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JOSE ANTONIO GOMEZ ESPINOZA

Hace unas semanas compartí por este medio el articulo “Antropocentrismo y depredación” donde sugerí que este pensamiento tuvo su origen en la cultura judeo cristiana para lo cual cité el verso 26 del capítulo 1 del libro del génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoreé en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.

El vocablo “señorear”, en el diccionario de la Oxford languages se define como: 1. Dominar o mandar en una cosa como dueño de ella. 2. Controlar o tener dominio sobre algo. En este articulo asumimos que este enfoque del antropocentrismo debía ser una mala interpretación del simbolismo que subyace detrás de este pasaje bíblico.

En una siguiente entrega bajo el título “hombre especie una visión ecocéntrica” asumí que el concepto que se tiene de hombre impacta en la relación que tenemos los humanos con la naturaleza. Así, réferi dos concepciones de hombre que se han dado a lo largo de la historia:

La de “hombre colectivo” que prevaleció en los inicios de la historia del hombre bajo la cual, la relación con la naturaleza era de respeto y temor. Una segunda concepción fue la de “hombre individuo” misma que se hace presente a partir de la revolución industrial, bajo esta concepción se da un divorcio con la naturaleza. Esta etapa de divorcio y depredación prevalece en el momento histórico que vivimos.

Desde una visión ecocéntrica, surgen tres concepciones del hombre, en el contexto del darwinismo aparece la de “hombre especie”; nuestros ancestros tenían la del “hombre cosmos”; por su parte, el hombre de Asís coincide con la visión darwiniana así como también con la de nuestros abuelos pues para este hombre, los semejantes son los humanos al igual que todos los vivientes, plantas y animales así como los componentes no vivientes de la naturaleza, el rio, el monte, los astros, la luna o las estrellas etcétera.

Hace unos días cayó en mis manos un documento llamado “Laudato si” (sobre el cuidado de la casa común). El documento es una Encíclica del papa Francisco primero. Las encíclicas son ensayos profundos con bases filosóficas, teológicas y científicas sobre temas de interés universal que presentan los papas como parte de sus propuestas y enfoques doctrinarios.

En este documento el papa Francisco dice: “Esta hermana (la tierra) clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”. En esta encíclica se cita el pensamiento de Pablo VI quien habla de la problemática ecológica, considerándola como una consecuencia dramática de la actividad del ser humano.

El papa Francisco cita también al papa Juan Pablo II quien advierte que “el ser humano parece no percibir otros significados de su medio ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo, señalando que hay poco interés en salvaguardar las condiciones de una auténtica ecología humana”.

También cita a dignatarios de otras iglesias como el patriarca Bartolomé quien considera como pecado “que los humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas”; de igual forma califica como pecados la contaminación de las aguas, el suelo y el aire.

 

De aquí que la interpretación de la narración simbólica del génesis donde literalmente se da al hombre la potestad de enseñorearse de la naturaleza, no puede ser entendido como un antropocentrismo depredador sino más bien como un antropocentrismo en el que el hombre tiene la encomienda, del cuidado de nuestra casa común.

En la memoria de mis años infantiles, cada vez más lejanos recuerdo que cuando se abría la tierra para depositar las semillas de maíz, frijol y haba, se oraba respetuosamente pidiendo permiso y perdón por herir la tierra para sembrar.

Ecologistas como Miguel Ángel Altieri, Víctor Manuel Toledo, Berkes Fikret y otros, identifican y reconocen un componente espiritual, místico, mítico y sagrado en la práctica ecológica de los campesinos e indígenas de México. Berkes acuñó el concepto de “ecología sagrada” tras argumentar “la necesidad de ampliar la base científica occidental de la ecología con un enfoque integral y ético, que integre la perspectiva social, política y espiritual”

Esta visión ecológica que tenían nuestros abuelos y que comparten filósofos y teólogos debe ser el nuevo antropocentrismo para relacionarnos con la naturaleza donde se ubica al humano como centro, como protagonista y corresponsable en el cuidado de nuestra casa común, la tierra.