

Hoy miércoles 23 de abril conmemoramos como cada año desde 1989 el “Día Internacional del Libro” que a iniciativa de la United Nations Educational Scientific and Cultural Organization, la UNESCO por sus siglas en inglés, ocurre en más de un centenar de países en todo el mundo. Muchas naciones, antes de esa iniciativa de la ONU, celebraban su “Día del Libro” en fechas diversas y por diferentes motivos.
La iniciativa global de conmemorar a la lectura proviene de las fechas de muerte de “El Bardo de Avon” y de “El Manco de Lepanto” que formalmente partieron el mismo día aunque en realidad el gran dramaturgo murió poco después, el 3 de mayo, de acuerdo al calendario gregoriano que ya se usaba en España (23 de abril en el calendario juliano, que aún se usaba en Inglaterra).

El 23 de abril del año 1616 partió también el Inca Garcilaso de la Vega.
El nivel de lectura de México
Comparado con otras naciones, México tiene un nivel de lectura muy bajo situación que impide el desarrollo de otras habilidades y metas profesionales asociadas al progreso y la cultura; además de no beneficiarse espiritualmente con ideas, lugares y situaciones ampliamente formativas tan sólo por leer las letras impresas en un papel. Existe una controversia actual: se lee más que antes, pero se lee mucho más en dispositivos promotores del ocio más que la cultura propiamente dicha que hallamos en un libro.
Al decidir el tema de este texto hice un esfuerzo por recordar cuál sería mi primer libro. ¿Qué texto pasó por primera vez en mis manos infantiles? Busqué y busqué en mi memoria de décadas: me parece recordar uno de varios libritos de una Colección Novaro de formato pequeño que narraba historias en un bosque. Esas ediciones aparecen en mi memoria vaga como mis primeros libros, sin embargo el que mejor se fija en mi recuerdo es el de Lengua Nacional del primero “A” de la primaria Emiliano Zapata que entregaba el gobierno a través de la Secretaría de Educación Pública mediante su programa de libros de texto gratuito. La lección de las “eses” nunca se esfumó de mis memorias: “Ese oso se asea así. Si se asea así ese es mi oso” Ese fue el inició de una afición por la lectura que heredé de mis padres, mis tíos y muchos familiares que se han dedicado a la educación.

El Galano Arte de Leer
Mi padre y mi madre se jubilaron del magisterio. Varios parientes también lo hicieron y algunos más aún ejercen. El más ilustre de esos familiares fue mi tío “Chucho” Don Jesús Domínguez Rosas, hermano de mi madre y coautor del libro “El Galano Arte de Leer” editado en 1955 y hoy sigue imprimiéndose bajo el sello de la Editorial Trillas.
Don Jesús Domínguez y Don Manuel Michaus, tío “postizo” compilaron y reseñaron fragmentos de obras clásicas que estimulan a leerlas completas. Ayudan a promotores y normalistas formadores de lectores a animar a sus alumnos a volverse lectores permanentes. El libro “El Galano Arte de Leer” puede considerarse un “best seller”, pochismo aparte. Lleva decenas de reimpresiones desde la década de los cincuentas y cada año entrega buenas cuentas a los dueños de sus derechos editoriales, la familia Trillas.
Desde la dirigencia primera de la editorial y distribuidora más grande en idioma castellano, con decenas de librerías en centros culturales y un portafolios de casi 7 mil títulos, don Francisco Trillas Mercader, y don Luis Trillas, hasta el director editorial Lander Trillas esta empresa ha editado puntualmente ejemplares -hoy en dos tomos- del “Galano…” que permiten como ya dijimos conmemorar cabalmente la fecha del Día Internacional del Libro y los derechos de autor en estos confusos tiempos de la naciente Inteligencia Artificial. Los dos directores de esa casa editorial han sido reconocidos con el Premio Juan Pablos, máximo reconocimiento de los libreros de México.

