loader image

Escribir se vuelve una tarea pesada cuando tu mente no está en la sintonía correcta. Han sido días raros, busco pequeñas islas de calma en el mar de la incertidumbre. La entrega pasada comenté que recluirme contra la pared hacia mis cuárteles, me daba un respiro fuera del hervidero de los demás, que a menudo me distraía de ver lo que llevaba dentro. 


Sin embargo, no puedo dejar de cautivarme por historias ajenas, a veces creo que lo único que sé hacer bien es escuchar, ya sea música, o lo que tienen por contar las personas.

En la semana vi a Álvaro, amigo querido chileno, quedó flechado por Cuernavaca y decidió dejar su país para venir a vivir aquí. Al llegar encontró trabajo en una librería que le daba lo mínimo para salir a flote, hasta que un día se paseó una mujer por la puerta del local, le pidió dos libros, tras algunos intentos por pagar, su tarjeta no pudo pasar y Álvaro le dijo que ya podría pagar después, su gesto y su atención cautivó de tal manera a la mujer que cuando regresó a librería, volvió con dinero en mano, y con una propuesta de trabajo para él. Ella necesitaba una respuesta en ese momento, ¿qué tienes qué pensar le dijo? te vienes a trabajar conmigo hoy. Él accedió como hechizado, tomó sus cosas y renunció. Desde entonces – me comentó; ha sido el trabajo en el que me he sentido más feliz en mi vida.

Es así, a veces alguien que entra por tu puerta te cambia la partida.

Pasé una temporada en Francia y aceptaba cualquier trabajo para ayudarme a pagar el alquiler, un día hubo un concurso de escritura que pagaba al primer lugar 200 euros, me empeñé y pude obtener el primer lugar, en la celebración conocí un par de personas, entre ellas a un amigo cristiano, que me invitó a una reunión. Decidí ir, pues no tenía nada que perder.

Fue una de las tardes más bonitas que he pasado, nunca hablamos de religión más que cuando agradecimos por los alimentos, un gesto que me pareció más lindo que dogmático, en esa reunión conocí a un maestro de música, nos caímos bien, a las semanas me contactó para cubrir unas clases suyas que daba en el conservatorio. Yo, qué iba a saber, que una necesidad por pagar el aquiler, abría puertas a lo desconocido, hasta acabar enseñando en un instituto francés un par de clases. Irreal.

En la carretera de nuestra vida hay un sinfín de curvas fuera de nuestro control, podemos elegir el escenario pero no a los personajes que habitan en él, y es como si la vida se moviera de un manera mágica, como si tuviera un camino propio y en ese momento sólo fueras parte de la obra, o de la historia de alguien más que fue escrita desde el taburete celeste, por la mano de Dios.