¿EL COVID REGRESA O NUNCA SE HA IDO?

 

El Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica, (SINAVE) reporta un aumento de enfermedades respiratorias cuya mayor concentración se ubica en la Ciudad de México con 21,425 casos activos y el ingreso de la variante del COVID-19, JN.1 Pirola.

Hace cuatro años por estas fechas, después de las fiestas decembrinas empezaron a circular reportes de una nueva enfermedad para la que no había curación, que se transmitía fácilmente y que causaría la muerte a un 7 por ciento de quienes se infectaran. La enfermedad llamada COVID-19 se empezó a tomar en serio en México.

Una vez que llegó vía aérea a nuestro país, no se pensó que fuera a tener tanta letalidad como en otros países del orbe. Se decía que no soportaba las altas temperaturas, por lo que pensamos que, en los lugares tropicales como el nuestro, su efecto sería muy reducido. Sin embargo, en lugares tropicales como Brasil, se empezaron a reportar altas tasas de infección.

Bastaron unas cuantas semanas para que la pandemia pasara a la fase tres que era cuando la enfermedad se encontraba en toda la comunidad, en el trabajo, las escuelas, los centros comerciales, las iglesias, cualquier persona con la que nos cruzáramos podía estar contagiada de esta nueva enfermedad.

El temor por la mortalidad de esta enfermedad nos hizo tomar toda clase de medidas que pudieran prevenir una posible infección, si alguien tosía o estornudaba de inmediato causaba pánico y nos alejábamos rápidamente.

La conciencia de nuestra fragilidad humana, de nuestra mortalidad se hizo evidente cuando amigos lejanos, luego los cercanos, vecinos, compañeros de trabajo, familiares se enfermaban y muchos morían. Recuerdo que en la institución donde trabajaba, las esquelas eran ya una cotidianidad. Muchos de nuestros compañeros enfermaron y murieron.

A pesar de todas las precauciones, el uso de cubrebocas, de gel, el lavado continuo de manos, el alejarnos de espacios cerrados y del contacto humano, el COVID-19, no respetó fronteras ni barreras y sin ser invitado llegó a nuestros hogares.

En las etapas más críticas de la infección, los hospitales se saturaron, se tuvieron que improvisar nuevos espacios como hospitales, el oxígeno medicinal era muy difícil de conseguir, los familiares hacían verdaderos viacrucis para que recibieran a sus enfermos en algún hospital.

Personas con capacidad económica que eran trasladadas a la ciudad de México para su atención en hospitales caros, no pudieron tener la atención por estar saturados y murieron en sus camionetas de lujo, después de peregrinar por muchos hospitales. El COVID-19 se mostró como una enfermedad democrática que no discriminó por edad, sexo, cultura o poder económico.

Nuestra mentalidad cambió y empezamos a valorar las cosas importantes, las que le dan sentido a la existencia, a diferenciar las cosas esenciales, como la comida, la salud, las amistades, la familia, el sol, los amaneceres, el aire que se volvió de primerísima necesidad para muchos enfermos.

Todo hacía suponer que la mentalidad individualista, consumista, depredadora en la que nos formaron bajo el pensamiento único, había hecho agua dando lugar a una mentalidad más sustentable, solidaria, equitativa. La conciencia de nuestra mortalidad nos hizo reflexionar sobre lo esencial de la vida. Se estaba dando un parteaguas en el pensamiento universal para volver a nuestra conciencia humana y de especie.

Aunque una vez que el peligro ha pasado, la consciencia de nuestra mortalidad se volvió a olvidar y volvió a la soberbia individualista donde la solidaridad no tiene cabida y la naturaleza siguió siendo agredida para satisfacer el consumismo y el poder.

A casi cuatro años que el COVID-19 llegó a México, vuelve a hacer acto de presencia, aunque ya sin pena ni gloria, los hospitales ya no están saturados pues la mayoría de gente está vacunada o ya fue infectada en varias ocasiones.

El COVID-19 no se ha ido, aunque ya es una enfermedad estacional más de la que podemos vacunarnos y tener refuerzos con vacunas como la Abdala y Sputnik que se aplica casi en cualquier centro de salud junto con la de la influenza.

El COVID-19 ya no despierta la consciencia de nuestra mortalidad, a menos que mutara de manera drástica haciéndose más infecciosa y/o letal o como pasa con los antibióticos las vacunas pierdan su efecto.

Se menciona el hacinamiento como una de las causas de la generación de nuevas enfermedades que puedan convertirse en pandemias. La población humana rebasa los 8 mil millones de habitantes. Es necesario que no se nos olviden las enseñanzas que nos dejó la pandemia del COVID-19 para que no se repita la historia.