¡Ay, licenciado!
La ONU decretó el año 2000 como “El Año Internacional de la Lectura”. Se me ocurrió que era un buen pretexto para hacerle un homenaje al libro, a la editorial y a los autores del “Galano Arte de Leer”. Visité la escuela primaria que lleva por nombre “Profesor Jesús Domínguez Rosas”. La profesora Margalucena Madrid había sido alumna de mis tíos y podría decirse que dirigía una de las mejores escuelas primarias del país. Con su equipo de trabajo logró las más altas calificaciones de sus educandos y tenía un plantel que ya hubieran querido instituciones privadas que presumen de alta calidad escolar en zonas urbanas caras de cualquier ciudad . Su escuela en un pequeño pueblo es hoy mismo modelo de limpieza, puntualidad y alta calidad educativa. Como les cuento, visité a la maestra y le propuse el dichoso homenaje. “Ay licenciado el mejor homenaje que puede hacerle a su tío es traerles a las alumnas y alumnos unos lápices, cuadernos y libros para que no le carguen tanto la mano a sus padres. Ese sería un buen homenaje” me dijo convencida.
La maestra directora me “picó la cresta”. Me llegó al orgullo y me propuse entonces sí hacerles ese homenaje sugerido por la directora: pero no serían lápices sino computadoras escolares. Ya era el año dos mil y no había una computadora para efectos educativos. Con un grupo de muy entusiastas profesores y directores de todas las escuelas de la población afinamos los nudillos para tocar cuanta puerta se percibiera como un posible apoyo para la tremenda empresa.
Recurrimos a gobiernos, compañías privadas, líderes locales y simpatizantes para llevarle a las estudiantes y jóvenes en formación escolar insumos modernos. La idea central era que tuvieran por primera vez una pantalla y un teclado disponibles para su educación. Sorprendentemente logramos equipar a todas las escuelas participantes. San Juan Coscomatepec de Bravo, Veracruz tuvo en esas fechas computadoras -nuevas y reconstruidas- en todas sus escuelas primarias, secundarias y jardines de niños y niñas además de una biblioteca digital disponible para toda la población. El homenaje a la lectura y a los autores de “El Galano Arte de Leer” estaba cumplido.

La empresa Cemex nos envió sin costo equipos semi nuevos desde Monterrey, Nuevo León. La empresa Apple Mc nos obsequió una decena de equipos prácticamente nuevos. Conaculta donó equipo para una biblioteca virtual, y el Fondo de Cultura Económica nos obsequió libros para los alumnos de primaria. Banamex -mexicano como hoy- nos obsequió viejos cajeros automáticos que desmontaban por cambio tecnológico. Sus máquinas entrenadas para contar billetes se transformaron en herramientas para leer y escribir milagrosamente. El IPN nos prestó transporte para llevar equipos y muebles también de Banamex. El banco nos indicó una dirección de una bodega y nos dijo “llévense lo que les sirva”. Llenamos tres autobuses. Debí haber llevado diez camiones, me dije.
La empresa Sabritas propiedad de Pepsico creó incluso su fundación y nos equipó una escuela bajo el programa de la Fundación Unión de Empresarios por la Tecnología Educativa creada por el empresario Max Shein. Ese consorcio de botanas y bebidas tiene su planta de producción más grande de América Latina precisamente a unos kilómetros del pueblo, muy cerca de Orizaba, Veracruz. El Grupo Nacional Provincial GNP en convenio con Televisa nos donó gracias al gol del equipo Necaxa contra el América en la final del año el ¡Goool por la Educación!.
Los padres de familia y los maestros locales adaptaron las instalaciones de cada escuelita para tener al menos una máquina real y no teclados y cajas de cartón simulando una PC sólo para que los estudiantes se imaginaran lo que era una equipo de cómputo. Vergonzosamente cierto. No es mentira: los niños ensayaban cómputo en teclados de cartón con números y letras dibujadas en espera de que algún día les llegara una, sólo una computadora en pleno nuevo milenio. Elocuente una profesora-directora de una de esas escuelitas me dijo: Gracias licenciado, es la primera vez que tengo un escritorio y una silla en mi salón. Lo dijo mientras limpiaba la cubierta de una mesita que alguna vez estuvo en una oficina bancaria y hoy adquiría nueva vida.
Ya saqué del estante para una segunda lectura “El Infinito en un Junco” de Irene Vallejo sobre la invención de los libros. También voy a repasar “el Libro Salvaje” que Juan Villoro escribiera para conmemorar los ochenta años del Fondo de Cultura Económica. ¡A leer se ha dicho!

Vaya este sencillo homenaje póstumo al empresario Roberto Reséndiz (+) y a la maestra Margalucena Madrid (+) que partieran no sin antes comprometerse como siempre en nuestra última conspiración para volver a empujar los temas culturales de nuestro querido pueblito mágico. Siempre dispuestos les ganó su tiempo. Gracias, profesora, gracias Roberto.
Me saludan a mi gente.
*Director General de Factor D Consultores
