loader image

 

El laberinto de Cuernavaca

 

En un pasaje de Física de la tristeza Gueorgui Gospodínov relata que paseando por París se encontró con dos calles que corrían paralelas. “Ambas me iban a llevar al sitio que buscaba. Por cierto, ninguna de las calles tenía nada de particular. El problema era, como siempre, que al elegir una de ellas me iba a perder la otra”. El capítulo habla sobre los laberintos y la elección. Los laberintos como un espacio mítico habitado por Minotauro o el cuerpo conformado por distintos laberintos, por ejemplo, fractales microscópicos del laberinto en el sistema digestivo y en el cerebro, pero también dice: “por supuesto, [que] la ciudad es el más evidente de los laberintos”.

Cuernavaca es sin duda la ruina de un laberinto. Muchas ciudades coloniales, específicamente la traza de su centro, están cuadriculadas. Cuernavaca aparenta estarlo, pero la geografía irregular y la proliferación de barrancas impide que todas las calles sigan la misma lógica. Desde las alturas se puede observar su cartografía laberíntica y confusa. Es fácil perderse y quedar atrapado entre andadores y vecindades o callejones con casonas que se asemejan la Tánger de Only Lovers Left Alive. Si la lógica te dice que todas las calles paralelas desembocan en una misma avenida, en Cuernavaca eso es un engaño, una trampa. Lo más probable es que termines en otro lugar, en una cerrada o en una vereda oculta que se bifurca hacia lo desconocido o que incluso desciendas a otra zona de la ciudad, la ciudad que persiste en la hondura de las cañadas.

Walter Benjamin dice que, para conocer verdaderamente una ciudad, hay que aprender a perderse en ella. Sólo desviando el rumbo y accediendo a las rutas ajenas y extrañas, es que uno descubre la dimensión total de la ciudad. Somos animales de hábitos continuos. Cuando caminamos al trabajo o a la escuela, tomamos siempre la misma ruta. Pero qué pasa si decides entrar a esa callejuela con esos árboles que parecen portales a otra época. ¿Qué aventura te espera? Quizá por ser la sexta ciudad más violenta del mundo, esa aventura no tenga un final feliz, que nuestro Minotauro sea un sicario con una Cuerno de Chivo. Pero imaginemos por un momento que Cuernavaca es un laberinto simbólico que nos muestra todas las épocas. Como ese pedazo de calle en Galeana del que sobresale una pendiente con la altura de la calle del viejo camino rumbo a Acapulco. “Cumbres de Galeana” se puede leer en una inscripción en un muro ruinoso con hierbas y árboles aferrándose a las grietas. Para mí ese pedazo de calle es la prueba de ese laberinto oculto. Ese laberinto que uno debe encontrar perdiéndose en la ciudad. No es evidente. Si observas con atención las Cumbres de Galeana se sobreponen los edificios de distintos tiempos en la doble altitud de la calle. Suspendidas en el éter imagino huellas de antiguos viajeros, bandidos y revolucionarios que atravesaron ese rumbo, mientras observo a los oficinistas, estudiantes y locos que aguardan bajo la sombra en la parada de la Ruta.

Me gusta caminar por Cuernavaca. Muchas veces digo los nombres de las calles en mi mente, antes de atravesarlas las enuncio y después aparecen. Otras, me encuentro en la misma situación que Gospodinov. Dos calles me llevan al mismo destino. En Cuernavaca, la resolución depende de la zona, de la hora y el clima. Algunas calles tienen más subidas y bajadas que rectas y uno termina agotado si elige mal; otras calles tienen vegetación que sirve de refugio de los rayos del sol, otras, son más largas pero están iluminadas y a veces los atajos son zonas peligrosas. Muchas veces elijo la calle que me ofrece más aventuras o historias que pueda aprehender. Pero elegir una calle significa desdeñar la otra y por lo tanto, perderse de lo que ocurre paralelamente. Tal vez, el amor camina por la calle que decidiste no transitar justo en ese momento y sus cuerpos recorren la misma latitud pero, separados por muros, se pierden en la inmensidad de la soledad de esta ciudad.

Gospodínov dice sobre el dilema de elegir una de las calles que “solo habría podido sentirme satisfecho en aquel experimento de la física cuántica que demuestra que la partícula se comporta también como onda cuando atraviesa dos aperturas a la vez”. Pero es imposible atravesar dos calles al mismo tiempo. Hay que elegir.

¿Y qué fue lo que hice? Me metí en una de las calles, la de la derecha, pero pensando todo el tiempo en la otra. Y a cada paso me repetía que había elegido mal. No había llegado ni a la tercera parte del camino cuando me paré decidido (oh, ese gesto decisivo de la indecisión) y doblé por un callejón hasta la otra calle. Evidentemente el titubeo se apoderó de mí con los primeros pasos y de nuevo tras unos metros giré casi corriendo por el siguiente callejón hacia la primera. Luego, asediado por la duda, volví a la otra, y luego a la primera. Hasta ahora sigo sin saber si en todo ese zigzag gané las dos calles o perdí ambas.