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“El infortunio de la mujer es tan antiguo, que su origen se pierde en la penumbra de la leyenda. La mujer labraba la tierra, traía leña del bosque y agua del arroyo, cuidaba el

ganado, ordeñaba las vacas y las cabras, cocinaba la comida, cuidaba a los enfermos y los niños. La condición de la mujer (…) varía según su categoría social; pero a pesar de la dulcificación de las costumbres, a pesar de los progresos de la filosofía, la mujer sigue subordinada (…)”.

Ricardo Flores Magón.

Viviana Gutiérrez

A lo largo de la vida, las mujeres han sido relegadas a la invisibilidad, no sólo de la historia; si no por las desigualdades de género constituidas en un mundo diseñado bajo

la concepción masculina: desde su derecho a la educación, las brechas salariales,

desarrollo social, violencia familiar e incluso de salud, lo que inexorablemente conduce a replantear la importancia de su participación en las sociedades contemporáneas.

Hoy, sus voces se entrecortan, sus ojos lloran, el sudor las baña, el sol las quema. Ellas luchan; la ciudad se congela.

La mayoría de los negocios del primer cuadro de Cuernavaca bajó sus cortinas, ante el temor infundido por las autoridades del Gobierno de Morelos, desde horas antes de realizarse la marcha del 8M por el Día Internacional de la Mujer, un recordatorio a la vida, un alto a la muerte.

Se levantan, pelean, no hay cabida para la fragilidad; en total, miles de mujeres de aproximadamente 27 Colectivas en la entidad, no cedieron. Desde minutos antes de las 14:00 horas ya se reunían en la glorieta de Tlaltenango para iniciar la caminata poco después de la hora pactada, a la que paulatinamente se sumaban más, todas bajo una consigna “No me cuida la policía, me cuidan mis amigas”.

Ataviadas de negro, para manifestar que el estado y el país están de luto ante el incremento de homicidios contra las mujeres, durante su trayecto rumbo a la plancha de la Plaza de Armas exigieron un alto a la violencia feminicida, principalmente familiares y amigos de las que han perdido la vida y quienes encabezaron la caminata acompañados por la batucada símbolo de la fuerza de los tambores que encendió el ánimo, como el palpitar del corazón, incluso, de los curiosos que observaron el recorrido en silencio.

La obrera, la maquiladora, la empleada, la ama de casa, la cocinera, la abuela, son quienes desde el plexo conocen las vicisitudes y carencias a las que se han enfrentado a lo largo de su vida por causa de un sistema conservador que es el que ha decidido los hombres durante siglos cómo, dónde y cuándo acceder a la mínima atención o servicio; cómo dónde y cuándo, incluso, seguir el rumbo de su destino.

Pero también la subversiva, la guerrera, la jefa de familia, la profesionista, la abuela de conocimiento expansivo, la bruja de fuego y crisol, espejo multicolor que lleva en la piel tatuado su linaje; la que lucha, cree y despierta bajo el círculo de luz con la conciencia y convicción del ser fuerte y tenaz; proveedora de vida y luz.

Por fuera distintas todas, pero en el interior la misma llama, esa lucha que continúa y no

cede, aún en siglo XXI, remar a contracorriente parece no tener fin. La opresión y dominio del cuerpo de la mujer o el simple derecho a la planificación familiar son temas que continúan siendo tabú dentro de las sociedades mexicanas, principalmente de las

comunidades más apartadas arraigadas a sus usos y costumbres.

Y aunque cada una tenga su vida y sus propios oficios, actividades, maneras de pensar

y estrago social, la realidad es que todas están inmersas bajo el mismo yugo; una falta

de autonomía corporal, pues casi la mitad de las mujeres en países en desarrollo se les

niega el derecho a decidir si desean tener relaciones sexuales con sus parejas, usar

anticoncepción o buscar atención de la salud.

Hombres, jóvenes, adultos mayores, niñas y niños también se sumaron a la marcha que como una llama se expandió kilómetros abajo, como un río que ya no paró su cauce para acompañar a las esposas, madres, hermanas y amigas.

Yo quiero no sobrevivir. Por las que salieron a estudiar y no volvieron para graduarse. No se va a caer lo vamos a tirar. Agradezcan que buscamos justicia no venganza. Sufre mamón devuélveme a mi chica. Seguimos marchando porque nos siguen faltando. Quiero morir de vieja y no por ser ‘vieja’. En México el feminismo incomoda más que el feminicidio. A Yadhira la mató un policía, fueron algunas de las consignas escritas en cartulina, papel y glitter, para que sus muertes no hayan sido en vano y la luche brille más que nunca para que los feminicidios no se vuelvan a repetir, en ningún rincón del mundo.

Otras más, y sin miedo, expusieron a sus agresores con su rostro y nombre completo para advertir que son unos violentadores y muchos, a pesar de contar con órdenes de aprehensión, están prófugos de la justicia.

Bajo la luz del sol, las siluetas de las mujeres fueron como una guía que las unió en un mismo canto de sororidad y reciprocidad. Una flor que nace y de la tierra se ciñe para sentir la entraña del verdadero amor a la libertad.

Durante la marcha, las feministas radicales realizaron pintas y rompieron algunos vidrios del ISSSTE, la Galería del Centro Morelense de las Artes (CMA), las instalaciones de la antigua sede del Congreso, del Palacio de Gobierno, así como Banamex, del restaurante Las Mañanitas y la iglesia del Calvario.

Algunas más grabaron, lo que ocasionó la molestia por parte de muchas, al considerar que, por prejuicios, aún mantienen prácticas machistas o fueron amenazadas con perder sus empleos si no denunciaban a quienes causaran destrozos.

Al concluir, se llevó a cabo un mitin en el zócalo en donde algunas expusieron sus casos, denunciaron a sus agresores y otras más incluso denunciaron a sus jefes y jefas por maltrato y acoso laboral, visibilizando que la violencia contra las mujeres se da en todos los ámbitos.

Cabe pues elevar nuestro nivel humano al máximo de lo posible creativo, y no de lo limitado masculino; concebir de nuevo el mundo, un mundo en el que tome cuerpo la equidad, la empatía, la sabiduría y la alegría de existir; levantar la enseña de la

liberación, de la rebelión, de la libertad a la medida de lo humano; desplegar la inteligencia, la experiencia viva, y los deseos latentes para la construcción de ese

mundo que soñamos porque la sororidad y la empatía entre las propias mujeres será la clave para la violencia feminicida termine.

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