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Maximino Aldana*

Muchos de los problemas que enfrenta la sociedad contemporánea son consecuencia directa del crecimiento desmedido y no planificado de la población: escasez de agua potable, deforestación, tráfico vehicular, contaminación ambiental, la extinción irreversible de cientos de especies de plantas y animales, delincuencia, cambio climático, y muchos más.

A lo largo de los años hemos visto como los cerros y montañas que rodean al Valle de México se han ido poblando cada vez más hacia arriba sin que haya proyectos de desarrollo urbano que garanticen las mínimas condiciones de seguridad, comodidad y esparcimiento a sus habitantes.

México ocupa el lastimoso primer lugar en los países de la OCDE con mayor número de embarazos de mujeres adolescentes entre los 9 y los 19 años de edad (¡sí, hay reportes de niñas embarazadas de tan sólo 9 años de edad!). De acuerdo con los datos publicados por el INEGI en el 2021, el 17 por ciento de los embarazos que resultan en parto ocurren en este rango de edades, en el cual ni la madre ni el padre tienen la madurez intelectual, emocional, psicológica ni la estabilidad económica para criar adecuadamente a una hija o un hijo. Si extrapolamos esta cifra a toda la población mexicana, que actualmente llega casi a los 130 millones de personas, entonces cerca de 22 millones fueron producto de partos de adolescentes. Las consecuencias de tener hijos no deseados son terribles y las estamos viviendo todos.

Sin embargo, este problema es un tabú del que no se habla, mucho menos se trata de resolver. La gente espera que problemas derivados de la sobrepoblación (tráfico vehicular, contaminación ambiental o cambio climático), se resuelvan por medio de soluciones inteligentes, casi mágicas, aportadas por la ciencia y la tecnología: se hace entonces investigación en energías renovables y materiales biodegradables, se construyen más distribuidores viales, se diseñan automóviles eléctricos, y todo esto está muy bien.

Pero el verdadero problema que está detrás de una gran cantidad de calamidades sociales, que es la sobrepoblación, simplemente no se plantea. Curiosamente, este problema ya está técnicamente resuelto: las pastillas anticonceptivas, los preservativos, el DIU, la salpingoclasia, la vasectomía, y los avances recientes en el desarrollo de fármacos anticonceptivos para hombres, son sólo algunos ejemplos de las aportaciones que la ciencia y la tecnología han hecho para controlar la tasa de natalidad de forma muy eficiente.

¿Por qué entonces, con todos estos métodos, algunos de ellos existentes desde hace ya muchos años, no se ha podido controlar la sobrepoblación? Porque es un problema complejo que va mucho más allá de las aportaciones técnicas que puedan hacer las ciencias exactas y la tecnología, y en el cual intervienen factores culturales, creencias religiosas, ideologías provida, políticas de desarrollo social y económico, violencia sexual contra la mujer, pero, sobre todo, el hecho evidente de que hemos decidido, como sociedad libre y soberana, no hablar del problema del crecimiento demográfico desmedido. Todos y cada uno de nosotros somos responsables de este problema, pero es una responsabilidad que nadie quiere asumir. ¿Cuántas veces nos hemos quejado amargamente de estar atorados en medio del tráfico sin darnos cuenta de que nosotros mismos somos el tráfico de alguien más?

Ningún ciudadano puede resolver individualmente el problema del crecimiento poblacional desmedido y no planificado. Es el Estado el único que tiene los recursos para hacerlo, pero yo no veo ninguna pista que indique que los líderes de nuestro Estado estén siquiera discutiendo este problema.

La evidencia nos ha mostrado que, si no existen políticas para frenar la tasa de crecimiento poblacional, entonces no importa cuántos distribuidores viales o segundos pisos se construyan, cuántos materiales biodegradables se inventen ni cuántos automóviles eléctricos se pongan en el mercado. La realidad de la sobrepoblación urbana siempre nos va a rebasar y seguiremos mermando las condiciones ambientales que permiten nuestra propia existencia. En el mejor de los casos, seguiremos siendo el tráfico de alguien más.

*Investigador del Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM en Morelos.