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En días recientes un buen amigo me compartió un texto del historiador y economista italiano Carlo Maria Cipolla llamado Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Fue uno de esos textos llegados en el momento oportuno; casi dando una especie de explicación o respuesta a situaciones que encontramos sin absoluto sentido, burdas, dramáticamente cómicas, o bien, como me gusta decir ante circunstancias fuera de todo marco lógico o racional: fellinescas (en honor al cine neorrealista del italiano Federico Fellini, quien dirigió las obras con escenas de un extraño ambiente, pero también cargadas de un sutil humor negro).

El texto de Cipolla, entre otras cosas, sostiene que la estupidez es, dentro de todos los males que aquejan a personas y sociedades, uno de los mayores. Dado que, como él sostiene, una persona estúpida: “es una persona que causa daño a otra persona o grupo sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.

El autor esgrime este concepto porque distingue entre quienes, con sus acciones intencionadas, sí buscan obtener un provecho, una ventaja por encima de otra persona, o bien, a costa de otra persona; a este perfil el autor da una categorización de malvada. Ciertamente se trata de una desventaja para quien pierde lo que posee, pero el autor sostiene que al menos de las personas malvadas se sabe o se adivina en algún momento la dirección de sus acciones y por tanto su perfil. Luego, de quienes denomina incautos se refiere a los que obtienen pérdidas a la luz de ciertas acciones; muchas veces esto es consecuencia de los bienintencionados o de los compasivos en exceso, quienes no logran atisbar que sus buenas acciones o sacrificios les traerán más bien pérdidas o daños. Me atrevería incluso a decir que esto ocurre también cuando no podemos ver que hace falta poner ciertos límites.

Cipolla sostiene que otro tipo de perfil es de quienes buscan, si bien un beneficio personal, también una determinada cantidad de beneficios a cambio para la otra parte: esto finalmente se convierte en un equilibrio que les redunda en una ganancia personal. A estas personas el autor les da la etiqueta de inteligentes; y son también quienes regularmente tienen en cuenta a los otros y por tanto generan un grado de beneficio social. En cualquiera de las actividades a las que se dediquen saben que hay una especie de reciprocidad positiva.

En cambio, ese gran mal que señala Cipolla viene dado por las personas a las que denomina estúpidas; ello porque no hay ninguna posibilidad de entendimiento del porqué se les ocurre causar daño, “frustraciones, dificultades, sin que ella gane absolutamente nada con sus acciones”. Por lo mismo, al no existir referentes posibles para entender por qué ocasionan el daño que causan, es mucho más difícil prever qué harán, cómo defenderse, cómo negociar con ellas, etc. Siempre harán algo que las supere y que sumerja aún más en el caos tanto a las personas como a las situaciones.

Es un texto bastante iluminador para entender que simplemente existen personas a las que no se podrá entender. Y que nos ocasionarán ciertos daños. El autor encuentra que esto es obra de la naturaleza, y que no existe una correlación entre nivel de estudios, cultural, socioeconómico, poder político, etc. De hecho, sostiene que los grandes males de las poblaciones en la historia han sido por obra de individuos estúpidos en el poder.

Se trata de una explicación tentadora, una petición de principio complaciente. No obstante, siendo esta una interrogante de corte sociológico y filosófico, debo decir que ya antes me la había formulado. Hasta el momento sin haberla plasmado en artículo alguno, pero el mayor umbral explicativo me lo había dado el concepto de consciencia.

Si bien se trata de un concepto complejo, desde su acepción más básica, que la define como el acto de la psique por el que una persona puede darse cuenta de su existencia en el mundo; hasta aquella que incorpora el entendimiento reflexivo de las cosas, así como la actividad de la mente por la que es posible generar conocimiento; en este contexto la consciencia sería ese umbral por el que podemos, a través de la experiencia, aprender y entender que ciertas acciones nos traerán perjuicios o beneficios. Hay una especie de curva de aprendizaje… o eso sería lo esperado; y de igual modo que como sostiene Cipolla, no sabemos por qué en una persona la consciencia es mayor que en otra que probablemente pasa por la misma experiencia.

Difícil encontrar la causa, aunque, en donde sí hay convergencia es en el hecho de esclarecer que, cuando entrevemos conductas irracionales fuera de toda correspondencia con nuestras acciones, será preciso poner distancia o emprender la huida, pues sin duda estamos frente a una persona con poca consciencia, o bien, estúpida; y para cualquiera de los casos estaremos ante un innecesario riesgo.

*El Colegio de Morelos /Red Mexicana de Mujeres Filósofas

Una caricatura de una persona

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Ilustración: Cortesía de la autora