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Juan Antonio Siller Camacho

Juanantoniosillercamacho@gmail.com

Los conjuntos monumentales de los primeros monasterios del siglo XVI, tuvieron dos programas arquitectónicos que conformaron sus invariantes o constantes a lo largo de la primera parte de la evangelización de las primeras órdenes mendicantes, de los franciscanos, dominicos y agustinos, quienes realizaron las primeras edificaciones para este fin de la evangelización, entre las poblaciones indígenas congregadas en muchos de sus emplazamientos originales, o en los nuevos a los que fueron cambiados e itinerantes, por diversas razones, hasta sus establecimientos finales.

El primer programa arquitectónico para una población muy numerosa fue la elección del lugar que en muchos de los casos fue un antiguo asentamiento prehispánico ceremonial, el cual fue destruido y sobre sus restos y cimentación se hizo la nueva edificación cristiana. Estos sitios fueron en la mayor parte cedidos a los religiosos y en ellos se aprovecharon las grandes plataformas de basamentos anteriores, para sobre éstos, hacer las nivelaciones necesarias para la fundación del nuevo centro religioso.

Esta edificación consistió en la mayor parte en establecer una capilla abierta de diversas dimensiones y tipos formales y espaciales, se procedía a delimitar el espacio exterior de un atrio, para la celebración de la misa y bautizar al pie de una cruz en la parte central de este espacio a manera de las anteriores plazas prehispánicas, en donde las celebraciones eran realizadas a cielo abierto, frente a las plataformas y templos de sus deidades, en los centros ceremoniales y ciudades, a lo largo de toda el área cultural de Mesoamérica.

Este nuevo espacio sacro, fue delimitado por un muro almenado como recuerdo de construcciones medievales, con un acceso principal y otros laterales, desde los cuales se entraba a una gran plaza-atrio y a una capilla desde la cual se celebraba la misa.

Estuvo conformada en cada uno de los cuadrantes de ese enorme espacio por cuatro capillas en cada una de las esquinas del atrio, llamadas capillas posas, en donde las procesiones del santísimo se realizaban con la participación de la comunidad indígena y se posaba en cada una de ellas para la oración.

Había de igual forma un camino central, desde cada uno de los accesos a este espacio monumental y una cruz de piedra con las representaciones de la pasión de cristo y algunos motivos indígenas al pie en la base como chalchihuites o discos de obsidiana en la cruz.

Una segunda etapa edificatoria fue iniciada hacia la segunda parte del siglo XVI, ya con la conversión y evangelización de las poblaciones, que fueron realizadas las construcciones de los templos de grandes dimensiones, con cubiertas a dos aguas y armaduras de madera, que posteriormente cambiaron a bóvedas de medio punto y de cañón corrido, con refuerzos estructurales de contrafuertes sobrepuestos a los muros originales de la primera cubierta de madera, con paja o teja de barro.

El conjunto continuó con la edificación del claustro de uno o dos niveles con un patio central y una fuente de agua para el suministro de los padres y de los servicios necesarios como fueron espacios para la cocina, refectorio o comedor, alacenas y bodegas con un pórtico de la huerta, la que servía para el resguardo a cubierto de la madera, el carbón o la protección. Las huertas fueron espacios utilizados para el cultivo dentro del conjunto y la aclimatación de muchos árboles llamados de Castilla, que fueron introducidos en estos jardines de aclimatación, como lo fueron los cítricos, las naranjas, limas y limones, granadas, higueras, manzanas, peras, la vid, los olivos, entre muchos otros, que junto con los árboles nativos sirvieron para el sustento al monasterio.

En algunos sitios particularmente en Morelos donde no se contaba con fuentes de agua corriente se construyeron grandes aljibes y depósitos de agua, para la captación y conducción del agua de lluvia a través de las cubiertas del templo y de los conventos a estos sitios de almacenamiento.

Todos ellos, contaban con una sacristía contigua al templo, una sala de profundis, bibliotecas en algunos de ellos; un acceso a través de una portería y las habitaciones en la planta alta, que tenía mejores condiciones ambientales, así como las letrinas. Algunos tuvieron hornos en los patios de servicio y funcionaron como panaderías.

Los lugares de esparcimiento desde miradores fueron lugares especiales, desde los cuales se podía tener una vista del entorno natural y un lugar de estancia y para el descanso desde un segundo nivel como es el caso del mirador del monasterio de Tepoztlán.

Todos tuvieron sus muros decorados con motivos iconográficos de gran valor, con motivos religiosos en su pintura mural; así como retablos con pinturas de caballete y el mobiliario religioso y doméstico.

Foto: JASC. Convento de Cuernavaca: Capilla Abierta.