

Las causas multifactoriales del aborto
En México, como en muchos países de Latinoamérica la cuestión del aborto sigue siendo un tema tabú y, cuando se tiene a bien hablar de él, resulta escandaloso y culposo; culpa y responsabilidad que, aparte de la traumática experiencia, las mujeres siempre han de cargar. Pero hemos de comenzar a narrar, escribir y visibilizar factores que rodean y determinan este suceso, apartándonos por un momento del cotidiano, aunque no menos importante y necesario tema de la despenalización; que, a estas alturas, increíblemente, es una cuestión no superada en muchos estados del país.

En términos generales el discurso con el que se ha debatido el tema ha sido uno que proviene del lugar de la religión y de la moral, principalmente; aunque también desde la ciencia y la biología para determinar en qué medida el proceso y producto de la fecundación merecen el estatuto de embrión, feto, ser humano, ser viviente, etc. Aquí entran también las ideologías políticas, algunas más amigables que se animan a empatizar con esta circunstancia, otros (y de hecho la mayoría) allegándose del derecho de estigmatizar a las mujeres, de ponerse en actitud desdeñosa para decidir desde la superioridad moral y patriarcal qué ha de hacerse y cómo ha de castigarse el hecho.
Aparte de contestar a esos últimos planteamientos lo que diversos grupos feministas ya les han dicho, acerca de que las mujeres tenemos el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos, hay toda una serie de situaciones que no se dicen pero que están ahí y que coaccionan la decisión de abortar.
Se trata de condiciones que la propia estructura social reproduce pues, a estas alturas, dudo mucho que una mujer que tiene el apoyo del estado, de su pareja, de su centro laboral si es el caso, de su familia y la seguridad que en conjunto brindan estos elementos para dar un sentido de vida mucho más acogedor, decida, sin más, terminar con su proceso de gestación. Vamos, que hay que decirlo con todas sus letras: en México asumir el compromiso de la maternidad implicará sortear toda una serie de obstáculos, en la mayor de las medidas, en franca soledad y lucha.
Exento aquí a todos aquellos hombres, muchos de ellos que tengo la fortuna de conocer, amigos, hermanos, familiares, que a pesar de las difíciles condiciones sociales y económicas desean y ejercen una paternidad responsable y presente. Pero ello no impide que reconozcamos a nuestro país como uno de los que más padece el abandono o ausencias paternas, generando traumas y carencias de todo tipo en las infancias.

Durante mucho tiempo el único “permiso” que se otorgó a las mujeres para poder abortar fue por causa de violación o de que su propia vida estuviera comprometida. Hoy deberíamos de analizar de manera más profunda el fenómeno para entender que la responsabilidad es compartida entre quienes ejercen su sexualidad, hombres y mujeres; pero que la decisión se sujeta a una enorme variedad de circunstancias muchas veces penosas en el contexto de la vida de una mujer que toma esa decisión: desde su propia historia de vida hasta el paralizante miedo y frustración que generan la inseguridad de toda su sociedad. Insisto, desde las carencias provenientes del estado para integrar mecanismos y generar instituciones de asistencia y cuidado, hasta las de las propias parejas (cuando las hay) que, lejos de ser la guarida, el aliciente, son otro motivo que causa inseguridad a la hora de maternar.
Es entonces deseable pedir que, para que el Estado decida sobre este crucial y complejo proceso en la vida de las mujeres, debería entonces de trabajar para generar los mecanismos que garanticen e incentiven maternidades dignas. Antes de ocuparnos por el debate sobre qué es la vida, o no, en este contexto, es imprescindible ocuparnos (más el Estado) de las vidas presentes, de las vidas de las mujeres.
*Red Mexicana de Mujeres Filósofas /UAM-I
