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Contra la corrupción y la reconciliación social

Carmelo Enríquez Rosado*

La pugna por el poder del estado en una coyuntura de renovación del poder público como ocurrirá en 2024 representará la continuidad del proceso de transformación de las relaciones sociales o su inmovilización y retroceso.

En Morelos, los distintos grupos sociales, económicos y políticos se disponen a ir en pos de sus intereses en una guerra sin cuartel por la captura del estado. Grupos políticos, capitalistas, delincuencia organizada, y en general los poderes fácticos. Algunos pretenden, antes de celebrar las elecciones, crear condiciones de ingobernabilidad y extorsión bajo la forma de negociación, otros pretenderán destruir el proceso electoral en curso y mantener la ingobernabilidad, dadas sus raquíticas posibilidades de triunfo.

Un pueblo sin autoridades legítimas, sin instituciones respetables, confrontadas entre sí constituyen un acicate al auge de la corrupción al grado de considerarse algo natural su lugar en la sociedad y no se le considere un mal social.

Una sociedad y un lugar así propicia la decisión de jóvenes sin esperanza a escoger una vida delincuencial corta, infeliz pero plenos de placeres y de lujos; una niñez sin la debida protección y afecto de sus padres, carecen de los valores de la solidaridad, la cooperación, la honradez, la socialización sin agresiones.

Por si fuera poco, gradualmente empresas generadoras de empleo cierran y emigran víctimas de la extorsión.

Morelos requiere una gran reconciliación social para gobernar de manera diferente; entre los diferentes grupos de la población, reconocerse a si mismos como caminantes hacia un mismo futuro; entre las distintas agrupaciones cívicas y políticas para hacerse de un mismo proyecto transformador; esta línea de conciliación social revelará la autenticidad, la simulación y la batalla por venir.

Para combatir con éxito, nuestros gobernantes deben cuidarse de la Hybris, una enfermedad del poder cuyas características son, entre otras, la de “tener exceso de confianza en uno mismo, mandar lejos la autoridad y rechazar advertencias y consejos creyéndose uno mismo el modelo a seguir” (1), exagerada creencia, de ser casi omnipotente en lo que pueden conseguir personalmente, pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento, etc. Al final de cuentas revela baja capacidad y a mediano plazo conduce a la pérdida de legitimidad, autoridad y el consenso indispensable para gobernar. Los ejemplos palpables los tenemos en nuestro propio ámbito como el poder legislativo, judicial y el ejecutivo estatal. Ningún triunfo memorable para la población.

Seguramente Porfirio Díaz padecía la Hybris, su prolongada dictadura encontró su némesis, su contrario, su enemigo en la revolución protagonizada por el pueblo mexicano. Sebastián Lerdo de Tejada advirtió (“profetizo”, decía) que “en el término de diez años, la más grande y poderosa de las revoluciones, no revolución de partidos, estéril y gastada, sino revolución social. Nadie podrá evitarla ni contrarrestarla; su desarrollo es ahora latente y pausado, semejante a esas fuerzas subterráneas que determinan las fuerzas cósmicas…Díaz ha acumulado estos dos factores de disolución: dinero y violencia.” Sin duda Sebastián Lerdo de Tejada conocía las entrañas de aquel México profundo.

Podría decirse lo mismo del presidencialismo mexicano cuyos titulares eran semidioses a quienes cubría un aura lejos de la mano de los mortales, dispensadores de favores y castigos cuyas decisiones eran inapelables (“¿qué hora es?; la que usted diga, señor presidente”). Salvo alguna excepción como la del general Lázaro Cárdenas, el presidencialismo mexicano era cultivado con la enfermedad del Hybris durante más de noventa años para saquear, corromper y entregar el país a intereses extranjeros.

La fuerza transformadora crece día con día y la reconciliación social comenzaría con atender la deuda estatal de cumplir los compromisos con los desheredados del viejo régimen; establecer un verdadero equilibrio de poderes; restablecer la credibilidad institucional, de manera prioritaria en las instancias judiciales de procuración de justicia y contra la impunidad, establecer el diálogo permanente, plural y respetuoso de las diferencias y sobre todo, concebir y asumirse como servidores y en consecuencia mantener día a día el contacto con los ciudadanos. Estas ideas, podrían contribuir a las presidencias municipales, diputados y funcionarios públicos a evitar la Hybris y construir una nueva forma de gobernar.

(1) David E. Cooper. The measure of things: humanism, humility, and mistery. Clarendon Press, Oxford 2002, p. 163.

*Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública