Quiero hacer énfasis en este artículo sobre la naturaleza agresiva del ser humano (o de algunos seres humanos) porque estoy convencido de que, para poder resolver un problema, debemos entenderlo perfectamente desde diferentes ángulos. Es fácil identificar la agresividad en distintas especies de animales, pero es muy difícil que los seres humanos nos veamos a nosotros mismos como una especie animal. Las concepciones religiosas y filosóficas que hemos construido sobre nosotros mismos nos hacen creer que somos superiores y que nuestro comportamiento está muy alejado del de otras especies animales, pero no es así. Seguimos teniendo instintos básicos, forjados durante miles de años de evolución, que no van a desaparecer simplemente porque nuestro cerebro desarrolló una inteligencia que nos hace creer que somos los “Hijos de la Creación”. La violencia es uno de esos instintos básicos que aún seguimos conservando.

Debido a que no nos consideramos a nosotros mismos como “animales”, sino como los seres supremos de “La Creación”, es mejor que tomemos como ejemplo a otra especie animal, digamos los perros. Es claro que existen razas de perros mucho más agresivas que otras. Esto es fácil de ver y de aceptar. Los labradores son perros bonachones que no agreden a nadie. Por eso se les utiliza para cuidar niños o para guiar personas ciegas. Por el contrario, hay otras razas de perros que son muy agresivas, como los pitbulls o los dóberman, por lo cual se les utiliza como perros guardianes (hay varios casos documentados en los que un pitbull agrede a niños o incluso a su propio dueño). Es cierto que el entorno y educación que tuvo el perro desde pequeño juegan un papel importante en su comportamiento agresivo cuando es adulto. Pero también es cierto que, de forma natural, de manera instintiva, algunos perros son más agresivos que otros. Creo que esto nadie lo duda. El tamaño del perro no tiene nada que ver con su agresividad. Un San Bernardo es enorme y bonachón (lo utiliza la Cruz Roja en operaciones de rescate), mientras que un pitbull es un perro relativamente pequeño pero muy agresivo. El carácter de los perros abarca todo un abanico de posibilidades (al igual que su tamaño), desde los chihuahuas hasta el mastín napolitano, desde los que se duermen junto al bebé para cuidarlo hasta los que se avientan a la yugular de su propio dueño. Es fácil reconocer y aceptar estas diferencias en la agresividad instintiva de los perros. ¿Por qué es tan difícil aceptar que lo mismo puede ocurrir con los seres humanos?

Dejemos de lado la idea de que somos los hijos predilectos de Dios y analicemos el comportamiento humano desde el punto de vista de un zoólogo, es decir, analicemos el comportamiento del ser humano como lo haríamos con cualquier otra especie animal (los cocodrilos, los leones, los perros, etc.). Si nos despojamos de la concepción privilegiada que hemos creado de nosotros mismos, veremos que somos una especie de animales en la que algunos de sus miembros son bonachones mientras que otros son extremadamente agresivos. Al igual que en las diferentes razas de perros, con los seres humanos el nivel de agresividad abarca todo un abanico de posibilidades, desde las personas muy pacíficas hasta las muy agresivas que ejercen violencia sin razón y no tienen remordimientos. La educación y el entorno social pueden ayudar a controlar dicha agresividad (como con los perros o los leones), pero los instintos agresivos no desaparecen, siguen allí y en cualquier momento pueden manifestarse. Por eso ni los leones, ni los tigres, ni las panteras, ni los cocodrilos pueden ser mascotas que anden rondando libremente por la casa acercándose al bebé. Por mucho amor que hayamos brindado a un cocodrilo desde pequeño, nadie en su sano juicio lo dejaría andar libremente por la casa ya que sabemos que sus instintos agresivos nunca van a desaparecer. El entorno social juega un papel importante para controlar la agresividad de los animales, pero es sólo eso: “controlar”. Los instintos agresivos nunca desaparecen, sólo se controlan. ¿Qué pasa cuando se pierde el control? ¿Qué pasa cuando el animal cree o siente, con o sin razón, que debe ejercer violencia?

Algunos seres humanos son violentos sin ninguna razón, nomás porque sí. Están dispuestos a todo con tal de satisfacer sus necesidades o sus deseos. Una cosa es matar a un oponente de un balazo en la cabeza, y otra es desollarlo vivo, extraer su corazón y morderlo ante la cámara con gran satisfacción mientras el corazón aún sigue latiendo (no recomiendo que lo busquen en Google, pero este tipo de ejecuciones actualmente están documentadas en video y son frecuentes entre miembros del crimen organizado). Este comportamiento milenario, instintivo, cocodrilesco, no va a desaparecer con abrazos ni con programas sociales que otorgan dos mil pesos al mes. Si apareciera el genio de la lámpara y nos diera a cada mexicano 10 mil pesos mensuales, o 20 mil, o 100 mil, eso no eliminaría los instintos agresivos de muchas personas. La violencia extrema no es solo tema de bienestar social, sino también de instintos. Las cifras gubernamentales reportadas cada mes en las mañaneras del presidente para medir el nivel de violencia se concentran sólo en asesinatos. ¿Pero qué pasa con violaciones, robos, secuestros, asaltos, desapariciones, golpizas, difamaciones, violencia intrafamiliar, abuso psicológico, abuso laboral, etc.? Nuestra especie contiene muchos miembros sumamente agresivos y tenemos que entender la realidad de nuestra verdadera naturaleza para poder combatir la violencia.

Una persona que es capaz de desollar viva a otra no va a eliminar estos instintos con abrazos ni con una dádiva mensual de dos mil pesos. Alguien tiene que explicarle esto a los líderes actuales autoproclamados “humanistas”. Tal vez ya lo saben, pero jugar el papel de imbécil (“tanatosis” o hacerse el muerto) también es una estrategia evolutiva que ha dado muy buenos resultados para la supervivencia. Es sorprendente ver el nivel de tanatosis que algunos de nuestros líderes han logrado, pero de eso hablaremos en otro artículo.

*Investigador del Instituto de Ciencias Físicas y del Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM.