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Julián Vences

Él sólo estudió hasta primero de Secundaria, fue mozo, machetero, chofer, supervisor, gerente de la agencia Carta Blanca. En brazos de su madre, a cuarenta días de nacido en Iguala, arribó a Jojutla un miércoles 6 de noviembre de 1940. Llegaron a casa de Enrique Islas Carreño, hermano de Isaura. La fajada parturienta ese día concluyó la cuarentena, iniciada la víspera del festejo de San Miguel. Enrique, distribuidor regional de periódicos y revistas, los acogió amoroso.

A don Enrique le llamó papá, pues él lo crió. Al padre biológico, Juan Rivas Taboada, lo conoció ocho años después, un día de muertos que fueron a Iguala. Juan Rivas, indio dulcero de Taxco El Viejo, vestía calzón de manta con cintas y calzaba huarache de tres agujeros.

— Quédate conmigo, te daré estudios –le propuso a Wenceslao.

Wenceslao no aceptó. Desde el kínder iba al Instituto Morelos. Con papá Enrique vivía contento, a pesar de que lo hacía madrugar y tener listo el colgajo de periódicos y revistas en la calle principal antes de irse a la primaria.

Ha de haber tenido diez años cuando una revista de las que él colgaba le acarreó severos maltratos que recordaría el resto de su vida. Sucedió que, terminada su temprana labor, por descuido, echó en su mochila un ejemplar de “VEA”, revista para adultos. El pecaminoso objeto pasó por manos y ojos ansiosos del persignado alumnado del colegio. Enterada, la anciana y rigurosa madre Regina lo metió a golpes a la dirección y mandó traer a papá Enrique. A éste le pareció adecuado, para escarmiento, azotarle reatazos delante del grupo.

— En la casa te espera más –lo amenazó.

Y en casa le fue peor. Lo tundió con un bastón-burrita, de esos que traen de Chalma.

Las tardes de esa época Wenceslao, de 10 años, recorría las calles con su mamá: vendía tamales. Al meterse el sol, cambiaba de ocupación: recorría cantinas, refresquerías y puestos del mercado anunciando “El Gráfico” y “Últimas Noticias”; con ayuda de amigos de su edad vendía rápido un centenar de ejemplares; así, le quedaba tiempo para jugar.

Sólo estudió hasta el primero de secundaria en la nocturna de la colonia Cuauhtémoc.

De trece años, en 1953, entró de mozo en la agencia “Carta Blanca” propiedad de don Pepe Nava, el más rico de Jojutla, dueño de cuantiosas propiedades, entre otras, “Los Cocos”, idóneo lugar para celebrar bodas, quince años y demás; don Pepe, sin poseer la clásica imagen del cacique arbitrario rodeado de gatilleros, tenía la arraigada costumbre de poner y quitar presidentes municipales.

Wenceslao Iniciaba a las cinco de la mañana. Temprano, con tenazas, ayudaba a descargar el camión repleto de barras de hielo traídas de Cuernavaca por Jaime Bahena y luego, iba dejando los trozos en las puertas de bares y prostíbulos de la zona roja como “El Guadalajara de Noche”, “La Bola”, “El Bagdad”. Ganaba $27.50 a la semana.

Don Pepe Nava, además de cerveza “Monterrey”, refrescos Titán y llantas, también vendía leche, crema quesos, pues tenía 250 vacas en el rancho donde hoy es la colonia Benito Juárez. Wenceslao abría y cerraba la agencia. Cada noche don Pepe le daba un peso de propina.

De mozo saltó a machetero en la ruta Higuerón-Tlaquiltenango-Tlaltizapán-Huatecalco-Temimilcingo-Acamilpa. Marcos Rivas, el chofer, le dio chance de aprender a manejar e incluso hacerse cargo de la ruta (levantar pedidos, vender y cobrar) más no del 5% de comisión, pues siguió cobrando como machetero.

Cuando Lucino Espín alias “La Muerte” dejó la ruta Tilzapotla-Tehuixtla-Tequesquitengo-Xoxocotla-Chisco-La Tigra, don Pepe Nava se la ofreció a Wenceslao. Fue entonces que mejoró sus ingresos y fue cuando se casó con María Luisa, reina de la belleza e hija de Amado Pérez Muñoz, vaquero de don Pepe. El generoso patrón regaló a los novios estufa, comedor, sala y recámara, más 100 cartones de cerveza y otros 50 que pusieron los trabajadores. “La Orquesta de Chava Calderón” amenizó la fiesta.

Un día, al recibir su paga, Wenceslao protestó porque no venía completa.

–Lotifiqué el rancho y te desconté lo de un lote para ti –le explicó don Pepe.

–Pero no quiero lote –replicó Wenceslao.

–Qué bruto eres –le contestó el patrón.

Más adelante, don Pepe le dio a firmar unos papeles.

–¿Y esto qué es?

–Tu escritura, ya tienes lote. Te lo regalo –le informó.

Don Pepe Nava también lotificó una extensa propiedad que tenía en Galeana, frente a la fábrica de hielo. A todos sus trabajadores les repartió. Eso, antes de que metieran el Canal de Las Estacas.

Mucha gente, sobre todo de los ranchos, acudía a él pidiendo ayuda. Si llegaban con un enfermo, los mandaba con Rendón.

–“Atiéndelo y me mandas la cuenta”, le ordenaba por teléfono al doctor.

Cuando murió don Pepe lo velaron en la Ciudad de México, porque allá vivía una hija de él. Asistió poca gente, entre ellos algunos trabajadores como Wenceslao.

“Si aquí lo hubieran velado y sepultado, de seguro hubiera acudido muchísima gente”.

Wenceslao llevaba 10 años en su ruta cuando repentinamente muere Abundio Olascoaga, el supervisor a cargo de 17 rutas. Wenceslao, que nunca faltaba ni pedía vacaciones, entró de relevo. Lo mandaron a cursos de capacitación en Monterrey.

De supervisor duró unos meses porque después lo ascendieron a gerente, puesto en el que al principio lo desesperaba, pero en el que se desempeñó con éxito durante 25 años.

Su gran amigo del Club Rotario, el profesor Chillopa, le aconsejó:

–“Pensiónate, estás a tiempo”.

Hoy, Wenceslao lleva 12 años retirado. A sus casi 83 años tiene tiempo, bastante, para relatar cosas como las arriba escritas y agregar, a manera de conclusión, lo muy afortunado que fue, porque a pesar de recorrer caminos y pueblos infestados de asaltantes y matarifes, solo pasó tragos amargos, como aquél de cuando en Huautla, durante un jaripeo, fue testigo de cómo los famosos “Tlaycas” acribillaron a varios federales y al siguiente día, en Huaxtla, el jefe de la temible gavilla le pidió que le invitara cervezas frías. O cuando en San Rafael el mentado y peligroso “Jarro” se quedó con las ganas de perjudicar a Wenceslao porque intervino en su defensa “La Marrana”, otro facineroso.