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Las jornadas alrededor de la fundación del Estado de Morelos el 17 de abril de 1869, se antojan idílicas, pero estuvieron lejos de serlo. El presidente Juárez reorganizó la administración del país tras la Gran Década Nacional y el triunfo de la República. Lo que conllevo a la constitución de varias entidades federativas, entre ellas la que adoptó el nombre del generalísimo Morelos en recuerdo a la gesta en Cuautla de 1812. El territorio que se escindió del Estado de México fue en buena parte el señorío de Cuauhnáhuac bajo el imperio mexica, después su geografía correspondió al Marquesado del Valle de Oaxaca y a la intendencia de México durante el virreinato, consumándose la independencia, dependió de Toluca y Maximiliano en su breve aventura imperial lo hizo parte del Distrito de Iturbide. Al estallar la guerra contra la intervención y el Imperio, Juárez ordenó la creación de distritos militares para sostener la defensa del país, a los valles de Cuernavaca y Cuautla les correspondió ser el Tercer Distrito Militar, estatus que tenía el territorio al ser erigido el Estado de Morelos. Cuernavaca fue a su vez, breve capital de la República tras el triunfo de la Revolución de Ayutla en 1855.

A pesar de que la República Restaurada representó una era de orgullo nacional y esperanza, el nacimiento del Estado Morelos, como ya se mencionó, no fue fácil. Primero surgieron las disputas en torno a la designación de la capital del estado, los influyentes hacendados azucareros se decantaron por Cuautla, su zona de influencia, los políticos por la añeja Cuernavaca, lo cual al final se impuso. A la zozobra política se añadió la inestabilidad en la paz social, por siglos existieron disputas entre comunidades y haciendas por la tenencia de aguas y tierras, las cuales llegaron a su clímax con las matanzas de San Vicente y Chiconcuac en 1856, ahora se agregaban bandas armadas que, bajo la máscara de ser fuerzas irregulares republicanas, asolaron el territorio. Estas bandas fueron inmortalizadas por el genial Altamirano en “El Zarco” que si bien describió el paraíso que era Yautepec en esa época, con la licencia que se pueden y deben tomar los novelistas, romantizó a una gavilla de bandidos que lejos estuvieron de ser los príncipes azules de un cuento.

El primer gobernador fue el ilustre campechano Pedro Sainz de Baranda, quien con carácter de provisional entre abril y agosto de 1869 fundó el estado y organizó la primera elección local, de la cual resultó electo como primer gobernador constitucional el general Francisco Leyva, veterano de las guerras de Reforma, contra la intervención, el Imperio y quien combatió también a las gavillas de bandoleros como “Lorencillo”, afamado líder de los Plateados.

A Leyva, a su vez lo sucedió el general Carlos Pacheco Villalobos como segundo gobernador constitucional, quien tomó posesión el 28 de noviembre de 1876. Pacheco, originario de Chihuahua, fue un político capaz y probo que destacó como Secretario de Fomento, de Guerra y Marina y gobernador de su estado natal, de Puebla y del Distrito Federal. Previamente tuvo una brillante carrera militar distinguiéndose en las guerras de Reforma, contra la intervención francesa, el Imperio y durante la revolución de Tuxtepec. Fue un laureado héroe de guerra, que, en la batalla del 2 abril de 1867, durante el asalto y toma de Puebla, bajo las órdenes de Porfirio Díaz, fue herido al liderar el asalto republicano, en esta acción perdió un brazo y una pierna.

Su paso por Morelos como gobernador fue breve, apenas un año. Sin embargo y a pesar de su disminuida salud, no perdió el tiempo, sentó las bases no solo para la pacificación del territorio, sino para la infraestructura e industrialización que hicieron de Morelos una potencia azucarera a nivel mundial pocos años después.

Una anécdota lo retrata: durante su periodo, los plateados amagaron con entrar a Cuernavaca y saquear la capital morelense. Los bandidos superaban a las fuerzas locales, la tragedia era inminente, entonces el viejo invalido de guerra, con sus visibles limitaciones se trasladó al rumbo del Cañón de Lobos, ahí sin más fuerza que su autoridad moral y agallas, conferenció con los bandidos, los hizo entrar en razón y salvó a Cuernavaca. El monumento frente al Palacio de Cortés no debe reconocerlo solo como héroe del 2 de abril sino como salvador de Cuernavaca ante esa grave amenaza. Hoy sin duda en estos tiempos convulsos en Morelos, hacen falta gobernantes de la talla del general Carlos Pacheco.

*Escritor y cronista morelense.