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Supuestamente ya se habían superado algunas viejas costumbres de la política mexicana: los acarreados y la inauguración -con su respectiva “entrega” a la población- de obras inconclusas.

Muchos discursos de otros tantos gobernantes han versado sobre esas viejas prácticas que, dicen, ya no existen en la actualidad aunque, por lo que se pudo ver ayer en Cuentepec, en Morelos gozan de cabal salud.

Primero, los vecinos de la comunidad -orgullosamente indígena y defensora de sus usos y costumbres- se indignaron porque las visitas llegaron a levantar tarimas sin avisar; después, se extrañaron de ver a tanto desconocido que se paseaba sin hacer nada y que, sin duda, habían sido convocados a la ceremonia para el que, a toda prisa y con exactitud profesional, se montaba toda una escenografía.

Pero la molestia mayor vendría cuando se enteraron de quela ceremonia era para la inauguración de una obra a todas luces inconclusa que, para colmo, la comunidad no consideraba prioritaria: la pavimentación de una calle paralela a la que a ellos sí les interesaba porque sus hijos acuden a escuelas ubicadas en ella.

Las funcionarias que asistieron al evento, y que disciplinadamente llegaron antes que el invitado principal, tuvieron que hacer frente los reclamos de los verdaderos habitantes de Cuentepec y trataron de explicar que también se trabajaría en la calle de las escuelas pero que alguien había establecido como prioridad la vitalidad que se “entregaba”.

Los vecinos se sorprendieron más cuando corroboraron que quien encabezaría la ceremonia sería el gobernador en persona, se prepararon para reclamarle pero no pudieron, o por lo menos no como a ellos les hubiera gustado: el eficiente aparato de logística, alertado del ambiente, se cercioró que el gobernador bajara de su camioneta directamente al templete, que se dijeran las palabras alusivas a obras concluidas y al agradecimiento ciudadano, a que aplaudieran las personas que habían sido llevadas para solo eso, que se cortara el listón, se tomaran las fotos de rigor y que el mandatario abordara de nuevo su vehículo para salir de la comunidad.

Ahora, los cuentepecences, además de molestos estaban frustrados y, ya acabado el acto y sin funcionarios a la vista, continuaron reclamándole ahora a los trabajadores que trataban de desmontar, también lo más rápidamente que podían, la parafernalia oficial; uno de ellos insinuó que más bien deberían reclamarle a la diputada Macrina Vallejo pues“ella quiso que se arreglara esa calle porque justo ahí tiene su casa”.

Según los quejosos, la obra entregada por el gobernador debió haberse concluido el año pasado y ayer cortó el listón cuando aún le falta por lo menos el 30 por ciento para estar acabada; por si fuera poco también dicen que las obras son bastante menores a las que supuestamente se debieron realizar. Hay algunas viejas costumbres que son difíciles de eliminar.

Quizá la diputada Macrina Vallejo, morenista pero que no simpatiza con el gobierno estatal, sola en su casa, sin cámaras y equipos de producción que la grabaran para el próximo informe de gobierno, exclamó levantando los brazos: “¡Con Cuau, Morelos se transforma!”, pero eso no lo sabremos.

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