar para operarlos o cauterizarlos”.

Si hay una planta que atraviese la imaginación, el arte, la literatura, el cine, la ciencia y el pensamiento mágico es, sin duda, la mandrágora. No solo es mencionada por Dioscórides, está presente en la Historia natural de Plinio, quien explica que quienes “vayan a arrancar la mandrágora deben evitar el viento de cara, hacer tres círculos alrededor con una espada y cavar la tierra mirando hacia el Oeste”. También es mencionada en el libro del Génesis (30:14-16): “Fue Rubén en tiempo de la siega de los trigos, y halló mandrágoras en el campo, y las trajo a Lea su madre”. A las mandrágoras se les atribuían cualidades afrodisiacas y benéficas para la fertilidad (Lea necesitaba concebir un hijo de Jacob).

En la Edad Media las mandrágoras tienen una presencia enorme. Se instauran en el imaginario de la época y son representadas de múltiples formas artísticas, cada vez más humanizando sus raíces. En el Siglo XII, Hildegard von Bingen [2] escribió Physica. Libro de medicina sencilla, un tratado en el que describe usos y cualidades de plantas. De la mandrágora destaca sus cualidades medicinales, pero también las mágicas, y explica que como se asemeja al hombre, la influencia del diablo se siente más en ella. Las representaciones humanizadas de esta planta son propias de la Edad Media, ese será el momento en que el imaginario de la mandrágora se consolide. En muchísimos herbarios y tratados de medicina aparecen las dos especies, macho y hembra, con cuerpos humanos por raíz, debajo de las hojas y frutos. (vean las ilustraciones que acompañan la columna). De acuerdo con Herbert Baker, en 1889 se analizó químicamente la raíz de mandrágora, encontrando varios alcaloides, entre ellos escopolamina, sustancia aún usada para prevenir el mareo por movimiento y llamada en medios burundanga o “la droga de la violación.”

Con el desarrollo de la ciencia se han ido conociendo las propiedades de las antes llamadas plantas mágicas, catalogando las sustancias en ellas y, en muchos casos, teniendo usos para ellos, como el caso de la escopolamina. La lista de sustancias y fármacos que hemos obtenido de las plantas es muy grande, por no decir enorme.

La morfina se extrae raspando los frutos de las amapolas (Papaver somniferum); estas plantas de la familia papaveraceae son anuales, originarias de Europa y han sido usadas con fines medicinales desde la Grecia antigua. Las semillas de estas plantas, por cierto, están libres de alcaloides y se usan panes y repostería.

De la corteza de los árboles del género Cinchona, originarios de Perú y Bolivia, se obtiene quinina, el primer medicamento utilizado para tratar el paludismo. La quinina corta el ciclo de vida los plasmodidium, parásitos que producen malaria o paludismo. La efectividad de la quinina hizo que se talaran miles de árboles. Según Alexander Von Humboldt, tan solo en la provincia de Loja, en Ecuador, se cortaron 25,000 árboles en 1805. Actualmente el árbol de la quina está en peligro de extinción en su lugar de origen, después del saqueo llevado a cabo por décadas, mientras que Asia tiene las mayores plantaciones del mundo.

México no está libre del saqueo de nuestras plantas, como el caso de las plantas del género Dioscorea, enredaderas que forman una enorme raíz leñosa, originarias de Oaxaca y Veracruz. De las dioscóreas se extrajo diosgenina, un esteroide que sería clave para el desarrollo de las píldoras anticonceptivas. Gracias a una planta mexicana existen anticonceptivos orales, sin embargo, los nombres que más sonaron y han permanecido en la historia de los anticonceptivos no es el del mexicano Luis Ernesto Miramontes Cárdenas, sino los de Carl Djerassi y George Rosenkranz, es más, aún ahora hay un premio de salud llamado el “Premio Rosenkranz” que entrega Funsalud y Roche. La historia completa la pueden leer en Laboratorios en la selva. Campesinos mexicanos, proyectos nacionales y la creación de la píldora anticonceptiva de Gabriela Soto, publicada por el FCE.

No son pocas las plantas “descubiertas” por los países dominantes y llevadas a sus territorios para su beneficio. Entrecomillo “descubiertas” porque esas plantas ya tenían una historia cultural cuando los conquistadores llegaron para hacerlas suyas. La historia y el conocimiento de las sociedades que desde mucho antes usaban esas plantas prácticamente dejó de importar y no obtuvieron ningún beneficio del uso por parte de los países ricos. Lo que hoy llamaríamos biopiratería y que implica una más de las formas de imperialismo de las naciones más poderosas.

[1] Erzsébet ha sido motivo de muchísimas obras, recomiendo, además del libro de Penrose, La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik, en la edición de Libros del Zorro Rojo ilustrada por Santiago Caruso, y la película Cuentos inmorales de Walerian Borowczyk (1974), una de las cuatro historias de la película es sobre la condesa.

[2] Para quien no haya escuchado hablar de ella, Hildegard von Bingen fue una mujer excepcional de la Edad Media. Fue compositora de sinfonías polifónicas, poeta y visionaria (en el sentido de visiones místicas), artista, física, abadesa y montón de cosas más. Recomiendo mucho buscar su obra musical y escrita.

*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante

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