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EXITOSO ESTILISTA DE CELEBRIDADES

 

El multifacético jojutlense Mark Mouniers es, además de estilista y creador de imagen, escritor, cantante y actor. El mayor éxito lo ha conseguido como peinador y maquillista de artistas de fama internacional. Sin alardes, sostiene que, con dieciséis champús hechos a base de frutas y vegetales, producidos y patentados con su marca, hoy posee un pequeño imperio. Humilde, se considera infinitamente bendecido, pero también agradecido y apoyador discreto de causas filantrópicas. Es creador de la frase: “Las noches se hicieron para soñar y los días para realizar los sueños”.

El siguiente es tan solo un extracto de su brillante trayectoria creando imagen de celebridades.

—Empecemos por tu origen: ¿dónde y cuándo naciste, de quién eres hijo?

— Soy un hijo de la menopausia, nací en Jojutla en mil novecientos y tantos. Mi madre, María de la Luz de Dios, me tuvo después de los cincuenta años. Don Luis Moreno fue mi padre.

— ¿Desde cuándo y por qué te estableces en California?

— De pequeño y adolescente pasé temporadas en los Estados Unidos. En esas idas supe que el fascinante Hollywood era mi mundo, que no tenía futuro si me quedaba en Jojutla. Recién egresado de la preparatoria creí llegado el momento de que, con todo el dolor de mi corazón tenía que dejar atrás el lugar donde nací, amigos, familia, cultura, comida. No iba solo, llevé cómplice, mi casi hermana Ruth Castañeda Cuéllar. Su mamá, la maestra Leonides, era mi ahijada porque la peiné y maquillé cuando se jubiló como educadora.

— ¿Ya eras estilista?

— ¡No, que va! Ni sé cómo le hice. Pero lo cierto es que fue la primera mujer famosa —un ícono de le educación preescolar— que confió ponerse en mis manos.

—¿Adónde llegas, con quién?

— Llego a Torrence, a casa de mi hermano Adolfo; él se había ido muy jovencito, ya estaba casado con Connie.

— ¿Qué hiciste, entraste a trabajar?

— Becado, estudié la carrera de estilista —diseñador de imagen— en la academia de Vidal Sassoon considerado el padre de la peluquería moderna.

— Terminada la carrera, ¿fue fácil encontrar trabajo?

— Mi hermano Adolfo me llevó a un estudio bastante grande y me dijo: “es tiempo de que inicies tu propio negocio. Te entrego esto. Tú lo harás crecer o lo desbarataras”. Era una responsabilidad increíble. Yo era un rebelde, irreverente, caprichudo. Auguraban que el negocio en seis meses moriría. Pero el negocio costeó mi especialización en Francia e Italia.

— ¿Por qué “Mark Mouniers”?

— Lo primero fue buscar un nombre que sonara bonito. Un experto mercadólogo sugirió Mark en lugar de Marcos; para el complemento pedí incluir las dos primeras letras de mi apellido paterno; así quedó Mouniers, que le da un toque afrancesado.

— ¿Recuerdas a tu primera clienta destacada?

— Fue la periodista cubana Winnie Sánchez de la revista Metropolitan. Siempre hablaba del personaje que iba a entrevistar, a Juan Gabriel, a José José, a Julio Iglesias. Sinceramente yo pensaba que inventaba. Un día dijo: “Chico, voy a entrevistar a la venezolana Bárbara Palacios, Miss Universo 1997”. Y me armé de valor: “Preséntamela, dile que yo la maquillo y la peino”. Eran las doce de medio día. Hizo una llamada y me dice: “Ya está, tú vas”. No le creí. Pensé que me tomaba el pelo. “Nos vemos en Santa Ana a las tres de la tarde, te paso la dirección”, me dijo al despedirse. A la una de la tarde me avisan que llama Winnie. “Seguro me va a salir con que siempre no”, pensé. “Marquiño –me dice— el chofer que la iba a recoger tuvo un accidente, por favor ve por ella al aeropuerto”. ¡Ay! ¿Qué hago? No podía ir por ella en mi carcacha. Pero tampoco tenía a la edad ni el crédito para rentar un auto. Me troné los dedos de las dos manos al derecho y al revés. No me quedó más que hablarle a mi hermano Adolfo, que andaba estrenando carro. En el aeropuerto, acomedido, le abrí la puerta del coche y metí su equipaje en la cajuela. En todo el camino ella platicó con su mamá. Al llegar con Winnie, preguntó: “¿Dónde está el chicho que me arreglará?”. “Es él”. “¿No es el chofer?, ay qué vergüenza” dijo apenada. Total, yo hice lo mío. Al terminar, recibí el mejor pago: “Me encargaré de que la gente conozca tu trabajo; con tan poquitos pinceles y colores hiciste un espectacular trabajo, me encantó”. “El que es perico donde quiera es verde”, contesté; la hice reír.

