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El obispo Leija pertenece a la iglesia de Rio de la Plata, reconocida en México en 1983. Iglesia incluyente y rebelde. Alfonso está entregado al servicio solidario. En la Plazuela del Zacate y en el Jardín de San Juan en Cuernavaca se le encuentra repartiendo comida a los necesitados, labor que no detuvo el COVID, Alfonso continuó atendiendo a quienes padecían la enfermedad, muchas veces acompañándolos a morir.

El obispo Leija llegó a Cuernavaca en 1981, trabajaba para mantenerse y estudiaba en la UNAM la carrera de Químico Farmacobiólogo, obtuvo una plaza de maestro y ha sido reconocido por su profesionalismo con una medalla por 40 años de antigüedad docente. Con su sueldo ha podido mantener su labor social.

En los años noventa con la pandemia del SIDA, el obispo Alfonso se dedicó a cuidar a enfermos en el Albergue de la Santa Cruz, acompañando el sufrimiento, el bien morir y enterrar. Los cementerios dejaron de admitir cuerpos, estaban saturados, se debía cremar, lo que causa inmenso dolor pues va en contra de tradiciones de los deudos.

Actualmente sostiene con su presencia cálida el asilo de Las Palomas para ancianos de pocos recursos. Si hay alguna emergencia por terremoto, o como hoy, por el huracán Otis, el padre Leija organiza acopios para los damnificados.

En la lucha de los pueblos de Morelos su presencia es alentadora, oficia misas para compañeros caídos, como Samir Flores Soberanes, su activismo está estrechamente vinculado con el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra, el Agua de Morelos, Puebla y Tlaxcala, así como con la Red Morelense de Apoyo al CIN y CIG.

Desde niño se supo diferente, pero el miedo a su papá, le evitó asumir su homosexualidad. Contrajo matrimonio, pensando que de esa manera iba a ser “normal”, se separó al poco tiempo, reafirmando su personalidad. Cuando entró a estudiar a la universidad escondía su preferencia sexual por miedo a la discriminación. En una ocasión, después de oficiar un matrimonio entre personas del mismo sexo, permitida por la iglesia a la que pertenece, afuera los esperaban patrullas amenazándolos con cárcel arguyendo faltas a la moral. El rechazo a la diferencia se manifestó también con un grupo de fanáticos que en peregrinación les aventó agua bendita, llamándolos hijos del diablo.

Al cumplir cuarenta años el obispo Alfonso se animó a salir del “closet”; en 2005 encabezó la primera marcha del orgullo gay, por ello se le considera el padre del movimiento LGTBIQ+ en Cuernavaca.

El reconocimiento de su personalidad fue duro desde el punto de vista espiritual, se decía que la Biblia condenaba a los homosexuales, lo que es falso: los miembros de la Iglesia comunitaria estudiaron el antiguo y nuevo testamento sin encontrar ninguna condena a la diferencia sexual.

Alfonso debido al exceso de trabajo y el estrés cayó enfermo del esófago y el estómago, tres meses pasó en coma, se preguntaba: “¿Por qué Dios me manda está prueba?”, se contestaba “Para que sufriera lo mismo que los enfermos de SIDA, para comprender su tormento.” Él no tenía SIDA, pero estuvo grave, se alimentaba por sonda. Su fortaleza lo mantuvo vivo.

En 2006 el subcomandante Marcos, dentro de la Otra Campaña, llegó a hospedarse en la iglesia del obispo. Cuenta Alfonso que dio unas palabras: “en este lugar se siente dignidad”, dijo el Sub y repartió condones, compartió la cena, lavó su plato y durmió en la iglesia.

Alfonso es zapatista desde el levantamiento. Se le encuentra en los sitios dónde se requiere cuidar enfermos, organizar acopios para desastres, acompañar a las madres buscadoras, cantar con los ancianos del asilo, celebrar casamientos del mismo sexo. En su iglesia ofician, ellos y ellas, ritos y sacramentos. Una iglesia comunitaria, rebelde y solidaria con quien lo requiere.