Formatos de lectura

Si alguien merece ser llamado el inventor del e-book o libro electrónico es Michael Hart, que lo hizo cuando las computadoras y las redes electrónicas estaban en sus primeros balbuceos. A él se le ocurrió fundar el Proyecto Gutenberg para conformar una biblioteca de libros electrónicos gratuitos a partir de libros físicos de dominio público.​

Hace poco se cumplieron 12 años del fallecimiento de Michael Hart. El fue quien dio vida, en julio de 1971, al referido Proyecto Gutenberg cuando después de obtener su cuenta personal en la sala de cómputo de la universidad de Illinois capturó su primer libro: la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Ese interés por transcribir libros lo hizo guiado por el gusto que tenía por la lectura y, también, como una forma de sacarle provecho al tiempo asignado en la sala de cómputo. Pronto se embarcó en capturar obras de Shakespeare, Homero o la misma Biblia. Para 1982 ya había registrado más de 300 libros que cualquiera podía descargar en sus equipos de cómputo. Hart creyó que con el correr del tiempo esos libros estarían al alcance de un público más amplio, ya que habría cientos de miles de equipos interconectados; pensó que poner a disposición de los usuarios libros de dominio público en formato electrónico era una buena manera de fomentar la cultura y el hábito por la lectura.

Si bien mucho antes de Hart ya se habían registrado intentos de dar vida a soportes de lectura electrónica: en 1919 se dio a conocer el «Book Kinetoscope», de Alva Edison, que permitía ver imágenes de libros en movimiento, al cual le siguió el «Projected Book», que usaba un proyector para mostrar las páginas de un libro en una pantalla. Sin embargo, ambas propuestas eran artefactos inmanejables que propiamente libros electrónicos. Gracias a la computadora fue que se empezó a hablar de libros electrónicos o de incipientes e-books. Al final, el Proyecto Gutenberg fue una manera de contrarrestar esa idea que Irene Vallejo ha dicho: «a lo largo de los siglos, la desidia y el olvido han destruido aún más libros que la censura o el fanatismo».

Fue a partir de la última década del siglo XX, con la masificación de internet, que los libros electrónicos despegaron, se popularizó la lectura en formato digital. El libro electrónico se empezó a leer en múltiples dispositivos y/o pantallas: en un lector de libros electrónicos o e-readers, tabletas, smartphones o incluso computadoras. Pero empezaron los desencuentros.

Fue en este momento que se multiplicaron las expresiones polarizadas por el libro electrónico. Para muchos amantes de los libros, la imperturbable inexorabilidad de libro se trastocó, surgió un caudal de tonos y expresiones nostálgicas porque se pudiera poner fin al aroma de las páginas y porque la armonía de la tinta se pudiera extraviar para siempre. Quienes habían pasado su vida entre libros de papel, que los consideraban tesoros invaluables, se imaginaban que el libro convencional se extinguiría. La era del libro electrónico aparecía en el horizonte como una sombra inexorable que preludiaba la conclusión de lo tangible.

Para otros en cambio, los jóvenes en particular optaban por hacerse de e-readers para cargarles muchos libros y de prescindir de una biblioteca física. Para estos amantes de la lectura el inagotable universo de palabras, metáforas y expresiones oníricas ya no era dominado por la tinta y el papel, ya que surgía una nueva era de conocimiento, de entretenimiento, donde los libros electrónicos eran lo de valía. Las pantallas electrónicas, reflejaban la imaginación, eran el lugar en donde los personajes cobraban vida, donde fluían pasiones y emociones. Para ellos ese era uno de los ejemplos más notorios o al menos una advertencia de que se estaba en las postrimerías del libro de papel.

Para los amantes del formato electrónico, los e-books se afianzaban por sus ventajas como la portabilidad: en un solo dispositivo se almacenan miles de libros, llevar una biblioteca en un e-reader. Además, permitían ajustar el tamaño del texto, la fuente y el espaciado de acuerdo con las preferencias del lector, lo que se traducía en una personalización de la experiencia de lectura. Por si fuera poco, no había límites ni barreras para su existencia: los libros viajaban con las personas a cualquier lugar y daban luz en la oscuridad.

Lo cierto es que el libro en papel sigue siendo vigente para un sector importante de amantes de la lectura. Es algo insustituible, como lo expresa Roberto Casati (Elogio del papel). Para los apasionados por el libro convencional, su valor radica en la experiencia táctil, el solo contacto con el papel al momento de cambiar de páginas es una experiencia incomparable, si a eso se agrega el disfrute del olor del papel, de tener un librero con libros que pueden ser tomados en las manos se está ante un goce que no puede suplantarlo un artefacto electrónico. Para muchos, el libro en papel encarna una conexión más profunda con la historia y la cultura de la lectura.

Pero como ha referido Irene Vallejo en El infinito en un junco, el libro es por antonomasia un artefacto cultural universal que ha sobrevivido a lo largo de los siglos gracias a la insaciable curiosidad de los humanos por contar historias, por preservar y transmitir el conocimiento y transformar su entorno social. A lo largo de la historia del libro la constante siempre ha sido el cambio, lo destacado es que, aunque el formato pueda ser reemplazado, lo que perdura es el contenido, el amor por la lectura y la importancia del libro como fuente de conocimiento y placer. Lo importante es que el libro siga siendo un compañero inestimable del viaje a través de las palabras, de atmósferas, de conocimientos, historias y mundos que atesoran.

La coexistencia del libro electrónico y el convencional no definen sólo un ajuste tecnológico en el ámbito de la lectura, sino que expresa la manera en que la civilización contemporánea concibe el acceso al conocimiento, a la narrativa y al entretenimiento por la lectura. La llegada del e-book no solo es cosmética, no se circunscribe únicamente a la manera en que se consumen los libros, sino que también ha repercutido en la configuración de la industria editorial, en la relación de los autores con el acto de publicar, de la relación que los libros guardan con los algoritmos en un insaciable mercado que todo lo deja en manos de entes artificiales que son quienes recomiendan lecturas con base en el mero consumo de obras pasadas.

Lo cierto, que estos encuentros y desencuentros entre lo digital y el papel han mostrado que el libro electrónico ha reafirmado que el acto de escribir es una manera de prolongar la vida de la memoria, de impedir que el pasado se difumine para siempre, que los múltiples paladares por la palabra escrita la sigan disfrutando. Tal como también se lo propuso, en el fondo, Michael Hart.

@tulios41