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Estamos sentados en las butacas equivocadas, pienso joder, qué gran lugar que nos hemos apañado. Un poco lejos, aunque el director de la orquesta nos queda de espaldas, por lo tanto la orquesta de frente, el golpe en nuestras narices es eminente.

Después de un tiempo y casi a punto de empezar una mujer viene a movernos de lugar, y nos alecciona en que los tickets de entrada no sólo son una manera de medir el aforo de la sala sino que también, tienen fila, sección y asiento.

(Un domingo al mes la filarmónica de Berlín ofrece un concierto breve gratis)

En pocas palabras nos da a entender en alemán que quitáramos el culo de ahí.

Vamos a buscar nuestro lugar de una manera muy torpe. Qué inútil resulta uno en otro idioma que poco comprende. Pedimos ayuda con nuestro alemán limitadísimo. Al fin resulta un lugar mucho mejor, ala derecha de la sala, muy cerca del escenario.

Los músicos comienzan a entrar poco a poco, uno a uno con su traje, elegantísimos, la sala explota en aplausos, yo no puedo evitar sentir que me suba desde el estómago una emoción mezclada de cariño, de admiración y de sacrificio.

Me conmueve mucho ver a esos animales, raza maldita; músicos. Si uno mira el programa, y ve los integrantes que conforman el grupo, pocos son alemanes, proceden de todos lados del mundo: Italia, República Checa, Japón, Estados Unidos, Rusia, etc. Perteneciente como soy a esa raza maldita, no sólo veo lo sublime del momento, puedo llegar a ver en su andar cansado; su pasado, su sacrificio, quizá uno dejó a su familia por estar ahí, veo sobre todo, tiempo, las horas de estudio, de soledad, de tremenda soledad, pocos entienden lo increíblemente agotador que supone llegar hasta ahí. No difícil, sino agotador, es una carrera de resistencia.

No queda nada más que como público que deshacernos en golpes palma con palma. Como si eso los abrazara. Ojalá que así sea, un abrazo.

Después entra el concertino primer violín encargado de liderear a la orquesta como apoyo secundario al director. La sala sigue estallando en aplausos, más tarde entra el violín solista, Noah Bendix-Balgley de origen Estadounidense y, por fin ,el director Kirill Petrenko de origen Ruso.

Hay un gran momento de tensión, un silencio aplasta la sala, si un tenedor se cayera en ese momento sería un gran acontecimiento, un crimen, el momento de hechizo y seducción resulta así; justo cuando las manos callan su horda de reverencias, los músicos empuñan su instrumento en forma de combate, el director levanta la batuta, pero espera unos segundos hasta que Santa Cecilia, patrona de todos, le dé la orden. Ahora, dice.

Magia.

Kirill no es más un director, parece un hechicero condonándonos a todos un idilio. Toda la tensión acumulada, nos desdobla, al lado de mi hay un señor con lágrimas en los ojos. ¿Qué es esto? Es como escapáramos de la vulgaridad del mundo, como si hubiésemos encontrado el acceso a un mundo desconocido, a un mar, que por su naturaleza nos obliga a flotar, todo se vuelve un olvido de distracciones y el abandono de uno mismo.

Por cuarenta y cinco minutos, nadie resiste a entregarse, perdemos la pelea, y como un papelito en el ventilador, pendemos de lo que la filarmónica decida hacer con nuestras emociones, y por tanto con nuestro cuerpo que resulta ser nuestra última capa de cebolla. La filarmónica crea los matices más maravillosos que haya escuchado, gracias al respeto que el público entrega puede lograr tales dinámicas, hasta el más pianísimo puede escucharse con anchura.

Al final de cada pieza una mujer que sirve como maestra de ceremonias, explica las piezas, entrevista a los músicos, interactúa con el público. En el fondo algunos lo sabemos, no hace otra cosa más que preparar, está aleccionando a todos a entender la música, porque el refinamiento solo puede ser apreciado desde la educación, en el fondo la enseñanza tiene un principio muy básico; memorizar y guardar.

Y ella no hace más que transferir la data en código para traducirlo. Ella sabe que la paciencia es la más grande de las virtudes porque poco a poco muta en el gusto. Escuchad con paciencia, detener, apreciar. ¿Qué sería de todo esto si nadie parara, si nadie se detuviera en un momento como este a mirarse el alma? Aunque sea de vez en vez para revisarse sus adentros.

En el fondo es este momento para el que creo que he vivido, y lucho todos los días, lo mismo contra la producción en masa imperialista que no pretende otra cosa, que sea andar como animales de carga, nunca deteniéndonos, nunca reflexionando, nunca parando. Con la vida deslizando ventanas digitales, y con la sospecha de que morimos frente a nuestros ojos, viviendo vidas ajenas.

Hoy pude tener un momento de esos, y espero que pronto tú también te entregues a ello, venciendo así la forma de andar en este mundo.

Este momento normal es cada vez más milagro.