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Hugo Carbajal Aguilar

Desde hace algunos años se inició en las Instituciones de Educación “Superior” (Tecnológicos, Politécnico) Pública lo que ha sido llamado el Nuevo Modelo educativo para el Siglo XXI con tendencia a someter la Educación a las necesidades del mercado. Este Modelo no surgió de un debate nacional entre la base trabajadora o entre algunos de sus representantes más conspicuos. Simplemente se empezó a imponer en dichas instituciones como una decisión autoritaria que se buscó justificar por diversos medios.

Bajo un esquema llamado pomposamente Programa de Innovación y Calidad (PIC) inició su presentación con la tajante e indiscutible frase: El PIC fue emitido por el Ejecutivo Federal. La intención consistía en lograr que no se dudara de que –al ser así- este programa, esquema, modelo, adquiriría por ese solo hecho el carácter de objetivo, científico e irrefutable dado que el Ejecutivo Federal (como es de todos sabido) es infalible. Esta iniciativa provino del sexenio foxista y se continuó con denuedo y tenacidad con Felipe Calderón y Peña Nieto

Pues bien, este PIC consideraba a toda institución pública como una empresa con el avieso fin de medirlas con el mismo rasero, certificar su funcionamiento y avalarla con un diploma y una presea. Lo que no se decía es que a toda aquella institución que obtuviera la “estandarización” de sus procesos (sic) se le otorgaría má$ apoyo. El modelo de calidad –afirman- es una guía, una herramienta para el diagnóstico, evaluación y promoción de la cultura de calidad y un modelo (eso, el modelo es…un modelo) hacia el desarrollo y crecimiento competitivo. Más adelante se echa mano del discurso rico en conceptos tales como: liderazgo, planeación, administración, gestión y mejora de los procesos, desarrollo del “capital humano” …así como su impacto social.

Todo el proceso educativo tanto en su ejecución como en su administración y en su evaluación quedaba sometido a criterios mercantiles. El propósito era –y es- hacer de nuestros estudiantes mano de obra certificada para las empresas. El alumno y el maestro quedarían así considerados como una parte –importante si se quiere, pero parte al fin- de toda la maquinaria empresarial.

Este Modelo está en consonancia con el proyecto económico Neoliberal y el TECNM se incorporó prontamente a la tradicional tarea de elogiar cuanta iniciativa proviniera del gobernante en turno y –en materia educativa- se sumó a la idea prevaleciente que en este caso específico consiste en someter la Educación “Superior” a las necesidades del Mercado tal y como lo indican las poderosas instituciones, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). No hay referencia ninguna al cómo se va a ejecutar este genial descubrimiento hecho por expertos ni mucho menos bajo qué circunstancias específicas, elementos o –como a ellos les gusta- “parámetros” va a evaluarse ni por quién, aun cuando sí señalan algunos “criterios”.

Pero, aquí en la descripción de alguno de estos criterios brinca la liebre, aparece el meollo del asunto, obsérvese con atención: satisfacción del cliente. Sí, hemos leído bien: c l i e n t e. Así, de un plumazo administrativo ingenieril se parte por la mitad toda una tradición histórica cultural y toda una filosofía de la educación que ha permeado, influido y formado a las generaciones anteriores.

Este es el caso que nos exige tomar posición crítica, tomar distancia de estas intenciones que pretenden ser obedecidas sin más. De algún modo hemos propiciado algún debate que no ha sido ponderado con suficiente atención pero que ya ha iniciado al menos. Ni siquiera se han advertido las consecuencias que acarrearía imponer este criterio en todo el esquema educativo de nivel profesional en nuestro país, consecuencias de orden social, cultural, ético.

Aquí, nuestra postura. Porque, yo entiendo desde mi limitado punto de vista que efectivamente hay clientes en las empresas comerciales; clientes en los mercados y tianguis, en las cantinas y bares; clientes tienen los abogados (respetuosamente); clientes tienen unas distinguidísimas señoras que trabajan en sitios decentísimos y que –previo acuerdo con el usuario en turno- le dan, ellas sí, satisfacción completa.

Pero ¿el maestro? ¿Tiene el maestro clientes? ¿Debe sujetarse esta tarea, acaso la más humanizante de todas, a términos de mercado? ¿Se hablará ahora de oferta y demanda de un servicio?

¿Consumidores…usuarios…precios…productos…? Todo aquello que se sujeta, en términos generales, a un esquema de mercado adquiere un precio, no un valor; su medición se da ahora en cantidades monetarias no en calidades humanas. Es más, se prostituye.

Seguiremos…

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