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Maximino Aldana González* y Daniel Alvarado Bastida**

 

Desde que yo era niño (hace unos 45 años), cada gobierno en turno se ha autoproclamado como honesto y ha prometido combatir la corrupción rampante detectada en los gobiernos precedentes. No es que yo estuviera interesado desde aquella época en problemas de política y corrupción, sino que,sentados alrededor de la mesa para cenar, escuchaba a mi papá decir que el dinero que ganaba alcanzaba cada vez para comprar menos y culpaba a los políticos corruptos de nuestra insuficiencia económica. En épocas electorales mi papá no se perdía el noticiero nocturno para enterarse de las declaraciones de los “candidatos”, quienes decían que ellos combatirían la corrupción durante su mandato, mejorando así el nivel de vida de los ciudadanos. Al terminar el noticiero mi papá, con los codos recargados sobre la mesa, hundía su cabeza entre las manos diciendo: “ojalá que ahora sí sea cierto, pero no lo creo… todos son iguales”. Desde que tengo memoria, esos políticos paladines de la honestidad han utilizado en sus discursos la palabra “corrupción” y la han presentado como un enemigo abstracto, etéreo, sin nombres ni apellidos, pero sumamente poderoso. Bastaba promulgar el eslogan “La renovación moral de la sociedad”para generar la expectativa en la sociedad de que la corrupción terminaría. Todos esos paladines, sin excepción, han proclamado tener superpoderes para, ahora sí, terminar con ese enemigo invisible, intangible, inconmensurable y al mismo tiempo omnipresente.

Al igual que yo, muchos mexicanos hemos crecido con la palabra “corrupción” formando parte de nuestro vocabulario básico. Gracias a los paladines que nos han gobernado, sabemos que la corrupción es una especie de cáncer metastásico invisible que invade el tejido social y lo destruye sin que podamos señalar a nada ni nadie en particular. Pero… ¿qué es la corrupción? ¿Cómo se define jurídicamente? ¿A qué se refiere el presidente en turno cuando dice que bajo su mandato ya no hay corrupción?

Si preguntásemos a un grupo de 100 personas distintas qué es la corrupción, obtendríamos 100 respuestas distintas. Cada persona tiene su propia idea de lo que significa este concepto, en parte porque los paladines que nos han gobernado durante décadas nunca nos han explicado el significado preciso de este modus vivendi de muchos servidores públicos. 

Si bien con la reforma Constitucional de 1982 en los artículos 108, 109 y 110, se inscribieron conductas para proceder en las cuatro vías de responsabilidades (penal, administrativa, política y civil), fue hasta mayo del 2015 que se incorporó a la norma fundamental la palabra“corrupción”, al dictarse las bases para un Sistema Nacional Anticorrupción, modificando así el Código Penal Federal. En la Constitución se menciona la corrupción sin definirla jurídicamente, mientras que, en el Capítulo Décimo del Código Penal Federal, se determinan los “Delitos por Hechos de Corrupción” solamente para servidores públicos y consisten en: 

1. Ejercicio ilícito del servicio público, cuyo primer inciso condena el ejercer un empleo sin satisfacer todos los requisitos legales (como la ministra de la Suprema Corte). 

2. Abuso de autoridad (como cuando emites decretos que van en contra de la Constitución).

3. Coalición de servidores públicos (cuando te pones de acuerdo con tus “corcholatas” para hacer actos de campaña fuera de la ley).

4. Uso ilícito de atribuciones y facultades (cuando espías conversaciones telefónicas de tus opositores sin orden judicial).

5. Pago y recibo indebido de remuneraciones de los servidores públicos (como los sobres amarillos llenos de dinero que reciben tus colaboradores).

6. Concusión (es decir, extorsión, como cuando ofreces embajadas a cambio de votos).

7. Intimidación (cuando desde la máxima tribuna del país—Palacio Nacional—hablas mal de los “opositores” diciendo sus nombres, tachándolos de “traidores a la patria” y exhibiendo sus salarios).

8. Ejercicio abusivo de funciones (por ejemplo, otorgar contratos por “dedazo”). 

Recuerdo vivamente la imagen de mi padre con la cabeza hundida entre sus manos diciendo que la criminalidad había aumentado y su dinero cada vez alcanzaba para comprar menos. Lo recuerdo vivamente porque ahora me veo a mí mismo, diciendo lo mismo. ¿Han cambiado las cosas en los últimos 45 años? ¿Estamos mejor ahora? ¿O seguiremos replicando lo que cada gobernante en turno pregona como probidad mientras que al final el combate a la corrupciónresulta ser un mito?

 

* Investigador, Instituto de Ciencias Físicas, UNAM.

** Maestro en Derecho. Especialista en Derecho Constitucional.

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