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Campañas, las razones del poco entusiasmo

 

Puede que algo no estemos registrando, pero si las campañas para la gubernatura de Morelos no han podido entusiasmar más que probablemente a los equipos de campaña de cada una de las candidatas, nada hay que permita creer que las de alcaldías o diputaciones, que inician hoy, podrán hacerlo mejor.

Y conste que el problema no tiene que ver con lo enjundioso o no que pudiera ser algún discurso, las tres candidatas han mejorado en los últimos meses las facultades histriónicas que les son necesarias para plantarse con autoridad frente a una audiencia, eso es innegable, pero uno no deja de pensar, porque conocemos a Jessica Ortega de la Cruz, Lucy Meza Guzmán y Margarita González Saravia, que algo no acaba de satisfacerlas en la relación con los grandes públicos que, siendo sinceros se les sigue negando a las tres en los términos que requeriría un liderazgo político ejemplar.

Insistimos, el problema no es el entusiasmo de ellas, sino el que no alcanzan a despertar en los públicos, y eso es un problema de las tres, pero también de muchos gobernadores y candidatos a la gubernatura del pasado. Probablemente el último candidato en Morelos que haya logrado esa conexión haya sido Sergio Estrada Cajigal, y dicen que el último gobernador que lo alcanzó fue Lauro Ortega Martínez (quien esto escribe era un pequeñuelo entonces y en aquel tiempo, 1982-1988, a nadie preocupaba medir esas cosas).

Convendría usar el inicio de las campañas municipales y distritales para revisar porqué la falta de conexión entre las candidatas y su público. Las campañas políticas no se hacen con despensas o pegando propaganda basura en todas partes; esas son circunstancias desafortunadas que se asocian el error en la herramienta básica de construcción del proselitismo: las palabras. La comunicación persuasiva se basa en cálculos exactos de palabras, tonos, combinaciones, silencios; repertorios que tendrían que buscar tender un puente con la ciudadanía que permita acercar al político con la gente.

Lo que hemos observado hasta ahora en el discurso de las candidatas, y que se repite en los aspirantes de procesos anteriores, son dos elementos dominantes: primero, el discurso de choque contra la otredad, los adversarios reales o creados que acaba irremediablemente en que la política hable de sí misma; un discurso auto identitario probablemente requerido por la impureza ideológica propia de los tiempos actuales en donde los tránsfugas partidistas y el diseño pragmático de las políticas públicas han destruido la separación de las ideologías. El político dice entonces quién es él y porqué los otros son tan malos como un espacio desesperado de autodefinición, probablemente más para sí que para la ciudadanía, con el irremediable resultado de alejarse de los ciudadanos que, si votan por él es más por miedo a los otros que por confianza en su perfil. Ese discurso lleva al encono, al conflicto, a la polarización, porque la autodefinición se exagera con efecto didáctico.

El otro elemento es el de la descripción del entorno en que la ciudadanía vive. El político trata de explicar a la gente la desgracia en que habita en el Morelos inseguro, violento, decadente de los últimos años, describe la corrupción del gobierno, el riesgo de salir a las calles, la falta de oportunidades, la baja calidad de los servicios públicos, el riesgo de nacer mujer, las crisis sanitaria, educativa, agropecuaria, hídrica, económica, laboral, en la que habitamos en el estado, y le pone responsables, en el pasado remoto o reciente, según el equipo al que represente. En As Good as It Gets -Mejor Imposible- el protagonista, Melvin, interpretado por Jack Nicholson, reclama a Simon airadamente “I´m drowning here, and you´re describing the water!” (me estoy ahogando aquí, ¡y tú me describes el agua!). Los discursos de este tipo siempre me recuerdan esa escena. Porque quien se ahoga lo que exige es ser rescatado, la palabra que vale entonces es la descripción de cómo y cuándo exactamente se le va a rescatar; y que le tiren inmediatamente el salvavidas y la cuerda.

Cierto que ha habido pinceladas de propuestas en los discursos de las tres candidatas, pero también lo es que sus equipos de comunicación y ellas mismas parecen no estar muy entusiasmadas por ellas. La insistencia por conseguir el byte, la frasecilla que sirva de cabeza en los medios, de referente en la memoria primaria del público, provoca que las propuestas queden justamente en pinceladas cuando a final de cuentas una buena propuesta tiene su parte identitaria, la descriptiva de la realidad, y aporta justamente algo con lo que el elector puede o no identificarse, pero sin duda discutirá.

Por supuesto que la definición con que se aterriza una propuesta es un riesgo en campaña. Acabar con la corrupción no es una propuesta sino un deseo. Plantear en cambio, por decir algo, castigar con cinco años de prisión a funcionarios y ciudadanos que incurran en actos de corrupción que serían detectables con una vigilancia fiscal mucho más estricta, es una propuesta, aunque probablemente haga perder los votos de quienes podrían sentirse en riesgo por ella.

Por supuesto que las definiciones reales de políticas públicas representan un riesgo, pero sin duda generarían en los electores el entusiasmo que hoy, estamos seguros, extrañan las candidatas en campaña. Si quienes aspiran a alcaldías y diputaciones se arriesgan a las propuestas más que a los discursos calculados, seguramente pondrán más interés a unas campañas que, hasta ahora, no parecen serlo.

@martinellito

dmartinez@outlook.com