Claro que existen los milagros. Los viví varias veces

(Tercera y última parte)

 

Pues sí, queridos lectores, llego al final de este breve repaso de mi vida en los medios que me solicitaron y aquí entre nos, les confieso que pese a momentos duros que viví como reportera comprometida con la información, nunca con las autoridades -qué orgullosa me siento de que un gobernador y otra administración gubernamental contribuyeron a mi salida de dos medios nacionales- y de “haberme colgado de aretes” las amenazas telefónicas: “Doña Lya se está Ud. metiendo entre las patas de los caballo y la van a arrastrar”, o “tú no sabes de lo que es capaz mi papá”. -Sí lo sé-, le respondí, pero son más los inefables momentos al lograr casi imposibles entrevistas.

Una de ellas, como comentaba en la primera parte de esta trilogía, salir indemne e incólume de una zona militar a la que ingresé sin permiso -a la distancia les agradezco me lo hayan permitido-, con la entrevista en mi grabadora al poderoso general Juan Arévalo Gardoqui.

La otra: un domingo suena el teléfono, contesto y mi buen amigo Pablo, me dice: “¿Tú querías entrevistar a mi papá?, te lo paso”. Así de sopetón. La voz recia de don Luis Echeverría Álvarez, resuena en la línea y me dice: “Doña Lya, ¿Qué usted me quiere entrevistar? ¿En dónde prefiere?”, voy a dónde usted esté don Luis, respondí, “la espero mañana en mi casa de San Jerónimo a la hora que quiera”. Llegué con una sola pregunta que se prolongó a tres horas de interesantísima conversación en momentos difíciles cuando don Luis no daba entrevistas ni salía de su casa. Obvio, mi amigo Pablo, su hijo, logró el milagro. Plática grabada por ambos: entrevistado y entrevistadora y fotografiada por su hija Esther a petición de su padre. Con él aprendí cuándo y qué fue lo que rompió la Revolución Mexicana que ya les contaré.

En otro orden de ideas, conocí a don Daniel Ruzo de los Heros, poeta, criptógrafo, estudioso de Nostradamus y de culturas desparecidas, todo un anciano y encantador sabio peruano ya de casi 90 años cuando lo conocí, fue el que luego de estudios bautizó a Tepoztlán como Valle Sagrado. Con él y con su esposa Carola, abrevé de su cultura y de su formidable biblioteca que a su partida final fue adquirida íntegra por la Universidad de Berkeley, California pues tenía verdaderos incunables. Pero seguía yo con una espina clavada en el corazón, habiendo estudiado varias materias con los mejores maestros en historia: Miguel León Portilla, Alfredo López Austin, entre otros, estudios que no concluí en la UNAM al dejar la CDMX y regresar mis hijos y yo a vivir a Cuernavaca con mis padres.

Y seguían los milagros. Durante el año 2013, cuando en base al Acuerdo número 286 emitido por el titular nacional de la SEP, al cubrir todos los requisitos recibí mi título de Lic. en Periodismo con mi cédula profesional, dejé de sentir esa espina. El periodista don Teodoro Rentería Arróyave logró ese acuerdo a nivel nacional. Al ingresar más tarde a la Maestría en Historia en El Colegio de Morelos, cubrí mi asignatura pendiente. Y mi tesis será libro en breve.

Otro pasaje inolvidable en mi vida fue el buscar hasta encontrar a don Sergio Méndez Arceo, en vida nunca logré una entrevista con él. Al fallecer, la oficina de El Universal en Morelos que coordinaba a nivel regional quien esto escribe acompañada de un gran equipo de reporteros y fotógrafos, cubrimos desde su llegada a la Paloma de la Paz, -murió en la CDMX- fuimos a pie a Ocotepec, cargaban el féretro, vivimos la triste verbena en su honor en el bello templo del s. XVI y después en su recorrido hacia la Catedral cruzando la ciudad con un escuadrón de motociclistas con sirenas abiertas al frente de la carroza fúnebre que envió el gobernador Antonio Riva Palacio en señal de respeto y las campanas de las iglesias tañendo a su paso.

Y en Catedral, en su Catedral, aunque un obispo de triste memoria me lo negara dando golpes a su escritorio, lo esperaba una multitud con flores, con las enviadas por el Comandante Fidel Castro Ruz, gran amigo de don Sergio al frente y las de todos los grupos que ayudó en vida dentro y fuera del país a su alrededor. Y lo que no logré en vida, lo obtuve después con creces con apoyo del activista Ignacio Suárez Huape.

De mis amigos aprendí, de Genovés: “Hay que comprender más y más y juzgar menos y si se puede nada”. De Garibay: “Hay que leer un libro clásico todos los días durante diez minutos en voz alta”. De Vlady, admiré su humanidad y generosidad, él, que vivió de niño en Siberia con sus padres desterrados por Stalin, lejos de amargarse fue un espléndido ser humano. Y queridos lectores ¿saben qué? A mi edad, que no es poca, sigo estudiando solo por el placer de aprender. Hasta la próxima.

Foto: Con Luis Echeverría Álvarez, tomada por su hija Esther Echeverría Zuno a petición de su padre.