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EXHUMACIÓN

Hélène BLOCQUAUX*

Inefable, el tiempo se detuvo cuando, de puntillas, Anahí escombró a ciegas la parte superior del clóset de la recámara principal de su nuevo departamento. Una hoja voló como pluma esparciendo el polvo acumulado por meses o tal vez años. Anahí tosió mientras su perrito atrapaba la hoja con el hocico. Anahí logró extraer el papel ya perforado por el canino travieso y luego bajó por una silla para subirse a alcanzar la parte más recóndita e insospechablemente amplia del mueble adentro del cual aún no colgaba su ropa. Juntó varios sobres descoloridos, incluso se cortó con el vidrio de un marco roto sin fotografía. Con un curita puesto en el índice, Anahí se dispuso a revisar el contenido de los documentos sellados. Empezó por la carta estropeada fechada del 2 de marzo, sin año reportado. Ahí se contaba detalladamente una ruptura de relación; estaba destinada a Stefano y firmada por Stella. La mujer desesperada le suplicaba a Stefano jamás volverla a buscar. Anahí abrió los sobres y se percató que todos, a razón de uno por año, contenían la correspondencia asidua de la pareja. Conmovida como si ésta fuera su propia historia de amor, Anahí exhumó a través de su lectura las etapas del romance tormentoso entre Stella y Stefano a la manera de las novelas románticas que acostumbraba leer en vacaciones. Los timbres todavía pegados en los sobres contaban los viajes de Stefano a otras ciudades. En cuanto al domicilio de Stella, no se observaba cambio de dirección. De contenido, el estilo de las cartas volcaba a poético, culminando a la ruptura épica y la petición de destruir la correspondencia.

Su perrito trajo la correa en el hocico para significarle la hora del paseo diario en el parque del condominio. De regreso a su casa, Anahí quedó absorta en sus pensamientos. ¿quiénes eran Stella y Stefano, qué había sido de ellos? ¿Acaso los novios de las cartas eran los antiguos inquilinos de Adriana Fernández? Anahí decidió no quedarse con la lista de preguntas que su mente estaba elaborando. Su curiosidad naturalmente aguda e insaciable requería de respuestas.

La llamada con su casera resultó poco satisfactoria. Adriana recordaba a una mujer quien después de cinco años había abandonado el domicilio de un día para otro, rogándole disponer del mobiliario, de los efectos que ahí yacían y sobre todo le suplicó no pedir explicación alguna en torno a su huida. Adriana recordaba una voz realmente alarmada ese día de la última conversación que sostuvieron. Anahí insistió queriendo indagar la temporalidad en la que Stella había ocupado el departamento, sola o con su Stefano, pero Adriana sólo lamentó no poder aportar más información. Le pidió, sin embargo, le entregara los sobres por si se diera el remoto caso que uno de los novios se las solicitara en algún momento. Anahí se sorprendió del tono que buscaba ser casual. Escogió no verse descortés con Adriana a quien acababa casi de conocer, así que al día siguiente se presentó en su domicilio con el paquete de cartas anudadas con un listón rojo. Desde el umbral, el esposo de Adriana las recibió con delicadeza, sin emitir ninguna palabra más que una sonrisa apenas dibujada. Pero la luz prendida en sus ojos negros viajó a un tiempo familiar y conocido que Anahí no logró descifrar.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM