Por Miguel A. Izquierdo S.
Estamos preparando una exposición artística en Jiutepec para el mes de diciembre, y por ello recibí la amable invitación del joven pintor Christian Martín del Campo, para ver su obra pictórica, en su propio taller. Siempre es toda una rica experiencia estar en el taller de un artista, por cuanto dicho espacio nos “habla” de las formas en que se organiza, prepara, trabaja, entretiene, duda, y decide desarrollar sus obras, a partir de los medios y recursos que ha seleccionado conjuntar en ella. Es el caso con Christian: lo que fue la enorme sala de la casa, es su taller principal, y varios cuartos contiguos, son auxiliares a este propósito. Trabaja a un mismo tiempo, por lo menos cuatro piezas de gran formato, con pinturas automotivas, con técnicas mixtas, varios soportes y pantallas. Él aprendió varias de ellas con el mismísimo artista plástico Rafael Cauduro y su primera esposa Carla Hernández, como también aprendió y pone en práctica, otras aprendidas de su padre, el arquitecto y pintor… Me detengo ahora en una obra dinámica, interactiva, que está terminando, destinada a un niño, y comisionada por sus padres. Diré que son seis discos pintados que componen varios “universos”, los discos de fondo están fijos, y los otros tres, son manipulables por su destinatario, girándolos o quitándolos, intercambiándolos de fondo. Eso en cuanto a su dinámica interactiva. En cuanto a su capacidad expresiva, al espectador le permite “entrar” en varios universos, tal profundidad tiene cada disco como sus combinaciones posibles, que uno se sumerge y viaja en ellos, entre estrellas, rayos, aerolitos y masas espaciales multicolores. En su sencillez, ofrece riqueza de vivencias para el niño al que está destinado, como para los adultos que disfrutamos esta atractiva obra a punto de ser entregada. En eso estoy, gozando las evocaciones surgidas de la obra, viene a mi mente un concepto desarrollado hace varias décadas por el Dr. Julio Boltvinik, referente a la “pobreza cultural”, y aceptado tras largos debates por el Consejo Nacional de Evaluación de Políticas Públicas de este país, para ser medido en encuestas sobre pobreza en los hogares del país. De entrada, para Boltvinik los seres humanos tenemos no sólo las típicas necesidades, las elementales y otras más complejas, para nuestro florecimiento también debemos atender nuestras necesidades estéticas. La satisfacción de esas necesidades requiere tanto de bienes, como (lo digo ahora yo), de oportunidades, experiencias, vivencias de carácter estético, que nos relacionen con las diversas manifestaciones artísticas, sea experimentándolas personalmente, contemplándolas, valorándolas, individual y colectivamente. La pobreza cultural bajo esta concepción, refiere a que no se tienen en casa obras artísticas, o bien oportunidades de vivenciarlas a través de varios medios, o bien (además), no se tienen oportunidades de experimentarlas, vivirlas, gozarlas. De modo que puede haber “ricos” económicamente, en pobreza artística y cultural, y a la vez, podría haber quienes tengan cierta riqueza cultural bajo circunstancias de pobreza económica. Al Estado le compete contribuir a la disminución de la pobreza en todas sus manifestaciones, como a la misma ciudadanía organizada, y a las familias compete, crear condiciones para que sus infantes y miembros, estén expuestos de continuo, a manifestaciones culturales y artísticas: obras de artes pictóricas, escultóricas, libros, revistas, acceso a museos y galerías, por lo menos de manera virtual, entre otras experiencias artístico-culturales. Ahora regreso a la obra de Christian como al regalo que recibirá un niño con su obra: en cada hogar, y me atrevo a decir, para cada infante, debería haber estos bienes artísticos y oportunidades estéticas, para vivenciarlas. Tal como pretendemos ocurra con los cuentos infantiles, leerlos, comentarlos, comprenderlos, compartirlos, y valorar su presencia en nuestras vidas. Vayamos por ese cometido para el florecimiento de cada ser humano, en cada hogar, con cada uno de sus miembros.