“Platícame de Cuernavaca. ¿Sigue lloviendo por las noches?”: Víctor Manuel Miranda.

2ª. y final

 

Su situación va así, el demócrata Gavin Newsom desde que entró de gobernador en 2019, suspendió la pena de muerte tras fuerte campaña de Human Rights. “Mientras yo sea el gobernador ningún acusado será ejecutado”, dijo. Así que el cuernavacense Víctor Manuel Miranda Guerrero está promoviendo su segunda apelación. “Sí, me hicieron firmar algún documento durante el juicio que me condenó a muerte hace 24 años, fue sin saber lo que estaba firmando, no hablaba inglés en ese entonces, no contaba ni con intérprete ni con funcionarios consulares de México en California”, repite.

Lo acusaron sin prueba alguna del homicidio en noviembre de 1999 de Bridgett Elilzabeth Ballas, encontrada sin vida en el rico condado de Orange. Meses después, en mayo del 2000, fue detenido en su lugar de trabajo. “Cuando platico con Víctor Manuel, -cuenta el líder migrante Pablo Antonio Castro Zavala-, lo primero que me dice es: ¡platícame de Cuernavaca! Me acuerdo que llovía torrencialmente, sobre todo por las noches. ¿Todavía hay ferias y carnavales? ¡Cuéntame! , me apremia”. Sigo con la entrevista:

¿Qué significa estar en el pabellón de la muerte?, le pregunto a Pablo Castro: “Estar en ese lugar equivale a vivir en un infierno. Se perciben malas vibras por doquier. Todas las puertas están cerradas a tu alrededor porque al ser la antesala de las ejecuciones, ahí se encuentran los peores presos…pero en medio de tanta miseria moral, lo terrible es que también hay inocentes como Víctor Manuel a quien, sin prueba alguna, como es migrante lo detienen y cierran el caso”.

“Pero qué crees Lya –dice a quien esto escribe-, sucedió un milagro. ¡Lo pude visitar! Llevaba yo desde que inició la pandemia sin poder verlo. La última ocasión que lo visité antes de que me lo prohibieran por el inicio de la pandemia, compré comida de una máquina al interior del penal donde venden hamburguesas, refrescos, postres para los visitantes, a él se le hacía agua la boca de comerlos y las compartí con él, claro, después de cubrir un protocolo. Primero ingresas sin nada a una jaula, esperas al reo y un guardia te pasa lo que compraste por una mirilla donde justo caben pequeñas cosas. Son jaulas metálicas con candados inviolables y todo bajo la mirada dura, inescrutable de los guardias. Esa vez pude estar cinco horas con Víctor Manuel. Comimos, reímos, lloramos y siempre él recordando con mucho cariño su infancia y temprana juventud que vivió en Cuernavaca.

“Recordaba el pozole –sigue Castro Zavala-, y los tamales que le encantaban, tanto los añoró que incluso durante una Navidad con tortillas que consiguió las convirtió en masa y con una lata de carne seca, preparó tamales utilizando un bote de pintura lavado, agua y una bolsa de plástico donde sumergir los tamales sin que se mojaran calentándolos con cables de electricidad, todo bajo estricta vigilancia. Así preparó tamales a su propio estilo. Hasta uno o dos de los guardias de seguridad estadounidense disfrutaron probar esos tamales, con tanto éxito que ya lo pasaron a la cocina del penal. Es increíble pero nuestra gente no olvida su cultura ni sus costumbres. Algo que le partió el alma a Víctor Manuel fue que no pudo despedirse de su padre que falleció hace cinco años, pero no pierde la esperanza de volver a ver a su madre.

“Y, por cierto, estoy sorprendido que cuando AMLO escuchó durante una mañanera el caso de Edgar Tamayo, el anterior morelense condenado a muerte y ya ejecutado, el Presidente respondió que estaba consternado y se comprometió que vería que los cónsules prestaran ayuda a los detenidos. Todo fue en vano, Tamayo murió decepcionado por el triste papel que realizan los cónsules en esos casos. Y fíjate –dice a quien esto escribe- este viernes pasado manejé en medio de una tormenta de Las Vegas a San Diego y me presenté sin cita alguna a visitar a Víctor Manuel en la prisión Richard J. Donovan. Al llegar les dije en la entrada que viajé más de 200 millas, eso y con mi credencial como Presidente de la Confederación Internacional de Migrantes Morelenses, pedí verlo. La guardia en turno me autorizó a pasar. Al vernos nos dimos un fuerte abrazo, los dos llorando. Víctor no podía creer que tenía visita y estuvimos platicando 3 horas, la novedad es que ahora no fue dentro de una jaula, fue en un comedor y repetí el llevar comida de una máquina. Comió un burrito, dulces, chocolates, jugo de naranja.

“Le volví a decir que en esta prisión está a solo 10 minutos de la frontera. ´Sí, Pablo, cada vez me acercan más´, respondió Víctor Manuel con una triste sonrisa. Y me comentó que su abogada está promoviendo el habeas corpus que es su derecho a comparecer públicamente ante un juez o un tribunal, para oyéndolo resuelvan si lo absuelven o no. Él espera correr con suerte y lograr su libertad. Nos queda esa esperanza”, dice mi entrevistado. “Y prometo seguir teniendo a La Jornada Morelos al tanto del avance de su proceso. Ahora por favor hay que seguir orando”, termina Pablo Castro. Y hasta la próxima.

Hombre parado junto a un grupo de personas sonriendo

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Foto tomada el pasado domingo por un reo apodado el colombiano