Conocí a Ivo Quallenberg hace ya varias lluvias, no menos calores sofocantes, y uno que otro movimiento telúrico. He tenido el honor y el enorme gusto de leer y paladear varias de sus obras escritas, las cuales encuentro en lo personal de una calidad excepcional, de un ludismo que contagia, de una honestidad y estilo personal que no deja de deleitar incluso en la segunda o tercera leída, lo cual por cierto siempre se agradece.

Leí o mejor dicho devoré la obra que hoy nos convoca, El genio de los solos de Ivo Quallenberg (una novedad de Ediciones Eternos Malabares 2024) con la misma avidez y el mismo placer con la que he leído otras de sus obras. Este libro abre de manera inusitada con un solo. Esto me llevó de manera casi inmediata a preguntarme cuántas notas y solos han marcado nuestra vida. ¿Cuántos agudos llueven en respuesta al drama de los graves en medio de nosotros? como dice uno de los personajes del autor. Apuesto que cada uno de nosotros, en cierto momento de su vida, ha repasado su existencia en clave musical y ha descubierto al igual que uno de los personajes centrales de esta novela, Paco Deluba, que a veces alguna nota perdida o perseguida voluntariamente o algún solo de esos que uno nunca olvidará ha venido a contrapuntear momentos especiales, tristes o simplemente memorables que hemos vivido.

Hay en esta novela desarrollos y comienzos que suceden desde el asiento en la decimoctava fila de un concierto de Jarrett. Esta es la entrada. Una indagación profunda sobre la trascendencia y la búsqueda de sentido en nuestras vidas. Esto, sobre todo, en un mundo y en un contexto donde cada vez más la suma de los sinsentidos, y de esa liquidez de la que nos hablaba Zygmunt Bauman, van ganando la batalla en este mundo global. La búsqueda de transcendencia y de sentido para poder habitar este mundo y habitar la propia piel. Esta indagación abre la novela que se despliega en contrapunto con otras historias que se tejen y en donde la indagación adquiere bemoles y tesituras diferentes. Es magistral el modo en que Ivo Quallenberg decide abrir y contar las historias en esta novela. La centralidad de una tos, no ya como en la montaña mágica de Mann, ni tampoco como en esos tiempos de pandemia cuando toser o estornudar era casi un acto terrorista. Una tos, así de simple. ¿Cómo puede una tos de alguien en medio de una multitud, con toda su humanidad a cuestas, colarse por accidente en las filas de la posteridad? ¿Cuál es el lugar de la tos? ¿De aquellos actos nimios cotidianos en la construcción de sentido que atribuimos a nuestra existencia? Es una tos en la novela, sí, tal cual la tos, la tos como una aspiración, como un síndrome de nuestra sed de trascendencia.

Esta novela leída en clave de música me hizo rememorar y volver a paladear las notas y en particular los solos, como decía al comienzo, que han nutrido los diferentes momentos de mi vida. Me hizo pensar también en todos aquellos solos que, gracias a esta novela, puedo ver hoy en la distancia, que no sólo están hechos de tiempo, sino también de deseos, de recuerdos, y por qué no decirlo, de esa leve fugacidad en la que en ocasiones se encuentra algo tan inasible como una nota, como un solo musical que lanza coqueteos desde su inmediatez, con aquello que paradójicamente perdura y puede incluso reescribir la historia, al menos de los hombres y mujeres de a pie.

Somos una procesión de feligreses que han de ganarse su música asevera el autor Ivo Quallenberg en algún punto de la novela, pero ¿cómo, desde dónde ganarse la música de cada día? ¿cómo la música, ese arte intangible y etéreo que se escabulle entre la luz, las memorias y todo aquello que no podemos palpar y sin embargo se nos va adhiriendo a la vida, a las entrañas?

Uno nunca sabe los caminos del destino asevera otro de los personajes del autor en alguna de las páginas. Creo que tampoco sabemos el destino de las palabras y de las historias cuando estas nos sorprenden y logran así develarnos los pasos insospechados de los personajes encarnados en ellas. Esta novela también es una pregunta abierta y no menos relevante sobre la condición humana y el amor, es una novela sobre las minas interiores que cargamos a cuestas piel adentro.

Es esta novela hay también, desde su inicio, una invitación a no salir inalterado del trayecto que nos propone Ivo, con su talento narrativo, con su ritmo preciso, y con la poesía exacta que emana de sus páginas, poesía no sólo de Pessoa y sus heterónimos en los epígrafes del libro, sino la poesía que viven y dictan los personajes de este libro. Así, en esta novela hay cáscaras de luz, diálogos oníricos de ultratumba, iris que rumorean fragores indecibles, futuros que aparecen en la forma de retratos, peines sin carne, sin colores ni mentiras, la indiferencia de los muertos ante el dolor de los vivos, la inexorable impotencia ante la muerte que lo acapara todo, la muerte como espejo de la existencia, fugacidades fijas, o como afirma de modo muy afortunado uno de los personajes del libro que quizás pueda resumir mejor este punto:

¿Qué importa que la eternidad sea excesiva si las gemas de cada instante pueden ensartarse en el hilo del tiempo?

Los invito a degustar y disfrutar esta novela donde el autor, con una filigrana de palabras exactas, nos convoca a abolir, entre otros desafíos, la inmensa brecha que existe entre el instante y la eternidad. Cierro pues esta invitación con uno de los epígrafes poéticos del libro, de Álvaro de Campos, que resumen en mi opinión la esencia de El genio de los solos de Ivo Quallenberg:

No soy nada.

No seré nada.

No puedo querer ser nada.

Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.