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IMPOSTURA

Hélène BLOCQUAUX*

A Conchita no le quedó otro remedio que acudir con Gus el Tuerto, sanador espiritual, médium, angelólogo. Se notaba lo reciente de esta última mención por la pintura aún fresca en el casi mural de la fachada de una casa sobria del centro, en el que lucía un hombre con turbante y ojo parchado, pero con una sonrisa consagradamente sabia en los labios.

Gus había descubierto su talento por accidente cuando en la escuela preparatoria aprendió oratoria. Su maestro le vaticinó un futuro prometedor como político si aceptaba también seguir un curso intensivo de retórica. Como por arte de magia, la vida de Gus cambió al descubrir el poder de las palabras aunado a la tesitura inconfundible de su voz.

Al llegar Conchita intentó leer la palabra que había sido borrada y sustituida por la

aquella referida a la comunicación con la comunidad angelical. Pese a la cálida recomendación de su comadre y de un anuncio radiofónico, Conchita entró dubitativa a la sala de espera del experto en ahuyentar energías y presencias negativas.

“Todo empezó cuando me caí en la calle por un tabique desprendido de un muro. Ese día un coche, en lugar de detenerse para averiguar en qué estado me encontraba, aceleró y me aplastó la mano izquierda. Al médico que me atendió, se le olvidó un trozo de gasa adentro de la herida misma que se infectó. Casi la pierdo a no ser por mi comadre que me llevó al centro de salud de emergencia. Durante la consulta olvidé mi bolso del cual ya nadie me supo dar razón…”

Gus detuvo el flujo del relato con una voz suave y firme a la vez. “Es que a usted la embrujaron doña Meche, pero a partir de hoy, su vida va a tomar otro rumbo, un camino más grande que el que usted ha conocido hasta este momento, gracias a este talismán milagroso que va a portar día y noche”.

“Soy Conchita, no Meche” Don Gus” comentó la clienta, deslumbrada por el destino que se iluminaba súbitamente ante ella.

“Fue Meche, la telefonista en otra vida, de ahí mi atrevimiento a referirme a su verdadero nombre. Póngase de pie ahora, le voy a espantar toda la energía negativa con la que entró a mi consultorio”.

La esencia de sándalo se apoderó de cada rincón del lugar, conchita cerró los ojos para que no les entrara el humo. Gus pronunció una letanía que la mujer intentó memorizar para evitar una segunda consulta que el sanador estaba gestionando al comentarle lo acertado que sería tener una sesión especial la siguiente semana: “para reforzar el efecto del talismán”. Aliviada por las palabras reconfortantes del médium, aunque no tanto por los quinientos pesos que le quedaban de su quincena, Conchita salió del salón, con la sensación de iniciar una nueva vida que hasta su comadre le iba a envidiar. “Mi comadre no tiene tanta visión” asumió Conchita, pero debo reconocer que sí tiene buena suerte. La semana pasada, encontró de casualidad una cartera con bastante dinero”. Al voltearse de pronto porque se estaba percatando del camino opuesto hacia su casa que estaba tomando, vio destellos al casi estrellarse contra el mural del cual pudo leer el sello fiscal pegado detrás de la pintura: clausurado.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM