loader image

DES-ESPERANZA

Hélène BLOCQUAUX*

Penélope prendió con delicadeza varias velas aromáticas y las acomodó en su pequeño altar adjunto a la mesa del comedor. El olor suave del jazmín se instaló como un invitado inesperado en la mesa donde estaba servida la cena: tacos de pollo con guacamole, el platillo preferido de Silvana su hija adolescente, alegre desde el día de su nacimiento. La mujer se sentó y se sirvió únicamente un taco. Su hijo Goyo se había salido del trabajo más tarde que de costumbre, pero si algo no soportaba Penélope era esperar. A Ángel su esposo lo había esperado días, semanas y luego meses interminables hasta dejar de sufrir el día que quedó asentada la separación en el acta de divorcio.

La puerta de la casa se abrió y entraron abrazados Goyo cargando la maleta de su padre y con su inconfundible sombrero para tapar su pelo desaparecido desde su juventud. Penélope no pudo reprimir un “¿por qué regresaste?” al mismo tiempo que le abría el paso. Ángel se sentó junto a ella y se sirvió unos tacos que desaparecieron debajo de una abundante capa de guacamole. Goyo le dio un beso a su madre antes de sentarse también a la mesa. “No has dormido bien ¿verdad madre?” “Tengo pesadillas” contestó Penélope mitigando un imperceptible temblor en los labios y procurando no cruzar la mirada con Ángel. “¿Por qué regresaste?” preguntó por segunda vez la mujer, cuya voz se estaba quebrando. “¿No has entendido que ya no hay vuelta atrás; no se me va a quitar nunca el miedo?” Ángel respondió que también estaba sufriendo pesadillas y que, a lo mejor, regresando a casa con su familia, éstas se iban a dilucidar. Goyo se levantó para encender el televisor que había dejado de ser el protagonista principal de la vida familiar puesto que nadie quería escuchar noticias en el hogar. Sin embargo, hoy decidió hacerlo pese a la reprobación tácita de sus padres, quienes fueron a la cocina por más pollo en tostadas porque las tortillas calientes se habían acabado.

El timbre del teléfono de casa retumbó como un intruso en el comedor. Goyo se apresuró a contestarlo. Penélope y Ángel se asomaron queriendo, y a la vez no, escuchar la conversación. Ángel apretó la mano de Penélope intentando infundirle seguridad mientras él sentía un pánico visceral invadir su cuerpo. “No te angusties, mira, no es otra llamada anónima”. La mujer se llevó el plato relleno nuevamente al comedor. Goyo apuntó información en una libreta que sacó de su bolsillo. “¿están seguros esta vez? Ya no pueden salir mal las cosas, tienen que cumplir con su trabajo, es todo lo que les pedimos” dijo antes de terminar la llamada colgando la bocina. Indiferentes a la voz de la locutora televisiva quien cumplía con su misión de desgranar sin emoción visible los acontecimientos del día que involucraban las imágenes espeluznantes de la canasta de globo aerostático en llamas con los gritos de terror de los turistas y de una pareja acaecida en Teotihuacán. Ellos siguieron cenando en silencio. “Hay que seguir esperando” comentó Goyo, “es posible que mañana nos digan algo más”. “Algo estamos haciendo mal, bueno, eso creo” afirmó Penélope mirando fijamente a la foto de Silvana luciendo una sonrisa deslumbrante en el altar. “Silvana no está muerta, mujer, está desaparecida y te juro por mi alma que va a aparecer, pero no sabemos cuándo”.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM