Emiliano, la conveniente apropiación de su imagen.

Emiliano Zapata Salazar es, en sentido estricto, un individuo tan recordado como poco conocido. Las imágenes colectivas que de él se han construido son resultado, en la mayoría de los casos, de la ignorancia supina de su historia personal, de su ideario, de su lucha, de su contexto. Es apabullante el cúmulo de textos apologéticos del personaje y, aquellos que ofrecen una visión crítica, o descalifican o son descalificados sin argumentos sólidos.

En Raíz y razón de Zapata ‒1944‒, Jesús Sotelo Inclán, al intentar acercarse a la comprensión del ayalense, se planteó la disyuntiva entre su identificación como el “Atila del Sur”, por José Vasconcelos Calderón, y el “Apóstol del Agrarismo”, por Antonio Díaz Soto y Gama. Sin embargo, Sotelo optó por conocer el origen del personaje no desde el personaje mismo, sino desde la comunidad, y fue allí donde encontró las respuestas a sus preguntas.

Un siglo y un lustro después de su muerte, Emiliano continúa como símbolo cuyo usufructo tiene un fin, las más de las veces, ajeno a la lucha del suriano. Cargos, pensiones, créditos, libros, congresos, becas, premios, cabalgatas, son parte de la diversidad de beneficios que el hombre y su nombre representan. Incluso ‒en 2019‒, un descendiente suyo obtuvo el registro de la marca Zapata ante el Instituto Mexicano de Propiedad Industrial (IMPI).

Y sin fundamento se ha intentado presentar a Zapata como un campesino y un ideólogo. Nada más alejado de la realidad. Fue un clasemediero rural; cultivaba tierras propias y arrendadas; comerciaba con rancheros y hacendados; fue excelente jinete de caballos y de toros; usaba traje charro; tomaba cerveza, aguardiente y cognac; fumaba puro. Era hombre de fe y de fiesta, venerando al Padre Jesús, en Tlaltizapán, y al Señor del Pueblo, en Cuautla.

También se ha mentido sobre su ideario. Nunca fueron lemas del Ejército Libertador del Sur “Tierra y libertad” ni “La tierra volverá a quienes la trabajen con sus manos”. Ambos principios fueron plasmados, arbitrariamente, por Diego Rivera Barrientos al diseñar el escudo del estado de Morelos ‒1923‒. “Justicia y ley” fue el lema del Plan de Ayala ‒28 de noviembre de 1911‒ y, posteriormente, se adoptó “Reforma, libertad, justicia y ley”.

Los muchos Emiliano que conocemos son resultado de una patrimonialización, individual y colectiva, que busca satisfacer el vacío de un liderazgo heroico inexistente en la realidad actual. “¡Zapata vive! ¡La lucha sigue!”, es un grito falto de sus simbolismos originales al que recurren voces y movimientos contemporáneos invocando, tal vez, a su espíritu enterrado bajo los miles de discursos que diluyen la íntima esencia de las comunidades surianas.

Imagen: Estatua ecuestre de Emiliano Zapata Salazar (fragmento);

Cuautla; ca. 1930. Archivo Jesús Zavaleta Castro.