loader image

Treguas y frenos a la IA (Primera parte)

Antulio Sánchez*

Ninguna tecnología debe ser vista como un remedio infalible, como un instrumento que sólo causará el bien o que es neutral per se. Pero despotricar contra las mismas apenas las conocemos o recién surgidas tampoco es sensato. No es extraño que a lo largo de la historia el camino del desarrollo tecnológico esté empedrado de apocalípticos e integrados, para parodiar a Umberto Eco, de quienes ven en todo producto tecnológico la representación del averno y quienes consideran que todo avance tecnológico trae solo bien y es camino hacia el edén. Por eso no extraña lo que hoy sucede con la Inteligencia Artificial (IA). 

Esto se ha recrudecido con el uso de los LLM (grandes modelos de lenguaje) como es el caso del GPT (Transformador generativo preentrenado), que es un modelo de aprendizaje profundo usado en la generación de texto y otros contenidos.Como cualquier objeto tecnológico, la IA merece ser cuestionada y criticada. Pero pensar que la misma es el pasaporte rumbo al apocalipsis parece trasnochado, aunque en algunos casos las críticas provienen de quienes tienen sus particulares intereses en el campo de las nuevas tecnologías y de la misma IA. 

Todo esto viene a cuento porque hace días se dio a conocer una carta abierta escrita por las investigadoras Timnit Gebru, Emily M. Bender, Angelina McMillan-Major y Margaret Mitchell (t.ly/YGDBq), que responde a otra carta publicada por Future of Life, firmada a estas alturas por miles de científicos e investigadores (t.ly/Cilx). En su carta, las investigadoras no solo responden por ser citadas en el documento de Future of Life, sino también para precisar su postura en torno a la petición de los firmantes de que «todos los laboratorios de IA […] pausen inmediatamente durante al menos 6 meses el entrenamiento de los sistemas de IA más potentes que GPT-4».

Las autoras sostienen, como especialistas que son de ética de IA, que el problema no son los productos tecnológicos como tal, sino cómo se diseñan. La IA ya no requiere de visiones catastróficas para plantear o vaticinar problemas que son reales. Desde hace años se viene señalando, a lo largo y ancho del planeta, en un amplio catálogo de textos y papers, los efectos de la IA en la precarización del trabajo asalariado en favor de la automatización, el auge de los trabajadores telemigrantes que multiplican la explotación laboral y el abuso de los empleados a base de clics, la desinformación que se burla y se ensaña con las minorías, los algoritmos que reproducen y refuerzan las desigualdades e incluso que poco a poco sustituyen los servicios públicos.