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Los collies pastorean, los labradores traen cosas, y los pitbulls te preguntarán cada cinco minutos si les puedes dar cariño. Algunos comportamientos en los perros son instintivos y se asemejan más a una compulsión inquebrantable que a algo que surge por capricho. Se podría decir que lo llevan en la sangre. O en sus genes. Pero un nuevo estudio publicado hoy en la revista Cell, a cargo de Emily V. Dutrow, James A. Serpell y Elaine A. Ostrander de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, muestra que los genes no son la razón de estas conductas. “Los mamíferos tenemos en general casi la misma variedad de genes” dice la Dra. Ostrander en entrevista para La Jornada Morelos, “el comportamiento depende más de cuáles de estos genes están prendidos o apagados, en qué momento se prenden y se apagan, y qué genes tienen a su lado”.

Esta investigación contó con la ayuda del mejor amigo del perro, ya que las investigadoras analizaron más de 46 mil encuestas realizadas a dueños de perros sobre el comportamiento de sus mascotas. Además de estos datos, también secuenciaron el ADN de más de cuatro mil perros para poder correlacionar ambas bases de datos y llegar a un resultado. Entre los perros donaron una muestra al estudio se encontraban animales de razas certificadas, así como perros con distinto número de cruzas raciales. “Queríamos evitar los sesgos” explica Emily Dutrow, también en entrevista para LJM, “añadimos perros que son resultados de mezclas al estudio, para evitar sesgarnos por las definiciones de raza”. Y, aunque suene contradictorio, el añadir mayor ruido, mayor diversidad a su investigación, les permitió ver los resultados más claramente. “Además, no queríamos dejar fuera partes del genoma de otros perros”, añade Dutrow.

Los resultados que obtuvieron durante su estudio demuestran que la actividad de un grupo de genes, marca el tipo de comportamiento instintivo que pueda llegar a tener un perro. Estos genes están involucrados en la manera en la que las neuronas se conectan unas con las otras —un proceso conocido como la señalización de la guía del axón—, “dependiendo de cómo y cuándo se apagan estos genes durante el desarrollo del cerebro, define qué partes del cerebro quedan con una mayor conexión entre ellas. Tiene que ver más con la regulación de los genes que con los genes mismos”, explica Ostrander, “y esto deriva en los distintos comportamientos”. Es decir, al menos en el caso de los perros, no importa tanto el tamaño del cerebro, sino su arquitectura interna, la manera en que está conectado. Sin embargo, que algo esté escrito en ADN no implica que esté escrito en piedra y con un buen entrenamiento, cualquier perro puede aprender o evitar cualquier comportamiento.

La domesticación de los perros es probablemente el experimento biológico más antiguo y grande que hemos realizado como humanos. “Evolutivamente hablando, es una mina de oro” dice Ostrander, refiriéndose a todo lo que nos queda aún por explorar. Hablando sobre lo que sigue a futuro, Dutrow señala “queremos estudiar el ADN antiguo de restos fósiles de perros y de lobos, y entender mejor las bases evolutivas del desarrollo de estos comportamientos”. Sin duda, una investigación que está de pelos.

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