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El pésimo artículo de Gabor: bestiario de papers inusuales, prófugos y románticos

Agustín B. Ávila Casanueva*

Los papers son, a su manera, la más alta autoridad científica. Estos artículos de investigación representan la cúspide del método científico académico. Ningún dato vale, ningún experimento es reconocido, ningún descubrimiento cuenta, hasta que no es parte de un paper. Hay razones para esto. Para que una investigación pueda publicarse en una revista científica, debe de no solamente ser original y presentar un avance científico, sino que debe de ser revisada por pares.

Este proceso implica que al menos otros tres investigadores o investigadoras, ajenas al artículo o paper pero expertas en el tema, revisen el artículo en cuestión y juzguen si la metodología es adecuada, si el experimento tuvo los controles necesarios y si las conclusiones son acertadas y no exceden la capacidad demostrativa del experimento. Es decir, si el nuevo conocimiento expuesto queda validado como conocimiento científico.

Este proceso no solamente es largo y complicado —suele durar varios meses—, sino que además es carísimo. En un anuncio bastante controversial, el prestigioso grupo de revistas Nature anunció que si deseas publicar con ellos y que el paper pueda ser de libre distribución —es decir, que se pueda consultar sin necesidad de una suscripción—, les debes de pagar a ellos la burguesa cantidad de $11,390 dólares, es decir, cerca de $210,000 pesos mexicanos. Este es uno de los extremos más costosos, pero no dejemos pasar por alto el hecho de que en ciencia las y los autores tienen que pagar para que les publiquen, ninguna persona de ciencia gana dinero en el proceso.

Ante esta situación, un largo y meticuloso proceso de auscultación y un cobro casi millonario por trabajo editorial, uno pensaría que los artículos científicos son impecables. No lo son. Mi mejor ejemplo es la primera parte del título de esta columna: El terrible artículo de Gabor. En un artículo sobre la coloración de ciertos peces y cómo se relaciona con la preferencia sexual de la especie, los autores dejaron una referencia demasiado honesta. Entre paréntesis, en lugar de colocar el identificador del artículo científico citado aparece la frase: “¿Deberíamos de citar aquí el pésimo artículo de Gabor?”. Esta propuesta juiciosa fue eliminada a los pocos días de que se publicara la versión en digital del artículo —aunque desconocemos el tiempo de recuperación del ego del pobre de Gabor—. Otros errores no han sido tan graves, pero incluso en los títulos de algunos artículos, es decir, lo que lleva el tamaño de letra más grande, se han colado pedazos de correos electrónicos de los editores. Estos papers prófugos de los editores muestran de nuevo que la academia es falible, sin importar el presupuesto que se le asigne.

Los papers, por fortuna, también han resultado un espacio para la filosofía y un humor fino a la vez que un poco bobo, característico de la comunidad científica. Por ejemplo, un artículo publicado en enero de este año por Joshua Habgood-Coote, Lani Watson y Dennis Whitcomb lleva por título: “¿Se puede hacer una buena contribución filosófica simplemente haciendo una pregunta?”. Y ya. Ese es todo el paper. Las preguntas que le surgen posteriormente a las y los lectores determinarán el resultado del proceso de investigación. Es una joya.

Pero ese no es el paper más corto del que tengo noción. Esa distinción le pertenece al artículo de Tyron Goldschmidt del 2016 cuyo contenido completo es: “Una demostración del poder causal de las ausencias”, dejando el resto de la página en blanco y también una discusión interna y una sonrisa en las y los lectores. De un lado más humorístico, en 1974 Dennis Upper publicó otro artículo que es mayoritariamente una hoja en blanco, pero que lleva por título: “Un tratamiento propio fallido en un caso de bloqueo del escritor”. Este artículo, además, se hace acompañar por un comentario de uno de los revisores que entre otros detalles señala que: “este es el manuscrito más conciso que he leído, sin embargo, contiene suficientes detalles como para permitirles a otros investigadores replicar el fracaso del Dr. Upper”. Un triunfo más del método científico.

Aprovecho para recordar que, a pesar de su obsesión con la objetividad, la comunidad científica es una romántica. En al menos dos papers, uno sobre una nueva especie de dinosaurioy otro sobre refrigeradores y su poder de enfriamiento, escondidas en la sección de agradecimientos de los artículos se encuentran sendas propuestas de matrimonio. Sabemos que al menos en una de ellas la respuesta fue sí.

La investigación científica es una actividad social y humana. No debería de extrañarnos que un amplio espectro de emociones y comportamientos se encuentren en sus más finos reportes.

*Coordinador de la Unidad de Divulgación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM y miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.

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