— ¿Después de la Miss Universo a qué otra famosa conoces?

— Ni más ni menos que a la periodista Cristina Saralegui, cuyo show era visto en la unión americana, centro y sud américa. El día que la peiné comentó: “Le voy a decir a mi estilista que tome clases contigo para que aprenda a darle vida a mi cabello”.

— He visto fotos donde estás con Jennifer López. Cuéntame de ella.

— Don Abraham Quintanilla me invitó a una rueda de prensa en que darían a conocer que se filmaría una película sobre la vida de su hija Selena. Yo acababa de entrar al elevador para subir a la conferencia; me acompañaba mi novia, hoy mi esposa. En eso llega una chica muy bonita de falda y saco sastre rosa pálido. Detuve la puerta para que entrara. “¿Eres periodista, vienes a cubrir lo de la película?”, le pregunté. “No. Voy a protagonizar a Selena, soy Jennifer Lopez”. Yo, la verdad, no tenía ni la más mínima idea de quién era. Sin embargo, me atreví a decirle que iba demasiado sencilla, que la prensa se la comería viva. “¿Me permites ayudarte en tu imagen?”, le propuse. Aceptó. Nos metimos a un baño de mujeres y de la bolsa de novia saqué un polvo, un labial, un color y una sombra. En menos de veinte minutos le cambié la imagen. “¡Qué bonita me veo!”, exclamó al verse en el espejo. En la rueda de prensa Jennifer tomó la palabra al último: “Agradezco a quien hoy me hizo lucir tan bonita; les anuncio que durante la filmación de la película él se encargará de mi imagen: Mark Mouniers”. Yo no lo podía creer. Se rodaron las lágrimas de felicidad. Fue sin duda la gran puerta que me permitió acceder a otros grandes artistas.

— ¿Como quién?

— Una tarde, en mi estudio, sonó el teléfono. Contesté. Llamaba una mujer de acento cubano: “Marquiño, chico, te ando buscando porque La Negra —Winnie— te recomendó para que me arregles unas pelucas. Crea algo y me las traes al hotel. En cuanto tuve listas las pelucas se las llevé. Abrió la puerta un señor de pelo blanco. “Pasa. Ahora viene Celia”, dijo. Y yo pensando “¿qué Celia?”. ¡Pues la gran Celia Cruz! La arreglé e hicimos mancuerna. De ahí en adelante me hablaba cada que llegaba a Los Ángeles. Y siempre, mientras yo la arreglaba, ella me cantaba “Tu voz”, porque le había contado que con esa canción mi papá enamoró a mi mamá. Una ocasión me llama: “Quiero una peluca muy bonita. Cantaré en la entrega de Premios Grammy”. “¿De qué color es su vestido?”, pregunté. “Prusia, azul eléctrico”, respondió. La noche de la presentación la maquillé y luego que le puse la peluca se miró en el espejo. “¡Oh, my Good, chico, es demasiado atrevido!”, exclamó. “Usted es una estrella que brilla de azul, rojo o verde, no se preocupe”, le dije convencido. “No se hable más, vámonos que ya es tiempo”, ordenó la señora. Su representante, sorprendido, expresó: “¡Marquiño, te la comiste!”. La imagen de Celia con peluca azul le dio la vuelta al mundo.