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AMOROSIDAD

 

Betsy navegaba distraída en Facebook en un día sin gracia que reportar en particular, aunque experimentando un sentimiento extraño. Consultó varias publicaciones de opinión sobre temas de política nacional. Luego, se interesó por ver videos de perros y gatos ejecutando hazañas increíbles. Volteó a ver a los suyos y les preguntó si con entrenamiento podrían lograr saludar al gato del vecino en lugar de ladrarle sistemáticamente cuando éste se acerca demasiado a su territorio. Los perros la contemplaron preguntando con ojos casi llorosos que si la hora de las croquetas estaba cerca o no, antes de optar por proseguir con su siesta.

Una foto retuvo la atención de Betsy: un apetitoso salmón servido en un plato con una copiosa dosis de salsa de cacahuates y un nombre etiquetado arriba de la publicación digital. Por una decisión impetuosa que Betsy a la fecha no se ha podido explicar, entró a visitar el perfil del amigo referido. Además de la intrusión en una vida ajena, se sorprendió mandándole una solicitud de amistad, la cual resultó ser aceptada de inmediato. Pasaron varios días y Betsy seguía pensando en cómo entrar en contacto con el desconocido hasta que consiguió la coartada perfecta, misma que aquí no se revelará para no dar solución fácil a los lectores que se encuentren enfrentando una situación similar. Nada más se aclara que Betsy no etiquetó a su vez al hombre. Qué tal si a una amiga suya se le ocurriera la misma estrategia…

Se conocieron al otro día afuera del café con tulipanes anaranjados en las mesas. Del sabor del capuchino que tomó, ni se acuerda. Atrapados en su conversación desenfrenada, el tiempo parecía haber viajado a otro planeta seguramente muy lejano. Se contaron sus vidas en modo resumen de artículo académico y sus manos se acercaron por otro azar inexplicable. Al despedirse, no supieron que decirse así que esperaron escasos largos minutos para seguir la conversación vía remota. El con su voz tan rasposa como sus manos y ella tan desconcertada que buscaba en su memoria qué palabras dejar asentadas en la mensajería.

De regreso a su domicilio Betsy revisó varios artículos académicos referentes al frenesí de los algoritmos para su trabajo de investigación actual.

Empezaron los mensajes de voz o de texto indagando a escondidas el sentir de la otra persona, haciéndose evidente para cualquiera la atracción mutua. Él publicaba fotos de su jardín mientras que ella dejaba un “me gusta”, no atreviéndose a comentar una foto espectacular y sensible de los árboles después de la lluvia subida a su red social.

Conversaban entonces sobre temas fútiles para salvar las apariencias y no ser el primero en reconocer la emoción provocada durante su primer encuentro en el café. Betsy pasaba frente al lugar a diario, recordando los saltos al corazón que su vista había provocado en ella. Era asombroso constatar que las fotos de su perfil mostraban un hombre cuyo atractivo era muy variable según las tomas. En ellas no se podía apreciar ni su carisma ni la fuerza de su mirada en presencia. Él había percibido su vulnerabilidad a flor de piel así que no dudó en la sinceridad de sus sentimientos difíciles de seguir escondiendo.

Esta noche acordada después de algunos imprevistos, él acudió a su departamento con un tulipán en la mano; ella había preparado salmón con salsa de cacahuate.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM